miércoles, 21 de agosto de 2013

PRÓLOGO DESDE EL AMANECER, LIBRO SEGUNDO



Kurayami se levantó de la cama con cuidado para no despertar a Akeru. Ésta se removió durante unos segundos, inquieta y murmurando algo ininteligible; se dio la vuelta, buscándolo entre las sábanas, incluso dormida. Él le dio un beso en la frente mientras le acariciaba suavemente el pelo, y ella suspiró y se quedó quieta con una sonrisa en los labios.
            Salió del dormitorio, descalzo y a oscuras. Iba vestido solamente con su pálida piel, y los músculos ondeaban suavemente con cada movimiento.
Caminó por el pasillo sin encender las luces. No las necesitaba. Sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad. Siendo un depredador nocturno, un vampiro que no podía caminar bajo la luz del sol, no podía ser de otra forma.
Cruzó el comedor y entró en el despacho. Abrió la vitrina del mueble bar y cogió la botella de Jack Daniels. Dentro había otros licores y whiskies más caros, pero nunca los tocaba. Beber un trago de su amigo Jack cada vez que necesitaba pensar, con el tiempo se había convertido en un ritual.



Desde que Akeru había entrado en su vida, las pesadillas que lo habían torturado durante milenios se habían reducido considerablemente, convirtiéndose en una mera molestia que lo importunaban sólo de vez en cuando. Y cuando eso sucedía, el sentimiento de desesperación y soledad que lo solía embargar antes, ya no estaba presente. Hasta cuando revivía las partes más terribles de su vida. Porque sabía, incluso en esos sueños, que ella estaba a su lado y que lo despertaría en cuanto fuese consciente de su malestar. Nunca le había fallado hasta ahora.
Le gustaba cómo lo despertaba. Sonrió al recordar la última vez que lo había hecho. Había enterrado el rostro en la curva de su cuello, allí donde la carótida palpita, y lo mordisqueó suavemente mientras con la mano acariciaba su polla, arriba y abajo, excitándolo.
Se despertó con una profunda inspiración, a un paso de correrse, con la pesadilla olvidada y el cuerpo a punto de estallar. Entonces ella lo besó, enterrándole la lengua en la garganta tan profundamente como él quería sepultarse en su coño. Con un solo movimiento brusco, la puso sobre él y la penetró, haciéndola gritar de placer, llegando al orgasmo ambos al mismo tiempo y quedándose dormidos, ella sobre él, casi inmediatamente después.
No dijeron una palabra. No hacía falta. Él no quería hablar de las pesadillas y ella no le presionaba para que lo hiciera, porque sabía perfectamente qué ocurría en ellas. Akeru lo sabía casi todo sobre él, y a pesar de eso, lo amaba incondicionalmente. Jamás lo había juzgado por sus actos, ni por sus pensamientos o deseos. Igual que Hikarí. Era afortunado al tenerlos a ambos.
Al pensar en Hikarí, su corazón sangró.
Sabía perfectamente por qué su amigo y amante lo había abandonado para seguir a Kat. Quería hacer por ella lo mismo que había hecho por él: darle la oportunidad de sanar de sus heridas, llenar su mundo de alegría y amor, de paz y esperanza. Hikarí era un alma noble y sensible, y creía sin ninguna duda que la maldad sólo era una consecuencia del dolor. Estaba convencido que si le daba una oportunidad a Kat, que si la ayudaba y le mostraba la belleza del mundo, ella cambiaría y dejaría a un lado la amargura y el odio, para sustituirlos por la alegría y el amor.
Kurayami la conocía mejor y sabía que ya no había manera de sanarla, y que lo que Hikarí intentaba, estaba más provocado por la fascinación que todos los hijos de sangre sentían por los padres vampiros que los habían convertido, que por una expectativa real. Kat había convertido a Hikarí, y éste no podía evitar tener la esperanza, como cualquier hijo, de que su padre, o madre en este caso, era mejor persona de lo que mostraba al mundo.
Hikarí. Ojalá pudiese ayudarlo de alguna manera. Había hecho tanto por él, incluso en contra de su propia conciencia. Le había traído a Akeru, la había introducido en su mundo, seduciéndola con su alegría y su sonrisa.
Recordó el día que la vio por primera vez, y cómo su corazón, muerto hasta entonces, se aceleró hasta parecer a punto de estallar. Casi se rio por la estupidez, pero pensó que iba a sufrir un infarto. Le pidió a Hikarí que se acercara a ella pero que no la utilizara para alimentarse, y él lo hizo, sin pedirle explicaciones. Por lo menos hasta la madrugada, cuando regresó.
Recordó aquella conversación de hacía ya más de un año.

