Kurayami se levantó de la cama con
cuidado para no despertar a Akeru. Ésta se removió durante unos segundos,
inquieta y murmurando algo ininteligible; se dio la vuelta, buscándolo entre
las sábanas, incluso dormida. Él le dio un beso en la frente mientras le
acariciaba suavemente el pelo, y ella suspiró y se quedó quieta con una sonrisa
en los labios.
Salió
del dormitorio, descalzo y a oscuras. Iba vestido solamente con su pálida piel,
y los músculos ondeaban suavemente con cada movimiento.
Caminó por el
pasillo sin encender las luces. No las necesitaba. Sus ojos estaban
acostumbrados a la oscuridad. Siendo un depredador nocturno, un vampiro que no
podía caminar bajo la luz del sol, no podía ser de otra forma.
Cruzó el
comedor y entró en el despacho. Abrió la vitrina del mueble bar y cogió la
botella de Jack Daniels. Dentro había otros licores y whiskies más caros, pero
nunca los tocaba. Beber un trago de su amigo Jack cada vez que necesitaba
pensar, con el tiempo se había convertido en un ritual.
Desde que
Akeru había entrado en su vida, las pesadillas que lo habían torturado durante
milenios se habían reducido considerablemente, convirtiéndose en una mera
molestia que lo importunaban sólo de vez en cuando. Y cuando eso sucedía, el
sentimiento de desesperación y soledad que lo solía embargar antes, ya no
estaba presente. Hasta cuando revivía las partes más terribles de su vida.
Porque sabía, incluso en esos sueños, que ella estaba a su lado y que lo
despertaría en cuanto fuese consciente de su malestar. Nunca le había fallado
hasta ahora.
Le gustaba
cómo lo despertaba. Sonrió al recordar la última vez que lo había hecho. Había
enterrado el rostro en la curva de su cuello, allí donde la carótida palpita, y
lo mordisqueó suavemente mientras con la mano acariciaba su polla, arriba y
abajo, excitándolo.
Se despertó
con una profunda inspiración, a un paso de correrse, con la pesadilla olvidada
y el cuerpo a punto de estallar. Entonces ella lo besó, enterrándole la lengua
en la garganta tan profundamente como él quería sepultarse en su coño. Con un
solo movimiento brusco, la puso sobre él y la penetró, haciéndola gritar de
placer, llegando al orgasmo ambos al mismo tiempo y quedándose dormidos, ella
sobre él, casi inmediatamente después.
No dijeron
una palabra. No hacía falta. Él no quería hablar de las pesadillas y ella no le
presionaba para que lo hiciera, porque sabía perfectamente qué ocurría en
ellas. Akeru lo sabía casi todo sobre él, y a pesar de eso, lo amaba
incondicionalmente. Jamás lo había juzgado por sus actos, ni por sus
pensamientos o deseos. Igual que Hikarí. Era afortunado al tenerlos a ambos.
Al pensar en
Hikarí, su corazón sangró.
Sabía
perfectamente por qué su amigo y amante lo había abandonado para seguir a Kat.
Quería hacer por ella lo mismo que había hecho por él: darle la oportunidad de
sanar de sus heridas, llenar su mundo de alegría y amor, de paz y esperanza.
Hikarí era un alma noble y sensible, y creía sin ninguna duda que la maldad
sólo era una consecuencia del dolor. Estaba convencido que si le daba una
oportunidad a Kat, que si la ayudaba y le mostraba la belleza del mundo, ella
cambiaría y dejaría a un lado la amargura y el odio, para sustituirlos por la
alegría y el amor.
Kurayami la
conocía mejor y sabía que ya no había manera de sanarla, y que lo que Hikarí
intentaba, estaba más provocado por la fascinación que todos los hijos de
sangre sentían por los padres vampiros que los habían convertido, que por una expectativa
real. Kat había convertido a Hikarí, y éste no podía evitar tener la esperanza,
como cualquier hijo, de que su padre, o madre en este caso, era mejor persona
de lo que mostraba al mundo.
Hikarí. Ojalá
pudiese ayudarlo de alguna manera. Había hecho tanto por él, incluso en contra
de su propia conciencia. Le había traído a Akeru, la había introducido en su
mundo, seduciéndola con su alegría y su sonrisa.
Recordó el
día que la vio por primera vez, y cómo su corazón, muerto hasta entonces, se
aceleró hasta parecer a punto de estallar. Casi se rio por la estupidez, pero pensó
que iba a sufrir un infarto. Le pidió a Hikarí que se acercara a ella pero que
no la utilizara para alimentarse, y él lo hizo, sin pedirle explicaciones. Por
lo menos hasta la madrugada, cuando regresó.
Recordó
aquella conversación de hacía ya más de un año.
