sábado, 19 de enero de 2013

Desde el amanecer: Kurayami

De jovencita, me encantaban las películas de vampiros de la Hammer, esa productora inglesa que hacía pelis de serie B de terror. En ellas, el vampiro siempre era el malo, pero a mí ya me fascinaba la figura inocentemente erótica que suponía, malo pero torturado, pues la mayoría de las veces hacía lo que hacía porque era su naturaleza, nada más.

Cuando empecé a construir a Kurayami no quise perder esa base tan atractiva, un personaje triste y taciturno, que hace lo que hace porque es su naturaleza; aunque en su eterna vida ha conseguido domesticar la parte más salvaje de su esencia. Un hombre con un pasado lleno de lagunas, enigmas y oscuros secretos, que ha cometido graves errores y ha pagado por ellos, que lleva sobre sus hombros una gran responsabilidad por ser quién es, aunque el lector no lo descubre hasta el final del primer libro.

Ese pasado es precisamente la clave de su comportamiento, de sus ataques de melancolía y de ese sentimiento de culpabilidad tan profundo que arrastra y que lo ahoga. Aunque, en contra de lo que otros protagonistas piensan de sí mismos, nunca ha pensado que no era digno de ser amado y de amar.

De alguna forma, Kurayami conforma como el lado oscuro de una moneda, las sombras de un triángulo formado junto a los otros dos protagonistas, Hikarí y Akeru.

Desde el principio tuve claro que su nombre tenía que ser Oscuridad, pero ponerlo en castellano me parecía demasiado obvio y en inglés demasiado típico, y como estoy enamorada del país del sol naciente, sin pensármelo casi, decidí usar el japonés para bautizarlo.

Y así nació Kurayami, el protagonista de Desde el amanecer, un vampiro oscuro pero de una naturaleza muy diferente al resto de vampiros que viven en la imaginación literaria.


Fardeem Ibrahim como Kurayami


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