jueves, 29 de noviembre de 2012

Reseña | La esposa perfecta | Victoria Alexander







Cuando el conde de Wyldewood conoce a Sabrina Windield, piensa que ha encontrado a su pareja ideal: una mujer elegante, preciosa y refinada, que lucirá perfecta colgada de su brazo.
Y no tiene duda alguna de que una señorita como Sabrina se comportará como una esposa respetable y le dejará a él toda la libertad que necesita para ir en busca de sus propios placeres...
Pero bajo la delicada belleza de SAbrina, se esconde la mujer más obstinada y aventurera que el conde nunca antes haya conocido. No tiene nada de la esposa perfecta que él había imaginado.
Muy pronto, lo único en lo que podrá pensar, será en calmar el mordaz ingenio de su mujer y en poner fin a sus extravagantes planes, y para lograrlo, no dudará en utilizar sus besos, sus armas de seducción y todo lo que esté en su poder para convertirse en el marido perfecto.




En el mismo momento en que empiezas la novela, sabes que esos dos personajes sin nombre que comparten un beso apasionado en la oscuridad, sin verse las caras, el agente del gobierno que investiga el contrabando, y la mujer que capitanea a los contrabandistas, serán los protagonistas. El momento es excitante: él, atado y con los ojos vendados, encerrado en una cueva, es besado por una mujer desconocida que se ríe descaradamente de él. En esas pocas páginas prevés que ella será una protagonista excelente, y te preguntas si él estará a la altura.

La novela es buena. Divertida, con bastantes aventuras (viaje a Egipto en busca de un tesoro, incluido), personajes secundarios que merecen totalmente su propia novela (supiro, Matt, el americano que le roba totalmente protagonismo a Nicholas, está para comérselo), el toque preciso de dramatismo y malentendidos para hacernos sufrir…

Pero hay algo que me ha decepcionado un poco.

Al principio sabes que Bree, la protagonista, es viuda, tiene 36 años y que su matrimonio fue por amor. Y con un libertino reformado. Lo que implica que no es una doncella inocente que no ha disfrutado de los beneficios de un buen macho que la haga gritar de placer en la cama, si no todo lo contrario. Eso en sí es una novedad refrescante en un género que, por norma, las viudas lo son de matrimonios de conveniencia sin amor o, en su defecto, de matrimonios con cariño pero con hombres con menos pasión que una ameba, y que por lo tanto no saben qué coño es un orgasmo.

Me gustó la idea de un difunto marido que, no sólo había sido amado, si no que había correspondido a ese amor con la pasión propia de un canalla mujeriego dedicado a una sola mujer. El recuerdo de él debería ser fuerte en la memoria de Bree, a pesar de los años que habían pasado, y, consecuentemente, la lucha de Nicholas por ganarse los favores de Bree debería ser más intensa, ya que no sería una mujer fácilmente deslumbrada por la pasión arrolladora que los atrae desde el principio.

Y ahí viene mi decepción.

Porque resulta que, al cabo de los años, Bree se da cuenta que no amaba realmente a su difunto marido, que sólo fue un enamoramiento juvenil (sic), porque sólo tenía diecisiete años y no sabía nada de la vida y fue deslumbrada por el inmenso amor y pasión que el marqués de Stanford le profesó. Y cae rápidamente en brazos de Nicholas.

Eso me jodió, y mucho. Como si grandes amores sólo pudiera haber uno en la vida.

Sé que es una menudencia, que no empequeñece para nada una novela que me ha hecho disfrutar desde el principio a fin, con los diálogos e interacciones de sus protagonistas y con la intensa y complicada relación que establecen. Pero me molestó.

Igual que me molestó el hecho que no le prestara la atención debida al romance que nace entre Matt, el capitán del barco, y Wynne, la hermana de Nicholas. A mi entender, como ya he dicho antes, merecen su propia novela.

Pero así y todo, ha conseguido que Victoria Alexander, de la que no había leído nada hasta ahora, se haya convertido en una autora que volveré a leer sin dudar.



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