Amanecía
cuando Hikarí llegó por fin a casa de Kurayami, después de dejar a Akeru, que
aún era mortal, en su casa. Entró usando su llave. No vivían juntos, aunque lo
compartían casi todo, porque Hikarí insistía en tener su propio lugar.
Comprobó si había llegado. Se habían separado
horas antes, cuando Hikarí había empezado a coquetear con ella y él no había
soportado quedarse allí como mero espectador.
Lo encontró
dándose una ducha y esperó en el salón a que terminara. En otras circunstancias
hubiera entrado en la ducha para frotarle la espalda, pero no aquella noche. Su
dulce Hikarí le conocía lo bastante bien como para saber que en ese momento no
sería bien recibido. Algo le pasaba, su corazón se lo decía, y no era bueno.
Kurayami
salió del baño secándose el pelo con una toalla. Llevaba otra anudada en la
cintura.
—Has
venido.
Hikarí
asintió con la cabeza mientras se servía un Jack Daniels.
—Pásate
al whiskey irlandés, es mucho mejor— le dijo después de echar un trago.
—No
has venido para criticar mi gusto en whisky.
Kurayami
entró en la cocina y tiró al cesto de la ropa sucia la toalla con la que se
había estado secando el pelo. Hikarí lo había seguido hasta allí y le estaba
mirando fijamente.
—¿Qué
ocurre con esa chica? — le preguntó después de estar unos segundos aguantándose
la mirada el uno al otro. Al final, Kurayami se dio por vencido y suspiró
pasándose las manos por la cara.
—¿No
te ha pasado nunca que al ver a una persona por primera vez, te has sentido
como si de repente una apisonadora te hubiese atropellado?
—Nunca
me ha atropellado una apisonadora.
—Hikarí,
esto es serio. Estoy intentando explicarte.
—Pues
no lo haces demasiado bien.
Kurayami
sonrió sin ganas y se apoyó con la cadera en el mármol.
—Tienes
que convertirla— le espetó de repente—. Sedúcela y conviértela.
—¿¡Estás
loco!? ¿Sabes lo que me pides? —Kurayami no respondió a su pregunta. Se limitó
a mirarlo fijamente con esos ojos tan tristes que hacían que perdiese la razón
y el buen juicio. Asintió, suspirando—. Por supuesto que lo sabes. Soy un
estúpido. Lo haré. Pero sólo dime por qué. ¿Qué tiene ella?
Kurayami
se encogió de hombros, indolente.
—La
necesito.
Hikarí se
quedó mudo durante unos minutos, durante los cuales Kurayami volvió sobre sus
pasos hasta el mueble bar y se sirvió un vaso de su amigo Jack para él. Lo
bebió de un trago, sintiendo cómo el licor le quemaba levemente la garganta
mientras recorría el camino hasta el estómago. Se sirvió otro. Hikarí lo
observaba desde la puerta de la cocina.
—¿Estás seguro
de eso? —le preguntó con un suspiro y lo observó desde el umbral de la puerta
mientras terminaba de beberse el segundo trago. Después Kurayami rio secamente,
sin ganas.
—¿De
qué? ¿De que la necesito? Sí, estoy seguro de eso.
—No
será fácil de convencer. Ella tiene una vida, familia, gente que la quiere.
¿Cómo quieres que abandone todo eso por... nada?
—No
lo sé.
Hikarí
se apoyó en el marco de la puerta y se pasó la mano por el pelo.
—Si
quieres... yo… puedo convertirla a la fuerza. Una vez que ella despierte, ya
estará hecho y no podrá volver atrás.
—¿Tienes alguna remota idea de lo que estás
diciendo? —estalló Kurayami, furioso—. ¿Sabes lo que estás diciendo? — Respiró
hondo y dejó el vaso sobre el mueble bar, intentando calmarse. ¿Cómo se atrevía
siquiera a insinuar algo así? Miró a su amigo y vio en sus ojos auténtica
preocupación por él. Caminó hasta Hikarí con largas zancadas, lo cogió de la
mano y lo empujó hasta su torso, abrazándolo fuertemente. Hikarí respondió a su
abrazo apoyando la cabeza en el pecho de su amigo y rodeándolo con sus brazos
por la cintura, con ternura.
—No,
no sé lo que estoy diciendo, pero no me gusta verte sufrir. Si la quieres, yo
la tomaré para ti, aunque sea a la fuerza—dijo en un susurro.
—Jamás,
Hikarí, jamás tomes a alguien a la fuerza. Nunca sabes cuáles serán las
consecuencias, pero te aseguro que el remordimiento te hurgará en las entrañas hasta envenenarte. Sólo alguien sin conciencia puede hacer algo así y no
pagar un alto precio.
—Ekaterina...
—Exacto.
—Costará
mucho atraerla hacia nosotros.
