La primera de mil noches por venir.
Esa pregunta
dicha con una voz oscura y aterciopelada, la sacó de su ensimismamiento.
Cuatro de la
madrugada, en pleno centro. Ella, Victoria, con un vestido de lentejuelas muy
corto y los zapatos en la mano. Él, Marcos, uno noventa y cinco de puro
músculo, vestido con cuero y sobre una Harley.
—Ah, hola, Marcos—,
solo atinó a decir, sonriendo como una boba. Dios, ¿por qué se comportaba así
siempre que estaba delante de él?—. Es que estos zapatos me estaban matando y
decidí quitármelos.
—¿Y vas a ir
descalza hasta tu casa?— preguntó Marcos mientras apagaba la moto.
—Bueno, sí, no me
queda otro remedio, ¿no?
Él sonrió con esa boca suya tan sexy y
golosa, esa sonrisa de medio lado que la volvía loca.
—Bueno, puedo llevarte, siempre y cuando te
atrevas a subirte con ese minivestido que llevas.
Su sonrisa se ensanchó. El cabrón la estaba
provocando. Sabía que ella era algo remilgada y que ese estilo de ropa no era
el suyo. No debería haberse dejado convencer por su amiga para comprárselo y,
mucho menos, ponérselo. Se sentía expuesta, como una mercancía colocada
delicadamente en un aparador esperando a ser comprada. Era como si estuviera
gritando a pleno pulmón ¡¡¡estoy desesperada y quiero sexoooo!!!
Pero no había funcionado. Bueno, sí, algunos
tíos se le habían acercado intentando ligar, pero, joder, ninguno le llegaba a
la suela de los zapatos a Marcos. Ese era su problema desde hacía un año, desde
el mismo momento en que posó los ojos en él y se le cayó la baba.
Al principio pensó que simplemente era un
caso grave de lujuria desbocada, debido sobre todo a su musculoso y bien
proporcionado cuerpo, al reluciente pelo negro que le caía desordenado sobre
los hombros, a esos ojos verdes tan intensos que parecían taladrar el alma y a
esos labios tan seductores que parecían haber sido creados exclusivamente para
besar. Vestido con tejanos y camiseta, con traje de Armani o en su “uniforme”
de motero de cuero negro de arriba abajo, era un hombre que seducía e
intimidaba a partes iguales. Y así se sintió cuando un amigo común les
presentó.
A partir de ese momento, su cerebro salía
huyendo como un cobarde cada vez que estaba cerca de él y su boca apenas podía
hacer otra cosa que pronunciar monosílabos. Se odió a sí misma por eso durante
bastante tiempo, hasta que poco a poco, la cotidianidad de sus encuentros
casuales (solían ir a los mismos sitios) fue relajándola y empezó a poder
formar alguna que otra frase coherente.
Lo malo fue que su presunta lujuria temporal
se convirtió en algo más cuando se dio cuenta que aquel hombre escondía muchas
cosas bajo su fachada de macho man, cosas que ella iba descubriendo con asombro
cada vez que lo observaba. No eran sus palabras (éstas pueden mentir) sino sus
actos. Cosas de las que se enteraba porque sus amigos se lo contaban. Como
cuando Bruno le contó entre risas que lo había movilizado un domingo mañanero
de resaca para que fuera con el coche (Marcos iba en moto, como no) a recoger
una caja de cartón dentro de la cual había toda una camada de gatitos que había
sido abandonada en la cuneta de la carretera. O cuando acompañó en la
ambulancia a su vecina de setenta años hasta el servicio de urgencias del
hospital y no se fue de allí hasta que llegaron sus familiares. Cosas como
éstas, que decían bien a las claras que era un hombre tierno y con un corazón
de oro al que no le importaba mostrarlo al mundo.
—¿Vas a quedarte ahí el resto de la noche,
mirándome, o te decidirás y subirás? Te prometo que no muerdo, por lo menos, no
sin el consentimiento tácito de la víctima.
Victoria parpadeó. Había vuelto a quedarse
ensimismada, mirándolo fijamente. Dios, que vergüenza. Tiró de la falda
intentando bajarla para que cubriera un poco más de muslo (reto imposible de
conseguir) y caminó decidida hacia la moto. Le puso una mano sobre los hombros,
el pie en el estribo y se sentó a horcajadas en la moto. La falda casi se le
sube hasta la cintura. Mierdamierdamierda. Intentó bajarla. Marcos se rio y se
quitó la chaqueta de cuero en un solo movimiento y se la pasó por encima del
hombro.
