lunes, 5 de agosto de 2013

Relato: Una excursión cualquiera IV




MarieAnne se levantó despacio, poniendo en el suelo primero un pie, después el otro, asegurándose que iban a poder sostenerla cuando se levantara. Sus piernas estaban débiles pero tuvieron la suficiente fuerza para llevarla primero hasta la silla donde estaba su ropa, y después hasta el baño.

Mientras se llenaba la bañera rebuscó en el armario hasta encontrar las toallas que él (él no, Luke, ahora el desconocido ya tenía nombre), le había dicho que había. Se quitó las bragas y el sujetador y los lavó entre las manos mientras esperaba que la bañera tuviera suficiente agua para meterse dentro. Hasta que no se secaran, tendría que estar sin ellos. Bueno, tampoco es que vaya a notarse demasiado. Espero.

Echó un chorro de gel en el agua y se metió dentro de la bañera. Su cuerpo se sintió inmediatamente bien. Reconfortado. A gusto. Se relajó apoyando la cabeza y cerró los ojos.

Luke. Era un nombre bonito. Con fuerza. Le recordó al protagonista de La Guerra de las Galaxias. Se rio estúpidamente. Pensar en él le hizo sentir un estremecimiento entre sus piernas y una necesidad que jamás había experimentado. Acabas de conocerlo, idiota, se dijo. Además, ¿crees que un hombre como él te mirará siquiera?


Bueno, había dicho que tenía unos pechos bonitos.

Volvió a sonrojarse ante el recuerdo. Si ella hubiera sido otra, en lugar de taparse rápidamente muerta de vergüenza se habría mostrado, provocándole. Y en aquel momento y durante un instante, pensó en hacerlo. Algo inaudito.

Metió la cabeza debajo del agua para mojarse el pelo y para limpiarse la mente sucia de todas las imágenes que se habían agolpado allí. De ellos dos en la cama, revolcándose, besándose y haciendo el amor entre jadeos, gemidos y gritos. Nunca ningún hombre había conseguido que gritara al llegar al orgasmo. ¿Podría Luke conseguirlo?

Se rio de sí misma mientras se enjabonaba el pelo. Sería mejor que dejara de imaginarse cosas que nunca iban a ocurrir. Ella ya estaba bien, así que probablemente él la acompañaría hasta su coche y se despedirían amigablemente como los dos extraños que eran y seguirían siendo. Ni más ni menos.



Cuando ella salió por fin del baño una hora más tarde, vestida con las ropas limpias y con una toalla enrollada en la cabeza, Luke tenía la mesa puesta y la estaba esperando para comer.

–Dieta blanda– le dijo con una sonrisa mientras la miraba con esos ojos azules que la hacían temblar.

Ella se sentó a la mesa y empezó a comer después de darle las gracias. Rediós, estaba hambrienta. Desde el jodido bocata de atún del día anterior, no había comido nada y tenía más hambre que los pavos de Manolo. Atacó el arroz con ferocidad, combinándolo con un trozo de filete a la plancha de vez en cuando.

–Si no comes más despacio, volverás a ponerte mala– le dijo él casi riéndose. Ella se quedó inmóvil con el tenedor en el aire a medio camino de la boca.

–¿Sabes lo que les pasa a los incautos que se atreven a ponerse entre un león y su comida cuando está hambriento? – le dijo entrecerrando los ojos. Él asintió, levantando las manos en señal de rendición–. Buen chico.

Luke se rio. No pudo evitarlo. Soltó una carcajada que casi lo asusta a él mismo y siguió riéndose durante un buen rato mientras ella seguía comiendo y mirándolo con los ojos entrecerrados. Al final se unió a él y acabaron los dos muertos de risa.

Cuando terminaron de comer ella, le dijo que ya se encontraba bien y que si podía acompañarla hasta su coche, se lo agradecería. Él la miró seriamente y le dijo que de eso nada. El doctor le había ordenado que descansara al menos durante cuarenta y ocho horas, y que por lo tanto hasta la mañana siguiente no iba a llevarla a ningún sitio. Ella se encogió de hombros, en el fondo feliz de poder pasar unas horas más con él.