Kurayami
aflojó su abrazo, sólo lo suficiente para poder levantarle el mentón con un
dedo y depositar un suave beso en sus labios, que se convirtió en algo mucho
más profundo cuando Hikarí le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia
sí con las manos, abriendo la boca para recibirle en el interior.
—Tenemos
tiempo, querido amigo—le dijo Kurayami cuando dio por terminado el beso—. No
hay ninguna prisa.
Hikarí
asintió con su cabeza antes de preguntar:
—¿Quieres
que me quede esta madrugada?
—Sí,
por favor—contestó Kurayami con un suspiro de placer, mientras empujaba
suavemente a su amigo hacia el dormitorio— Hoy no quiero estar solo...
Hicieron el amor con desesperación
y, como otras veces, la ternura y el amor incondicional de Hikarí lo calmaron
hasta que consiguió olvidarlo todo y quedarse dormido abrazado a él.
Ahora, era Akeru la que hacía eso
por él. Muchas veces se había preguntado si era un tullido emocional por su
necesidad de apoyarse constantemente en alguien, y lo aterraba pensar que algún
día ella pudiese dejarlo, cansada de ser usada como muleta. Por eso se pasaba
horas enteras observándola dormir, bebiendo su imagen y grabándosela en la
memoria, por si acaso. La eternidad era demasiado larga para que alguna
relación sobreviviese a ella, pero esperaba poder tener algunos siglos de paz,
al menos, antes de volverse completamente loco y que tuvieran que encerrarlo en
la Catedral del Dolor.
Esbozó una sonrisa sardónica y resopló. Eso, si había algún vampiro lo
suficientemente poderoso como para poder vencerlo y encerrarlo, cosa que
dudaba. Sólo esperaba que cuando llegase el momento, sus hijos aunasen
esfuerzos para someterlo, porque si no era así, la humanidad pagaría un precio
demasiado alto por su locura.
Cogió el teléfono móvil que había dejado olvidado sobre la mesa del
comedor aquel amanecer, cuando Akeru lo “atacó” por la espalda con sus
libidinosas manos, mientras él intentaba leer los mensajes que había recibido
durante una noche de lujuria en la que no había hecho ni caso del maldito
aparato. Tampoco pudo hacerlo en ese momento. Las manos de Akeru se ocuparon de
desabrocharle los pantalones y de meterse debajo de sus bóxer para empezar a
acariciarlo, haciendo que su insaciable polla creciera.
Sonrió, recordando todo lo que habían hecho después. Era una mujer muy
imaginativa y sin inhibiciones, y gritaba y reía su liberación sin ningún tipo
de pudor. Y lo hacía gritar y reír a él, también. Nunca, antes de conocerla, se
había reído hasta saltársele las lágrimas después de haber llegado al orgasmo.
La mayoría de mensajes del móvil eran asuntos menores, meramente
informativos de las cuestiones que ocupaban al Symvoúlio, llamado también el Concilio de Gerontes. Está
formado por los siete primeros vampiros a los que él había transformado, cuando
todavía era poco más que un animal y mucho menos que un ser humano. Siete
pecados que cargaba sobre sus espaldas, entre otros muchos más.
Ellos se
encargan de dirigir y controlar todos los asuntos relacionados con su especie;
también son los magistrados designados para juzgar las cuestiones de mayor
importancia, a los criminales más crueles, y de determinar el castigo. Cada uno
de ellos tiene la responsabilidad de administrar justicia y vigilar el
cumplimiento de las leyes en una determinada región del mundo, y nombran a sus
Arcontes y Cazadores, que son sus ojos, sus oídos y sus manos.
Los Arcontes,
mitad administradores y mitad jueces, se
encargan de los casos intrascendentes en los que no es necesario que los
Gerontes pierdan el tiempo. Otra de sus obligaciones, es la de mantener un
censo constante de los vampiros que viven en su zona. Si un vampiro cambia de
residencia debe notificarlo, y si cambia de zona debe presentarse ante su nuevo
Arconte. Hay que mantener un equilibrio entre el número de residentes humanos y
de residentes vampiros. No son muchos en el mundo y sería muy raro que todos se
concentraran en una misma zona al mismo tiempo, pero hay que ser precavido al
respecto. O imagínate la conmoción si, de repente, hubiese diez vampiros que se
mudaran a Sundance,
Wyoming, un pueblo de poco más de 100 habitantes. Toda la población acabaría
con una epidemia de anemia galopante.
Kurayami leyó
los mensajes mientras bebía a sorbos, paladeando el whisky, y los iba borrando
a medida que lo hacía. No había ninguno que realmente necesitase su atención.
Hasta que llegó al último.
“La Catedral
del Dolor ha sido saqueada. Han desaparecido varias vasijas.”
me gusta! jejejej un beso guapa!
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