—Toma, póntela sobre las piernas. Así nadie
verá lo que no quieras enseñar.
—Pero…
—Nada de peros, Victoria. Además, a mí
tampoco me hace gracia que vayas enseñando tus joyas, por mucho que piense que
sería estupendo verlas…
Victoria se ruborizó hasta la raíz del pelo.
¿De verdad había dicho eso? ¿Había oído bien? Quizá, después de todo, a lo
mejor incluso ella le gustaba un poco… Sonrió, embelesada, se acomodó bien la
chaqueta, se aferró a la cintura de Marcos y dijo:
—Estoy lista.
Marcos le dio al contacto y arrancó. Condujo
con cuidado por dos razones primordiales. Uno, Victoria no llevaba casco. Me
cagoen… debería haber pensado en eso antes y ofrecerle el suyo, pero ahora que
ya estaba acomodada y se había quedado quieta… Ahí entraba la segunda razón.
Desde el mismo momento en que había subido y había puesto las manos alrededor
de su cintura, una dolorosa erección había brotado ente sus piernas y eso,
además de molesto, hacía que perdiese la concentración en lo que estaba
haciendo.
Y pensar que al principio, cuando se
conocieron, no le había llamado la atención. La había calificado de tonta por
sus monosílabos y sus risitas bobas cada vez que él decía algo. Era como si no
tuviera cerebro, y las mujeres sin cerebro no le interesaban lo más mínimo, por
muy bien que la naturaleza las hubiera dotado. Pero con el tiempo fue dándose
cuenta de su error. Aunque siguió comportándose así durante algunas semanas, poco
a poco la vio ganar confianza a su alrededor, y en las reuniones en casa de sus
amigos se dio cuenta que sus conversaciones no trataban sólo del actor de moda
o del último lápiz de labios que había comprado. Hablaba de política o de
fútbol con la misma soltura, de música o de cine clásico. Y se enteró con una
sonrisa que, casualidades de la vida, una de sus películas preferidas era
Testigo de Cargo, de Billy Wilder, con una Marlene Dietrich absolutamente
espléndida, algo en lo que él estaba completamente de acuerdo.
Estuvo tentado de acercarse a ella esa misma
noche, ofrecerse a acompañarla a casa e intentar un acercamiento íntimo. Pero
lo pensó mejor. Victoria no era el tipo de mujer de una noche, en eso todos sus
amigos estaban de acuerdo, y temía que una noche de sexo, por muy salvaje y
bueno que pudiese llegar a ser, sólo crearía un distanciamiento, y
probablemente rompería la naciente amistad que estaba desarrollándose. Y en
aquel momento Marcos no estaba dispuesto a nada más. Hacía demasiado poco de su
separación, su corazón aún estaba resentido y poco dispuesto a arriesgarse.
Necesitaba tiempo para lamer sus heridas y el hecho que hubiera sido su ex
quien decidió poner fin a su relación, no ayudaba en nada. Se sentía tocado,
engañado, traicionado. Había puesto su corazón y su alma en hacer que
funcionara y había fallado estrepitosamente. Eso había hecho que se planteara
la idea de si valía la pena esforzarse en algo sobre lo que no tenías control
en absoluto. Esa parte aún no la había decidido. Pero lo que sí tenía claro, era
que valía la pena intentarlo, siempre y cuando fuese con Victoria.
Llegaron a la entrada del bloque de
apartamentos donde ella vivía. Marcos puso los pies en el suelo y apagó el
motor de la moto. Victoria suspiró profundamente. ¡Le hubiera gustado tanto que
el viaje hubiese sido un poco más largo! Que por lo menos durara toda una vida.
Le entregó la chaqueta de cuero dándole las
gracias y bajó de la moto, quemándose en la pierna con el tubo de escape.
—¡Ah! Mierda. Jod…
Marcos puso el caballete rápidamente y bajó
de la moto.
—¿Te has quemado? Mierda, lo siento, debí
haberte dicho que bajaras por el otro lado. Es culpa mía. Joder. Déjame verlo.
Se agachó delante de ella y le levantó la
pierna hasta que le puso el pie encima de la rodilla. Victoria no tuvo más
remedio que ponerle las manos sobre los hombros para evitar caerse. Con la
pierna así, su falda volvió a subirse más de lo estrictamente necesario,
revelando su ropa interior. Marcos tragó saliva, momentáneamente desconcertado
por la visión. Llevaba unas braguitas de encaje blanco que cubrían pero no
tapaban; eran completamente transparentes. Victoria, muerta de vergüenza,
intentó tirar del pie para deshacerse de su agarre.