–Por cierto, aún no me he presentado. Me llamo MarieAnne Summers–. Y le tendió la mano por encima de la mesa. Luke la estrechó primero y después se la llevó a los labios para depositar un tierno beso en el dorso. Ella se estremeció y casi se le rizaron los dedos de los pies. Si sólo con un casto beso conseguía eso ¿que sería capaz de lograr con..? Apartó esos pensamientos de la cabeza. Eran peligrosos para su salud.

–¿Y qué hacías tú sola en el bosque, MarieAnne? Si yo no hubiera pasado por allí por casualidad... – dejó el final de la frase en el aire, no siendo capaz de poner en palabras las implicaciones de su suposición. Ella se encogió de hombros.

–Supongo que me hubiese arrastrado hasta mi coche. No sé. Ni quiero pensarlo.

–Nunca vuelvas a hacer algo así. Cuando se sale de excursión, siempre debes ir en grupo para tu propia seguridad.

–Tú también estabas solo.

–Yo vivo aquí, por lo menos ahora. Además, me conozco el bosque y todos sus atajos. Y no tengo por costumbre comer cosas en mal estado.

Ella se ruborizó ante la regañina como si fuera una niña chica.

–Yo tampoco. Un accidente lo tiene cualquiera. O una equivocación. Todo el mundo comete errores en algún momento de su vida. ¿Tú no? – se defendió. Luke se acordó de su ex mujer y no pudo hacer otra cosa que confesar.

–Vale, sí, todos cometemos errores. Sólo espero que aprendas de éste. Podías haber...

–Muerto, lo sé. Si tú no me hubieras encontrado, podría haber muerto deshidratada en medio del bosque. Así que te debo la vida.

–¿Sabes que en algunas tribus– le dijo Luke con una sonrisa llena de picardía– si alguien te salva la vida pasas a pertenecerle?

–Ah, ¿sí? Que interesante– contestó ella mordiéndose la lengua para impedirle a su boca decir nada más, pero su corazón palpitó por las implicaciones de sus palabras. Pertenecerle. A él. Sería fantástico, por lo menos durante unas horas en las que tendría sexo, sexo y más sexo. Y recordó la protuberancia que había visto bajo la cremallera de sus tejanos desgastados. Se puso roja como un tomate y le temblaron las manos. Si aún hubiera estado comiendo, se habría atragantado.

Luke se rio ante la reacción de MarieAnne a sus palabras. Había querido provocarla intencionadamente. Tenía la mente ágil, la boca ligera y las cazaba al vuelo. Le gustaba. Mucho. Demasiado, quizá, teniendo en cuenta que de las horas que habían pasado juntos, ella había estado durmiendo veinticuatro.

Su ex mujer también había sido encantadora cuando se conocieron. De otra manera, con otro estilo más sofisticado, pero encantadora al fin y al cabo. Fue después de casarse cuando salió a relucir su verdadera personalidad, frívola, egoísta y malintencionada. Pero fue culpa suya no verlas hasta que fue demasiado tarde. Si se hubiera fijado, si hubiera escuchado a sus amigos, habría abierto los ojos mucho antes. Pero era joven, inexperto y estúpido. Ya no era ninguna de esas tres cosas y MarieAnne parecía ser lo que se veía. Limpia de mente, honesta y directa. Además, ni siquiera había reaccionado al oír su nombre. Probablemente no supiera quién era él y la cantidad de dinero que venía con su apellido. Al fin y al cabo, Sands era bastante común y si no estaba al corriente de asuntos financieros, como parecía ser el caso, difícilmente lo asociaría a Industrias Sands.

–Aún no me has dicho qué hacías en el bosque, MarieAnne.

Ella se encogió de hombros.

–Soy una de las ayudantes de un famoso fotógrafo de moda. Vine para buscar localizaciones para la nueva campaña de Ralph Lauren. Por cierto– recordó de pronto–, ¿dónde está mi mochila? Ahí tengo la cámara... Espero que la hayas tratado con cuidado. Es un equipo muy caro y...

–Tranquila–, le dijo levantándose–. Está al lado del sofá y te aseguro que no le he dado ningún golpe.

