Un juego con una sola regla: ganar a toda costa.En la suntuosa Inglaterra de la Regencia, Anne Wilder se presta a un juego peligroso. De día, desempeña el papel de viuda encantadora; de noche, es una ladrona enmascarada. Asediada por los fantasmas de su pasado, en sus viajes por los oscuros tejados deLondres se somete cada vez a mayores riesgos. Hasta que su espíritu inquieto la conduce a la trampa del coronel Jack Seward… una trampa en la que la seducción es la única salida.
Creo que nunca he leído una novela de la época de la regencia como ésta. Ninguno de sus dos protagonistas pueden ser tachados de típicos, aunque tengan algunos pequeños toques arquetípicos.
Para empezar, Jack Seward no es un caballero, ni es rico ni un libertino, aunque frecuente y se relacione con las altas esferas. Procedente del estrato más bajo de los suburbios, es reclutado con ocho o nueve años por un hombre despiadado y carente de escrúpulos, con el único objetivo de moldearle y convertirle en un esbirro de la Corona y de sus propias ambiciones. Ha luchado en la guerra contra Napoleón (eso sí es algo recurrente) y tiene cicatrices y una deformidad en la mano que lo atestiguan, pero no en el campo de batalla, sino como espía, ladrón y, presumiblemente, como asesino frío y despiadado. Es implacable, tiene un témpano de hielo por corazón, inalterable y los modales de un caballero de la mejor cuna. No esconde ni se avergüenza de sus orígenes, y el desprecio que le muestra una parte de la alta sociedad por verse obligados a confraternizar con él, no le afecta en absoluto.
Por otro lado, Anne Wilde es, a los ojos de todos, una viuda doliente que ha perdido a su enamorado marido en esta guerra cruel. Todo el mundo está convencido que la historia de amor que vivió es absolutamente maravillosa y que su difunto marido era un hombre magnífico que clamaba constantemente a los cuatro vientos su amor por ella. Nada más lejos de la realidad, pues lo cierto era que su amor era opresivo y egoísta, y que la personalidad de su marido era egocéntrica y manipuladora; tanto, que Anne acabó creyendo que su imposibilidad por estar a la altura del amor que le profesaba, se debía a que ella era incapaz de amar y que esta falta, lo llevó a la muerte. El dolor y la culpabilidad la empujan a una carrera autodestructiva por los tejados de Londres, poniendo en práctica las técnicas que aprendió de su padre, un ladrón que hizo fortuna antes de enamorarse y casarse con la hija de un aristócrata de Sussex.
Dos personajes heridos hasta lo más profundo, completamente convencidos de su incapacidad para amar a nadie ni de expresar sentimientos, que se encuentran cuando a Jack le ordenan cazar al ladrón que está aterrorizando Londres porque, en una de sus correrías, se ha hecho con una carta comprometedora que, si ve la luz del día, puede provocar la caída de la monarquía y del imperio. Dos voluntades fabulosas enfrentadas, completamente dispares y a la vez, totalmente complementarias: ella, en su papel de ladrona, salvaje y pasional; él, en su papel de coronel, frío y controlado.
Las emociones de los personajes y su evolución, unidos a la enmarañada red de intrigas que se tejen a su alrededor, han hecho de ésta, una historia apasionante que te atrapa desde el principio hasta su sorprendente epílogo. Una lectura que, además de contener todas las claves de una buena novela romántica histórica, es refrescante y original de principio a fin.
Absolutamente recomendable.
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