Amanecía cuando Hikarí llegó por fin a casa de Kurayami, después de dejar a Akeru, que aún era mortal, en su casa. Entró usando su llave. No vivían juntos, aunque lo compartían casi todo, porque Hikarí insistía en tener su propio lugar.
 Comprobó si había llegado. Se habían separado horas antes, cuando Hikarí había empezado a coquetear con ella y él no había soportado quedarse allí como mero espectador.
Lo encontró dándose una ducha y esperó en el salón a que terminara. En otras circunstancias hubiera entrado en la ducha para frotarle la espalda, pero no aquella noche. Su dulce Hikarí le conocía lo bastante bien como para saber que en ese momento no sería bien recibido. Algo le pasaba, su corazón se lo decía, y no era bueno.
            Kurayami salió del baño secándose el pelo con una toalla. Llevaba otra anudada en la cintura.
            —Has venido.
            Hikarí asintió con la cabeza mientras se servía un Jack Daniels.
            —Pásate al whiskey irlandés, es mucho mejor— le dijo después de echar un trago.
            —No has venido para criticar mi gusto en whisky.
            Kurayami entró en la cocina y tiró al cesto de la ropa sucia la toalla con la que se había estado secando el pelo. Hikarí lo había seguido hasta allí y le estaba mirando fijamente.
            —¿Qué ocurre con esa chica? — le preguntó después de estar unos segundos aguantándose la mirada el uno al otro. Al final, Kurayami se dio por vencido y suspiró pasándose las manos por la cara.
            —¿No te ha pasado nunca que al ver a una persona por primera vez, te has sentido como si de repente una apisonadora te hubiese atropellado?
            —Nunca me ha atropellado una apisonadora.
            —Hikarí, esto es serio. Estoy intentando explicarte.
            —Pues no lo haces demasiado bien.
            Kurayami sonrió sin ganas y se apoyó con la cadera en el mármol.
            —Tienes que convertirla— le espetó de repente—. Sedúcela y conviértela.
            —¿¡Estás loco!? ¿Sabes lo que me pides? —Kurayami no respondió a su pregunta. Se limitó a mirarlo fijamente con esos ojos tan tristes que hacían que perdiese la razón y el buen juicio. Asintió, suspirando—. Por supuesto que lo sabes. Soy un estúpido. Lo haré. Pero sólo dime por qué. ¿Qué tiene ella?
            Kurayami se encogió de hombros, indolente.
            —La necesito.
Hikarí se quedó mudo durante unos minutos, durante los cuales Kurayami volvió sobre sus pasos hasta el mueble bar y se sirvió un vaso de su amigo Jack para él. Lo bebió de un trago, sintiendo cómo el licor le quemaba levemente la garganta mientras recorría el camino hasta el estómago. Se sirvió otro. Hikarí lo observaba desde la puerta de la cocina.
—¿Estás seguro de eso? —le preguntó con un suspiro y lo observó desde el umbral de la puerta mientras terminaba de beberse el segundo trago. Después Kurayami rio secamente, sin ganas.
            —¿De qué? ¿De que la necesito? Sí, estoy seguro de eso.
            —No será fácil de convencer. Ella tiene una vida, familia, gente que la quiere. ¿Cómo quieres que abandone todo eso por... nada?
            —No lo sé.
            Hikarí se apoyó en el marco de la puerta y se pasó la mano por el pelo.
—Si quieres... yo… puedo convertirla a la fuerza. Una vez que ella despierte, ya estará hecho y no podrá volver atrás.
            —¿Tienes alguna remota idea de lo que estás diciendo? —estalló Kurayami, furioso—. ¿Sabes lo que estás diciendo? — Respiró hondo y dejó el vaso sobre el mueble bar, intentando calmarse. ¿Cómo se atrevía siquiera a insinuar algo así? Miró a su amigo y vio en sus ojos auténtica preocupación por él. Caminó hasta Hikarí con largas zancadas, lo cogió de la mano y lo empujó hasta su torso, abrazándolo fuertemente. Hikarí respondió a su abrazo apoyando la cabeza en el pecho de su amigo y rodeándolo con sus brazos por la cintura, con ternura.
            —No, no sé lo que estoy diciendo, pero no me gusta verte sufrir. Si la quieres, yo la tomaré para ti, aunque sea a la fuerza—dijo en un susurro.
            —Jamás, Hikarí, jamás tomes a alguien a la fuerza. Nunca sabes cuáles serán las consecuencias, pero te aseguro que el remordimiento te hurgará en las entrañas hasta envenenarte. Sólo alguien sin conciencia puede hacer algo así y no pagar un alto precio.
            —Ekaterina...
            —Exacto.
            —Costará mucho atraerla hacia nosotros.
            Kurayami aflojó su abrazo, sólo lo suficiente para poder levantarle el mentón con un dedo y depositar un suave beso en sus labios, que se convirtió en algo mucho más profundo cuando Hikarí le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí con las manos, abriendo la boca para recibirle en el interior.
            —Tenemos tiempo, querido amigo—le dijo Kurayami cuando dio por terminado el beso—. No hay ninguna prisa.
            Hikarí asintió con su cabeza antes de preguntar:
            —¿Quieres que me quede esta madrugada?
            —Sí, por favor—contestó Kurayami con un suspiro de placer, mientras empujaba suavemente a su amigo hacia el dormitorio— Hoy no quiero estar solo...