Ella suspiró aliviada mientras lo veía moverse por la habitación. Era un cuarto grande, cocina, salón y comedor todo en uno. Había una gran chimenea y enfrente el sofá al que se había referido, de cuero negro, con varias mantas revueltas encima.

–¿Has dormido ahí? – preguntó, sintiéndose culpable por haberle robado la cama. Él se agachó y cogió algo que estaba fuera de su vista. Su mochila. Caminó de nuevo hacia la mesa donde ella aún estaba sentada y se la dio.

–Sip. No te preocupes– se apresuró a añadir notando su sentimiento de culpabilidad por el tono de su voz–. Es muy cómodo.

–Perfecto– replicó ella cogiendo la mochila de sus manos y abrazándola– porque esta noche me tocará a mí dormir en él.

–De ninguna de las maneras. ¿Qué clase de hombre crees que soy? – Parecía casi ofendido por la sugerencia–. Tú dormirás en la cama, sin discusiones.

Ella lo miró entrecerrando los ojos, no sabiendo si agradecerle su amabilidad o enfadarse por su tono casi despótico.

–Eres muy mandón, ¿lo sabías?

Él se pasó la mano por el pelo. La miró desde su altura de 1’90, él de pie, ella sentada aún, abrazada a la mochila casi con desesperación. Estaban muy cerca y Luke podía sentir el aroma de su champú subiendo hasta la nariz a través de la toalla que aún no se había quitado.

–Sí, lo sé. Deformación profesional– argumentó–. Ahora deberías volver al dormitorio, quitarte esa toalla mojada y secarte el pelo. Hay un secador debajo del lavabo. Puedes usarlo.

Ella bufó con exasperación.

–No sé si sentirme agradecida por tu preocupación o mandarte a la mierda, sinceramente. Si te comportas así con todo el mundo, no debes tener muchos amigos.

Se levantó, agarrada a su mochila, y desapareció dando un portazo.

Luke sintió las últimas palabras pronunciadas como una bofetada. ¡Maldita mujer! Bien decían que ninguna buena acción quedaba sin castigo. ¡Qué carácter!  Casi lamentaba haberla ayudado. Después, pensar en ella, sola en el bosque, enferma y bajo la torrencial lluvia, hizo que se le encogiera el estómago.

Recogió la mesa, poniendo los platos en el fregadero para lavarlos más tarde. Dobló las mantas del sofá y las puso a un lado. Oyó el ruido del secador al ponerse en marcha y suspiró, pasandose de nuevo las manos por el pelo. Después se las quedó mirando. Hacía tiempo se había dado cuenta que recurría a ese gesto siempre que estaba alterado por algo. Y estaba claro que lo que provocaba su alteración actualmente tenía nombre propio. MarieAnne.

Salió al exterior necesitando de repente aire fresco para llevarse a los pulmones. Esta mujer lo afectaba demasiado para su gusto. Era como un oxímoron de caracteres. Dulce y ácida, atrevida y tímida, suave y espinosa. Sus réplicas lo divertían y lo exasperaban al mismo tiempo. ¿Sería por eso que sus palabras habían sido tan autoritarias? Estaba acostumbrado a ordenar y a ser obedecido, eso era cierto, pero no creía que su trato con los demás fuera de las oficinas fuese el de un tirano. ¿O sí lo era y nadie le había dicho nada?

La verdad era que no tenía muchos amigos. Los pocos que conservaba de su juventud eran los únicos a los que podía considerar como tales. El resto eran conocidos, amistades de conveniencia, gente con las que coincidía en los lugares a los que debía ir en representación de Industrias Sands. Reuniones de negocios, eventos sociales... pero amigos de aquellos con los que reunirse para ver un partido mientras se tomaban una cerveza, o para salir de copas a algún club, o a los que podías confiar con sinceridad tus problemas... de esos no tenía ninguno.

Y entonces fue cuando verdaderamente se dio cuenta de lo solo que estaba.



1 comentario:

  1. Pero qué bipolar el tipo! Primero se está derritiendo por ella y al minuto la manda a la cucha, jajaja!!

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