            Hicieron el amor con desesperación y, como otras veces, la ternura y el amor incondicional de Hikarí lo calmaron hasta que consiguió olvidarlo todo y quedarse dormido abrazado a él.
            Ahora, era Akeru la que hacía eso por él. Muchas veces se había preguntado si era un tullido emocional por su necesidad de apoyarse constantemente en alguien, y lo aterraba pensar que algún día ella pudiese dejarlo, cansada de ser usada como muleta. Por eso se pasaba horas enteras observándola dormir, bebiendo su imagen y grabándosela en la memoria, por si acaso. La eternidad era demasiado larga para que alguna relación sobreviviese a ella, pero esperaba poder tener algunos siglos de paz, al menos, antes de volverse completamente loco y que tuvieran que encerrarlo en la Catedral del Dolor.
Esbozó una sonrisa sardónica y resopló. Eso, si había algún vampiro lo suficientemente poderoso como para poder vencerlo y encerrarlo, cosa que dudaba. Sólo esperaba que cuando llegase el momento, sus hijos aunasen esfuerzos para someterlo, porque si no era así, la humanidad pagaría un precio demasiado alto por su locura.
Cogió el teléfono móvil que había dejado olvidado sobre la mesa del comedor aquel amanecer, cuando Akeru lo “atacó” por la espalda con sus libidinosas manos, mientras él intentaba leer los mensajes que había recibido durante una noche de lujuria en la que no había hecho ni caso del maldito aparato. Tampoco pudo hacerlo en ese momento. Las manos de Akeru se ocuparon de desabrocharle los pantalones y de meterse debajo de sus bóxer para empezar a acariciarlo, haciendo que su insaciable polla creciera.
Sonrió, recordando todo lo que habían hecho después. Era una mujer muy imaginativa y sin inhibiciones, y gritaba y reía su liberación sin ningún tipo de pudor. Y lo hacía gritar y reír a él, también. Nunca, antes de conocerla, se había reído hasta saltársele las lágrimas después de haber llegado al orgasmo.
La mayoría de mensajes del móvil eran asuntos menores, meramente informativos de las cuestiones que ocupaban al Symvoúlio, llamado también el Concilio de Gerontes. Está formado por los siete primeros vampiros a los que él había transformado, cuando todavía era poco más que un animal y mucho menos que un ser humano. Siete pecados que cargaba sobre sus espaldas, entre otros muchos más.
Ellos se encargan de dirigir y controlar todos los asuntos relacionados con su especie; también son los magistrados designados para juzgar las cuestiones de mayor importancia, a los criminales más crueles, y de determinar el castigo. Cada uno de ellos tiene la responsabilidad de administrar justicia y vigilar el cumplimiento de las leyes en una determinada región del mundo, y nombran a sus Arcontes y Cazadores, que son sus ojos, sus oídos y sus manos.
Los Arcontes, mitad administradores y mitad jueces,  se encargan de los casos intrascendentes en los que no es necesario que los Gerontes pierdan el tiempo. Otra de sus obligaciones, es la de mantener un censo constante de los vampiros que viven en su zona. Si un vampiro cambia de residencia debe notificarlo, y si cambia de zona debe presentarse ante su nuevo Arconte. Hay que mantener un equilibrio entre el número de residentes humanos y de residentes vampiros. No son muchos en el mundo y sería muy raro que todos se concentraran en una misma zona al mismo tiempo, pero hay que ser precavido al respecto. O imagínate la conmoción si, de repente, hubiese diez vampiros que se mudaran a Sundance, Wyoming, un pueblo de poco más de 100 habitantes. Toda la población acabaría con una epidemia de anemia galopante.
Kurayami leyó los mensajes mientras bebía a sorbos, paladeando el whisky, y los iba borrando a medida que lo hacía. No había ninguno que realmente necesitase su atención. Hasta que llegó al último.
“La Catedral del Dolor ha sido saqueada. Han desaparecido varias vasijas.”




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