—Marcos, no, déjalo, no pasa nada. Por favor.
—Estate quieta o te vas a…
No le dio tiempo a terminar la frase. Con un
desafortunado tirón se deshizo de las manos de Marcos y también de su precario
equilibrio. Se hubiera caído de espaldas si él no hubiese reaccionado
rápidamente y la hubiese cogido con fuerza por la cintura, tirando de ella
hacia su pecho, en el que quedó prácticamente empotrada.
—Ha faltado poco— dijo Marcos con una risita
satisfecha. Lamentaba que se hubiese quemado, pero, coño, le encantaba el rumbo
que habían tomado las cosas. Apretó el agarre con una mano y la otra la deslizó
por la espalda—. ¿Te duele mucho?
Victoria levantó la mirada. Sus ojos estaban
soñolientos, perdidos, como si una nube los hubiera atravesado dejando rastros
de niebla.
—¿Eh? ¿El qué?— preguntó completamente
perdida. Aplastada contra ese magnífico cuerpo, su mente había empezado a
fallar y no había forma de resetearla. El aroma masculino de Marcos se filtró
por su nariz y le llegó hasta lo más hondo del cerebro, haciéndolo aletear de
contento. Bueno, el cerebro no era precisamente lo único en ella que daba
palmas de alegría.
—La quemadura. ¿Tienes vaselina en casa?
—¿Vaselina?— Sexo, pensó, vaselina para sexo
puro y duro. Siiiii, tengo un tubo esperándote.
—Para la quemadura. Es lo que va mejor. Te
aliviará y evitará que te salga una ampolla.
—Ah—. La desilusión debió reflejársele en la
cara, porque Marcos se rio suavemente. Otra vez esa media sonrisa de lado.
Definitivamente, esta noche iba a derretirse. Mañana por la mañana la
encontrarían hecha un charquito en la acera—. Sí, tengo vaselina en el cuarto de
baño.
—Dame un minuto para que le ponga el cepo a
la moto y subo contigo—. Victoria no pudo abrir la boca. Bueno, técnicamente sí
la abrió, aunque no salió ningún sonido
por ella, a lo que a todos los efectos, era casi lo mismo—. ¿Si te suelto, te
caerás?
Parpadeó. Se había perdido en la profundidad
de sus ojos verdes y en sus esponjosos labios. Porque parecían esponjosos,
suaves como la nata montada e igual de dulces. Ag, nata montada. La humedad se
apropió de las bragas de encaje y casi se desbordaron como un río embravecido.
—Eh, no, creo que puedes soltarme.
—Bien—. Aseguró la moto, se quitó el casco y
lo guardó en las alforjas. Eran de cuero grueso y rígidas, con remaches
plateados, y las podía cerrar con llave—. Vamos.
La cogió en brazos y ella dio un gritito de
sorpresa cuando se vio levantada con tanta facilidad por aquellos fuertes
brazos. Se agarró a su camisa, no porque tuviera miedo a caer, si no porque era
la excusa perfecta para hacerlo. Apoyó la cabeza en el hombro y aspiró
profundamente su olor. Era a sándalo. ¿A qué sabría? Tuvo la tentación de pasar
la lengua por la desprotegida piel del cuello, pero se abstuvo, demasiado
vergonzosa para dejarse llevar por sus impulsos.
No dijeron nada durante los minutos que el
ascensor tardó en llegar al sexto piso, donde ella vivía. Cada uno perdido en
sus propios pensamientos o en las sensaciones que les provocaba el contacto
entre sus cuerpos. Cuando llegaron, Victoria sacó las llaves del pequeño bolso
a juego con el vestido y abrió la puerta.
Dios, allí estaban, en su apartamento, los
dos solos, ella en brazos de él, él con sus brazos apretándola fuertemente
contra su pecho como si no quisiera dejarla ir.
Entraron y Marcos cerró la puerta con un leve
empujón de su espalda. Se quedó allí apoyado durante unos segundos, concentrado
en respirar. Sentir el suave cuerpo de Victoria entre sus brazos era superior a
sus fuerzas. Ansiaba arrancarle la ropa a mordiscos y hundirse en ella para
siempre; bombear dentro de su dulce coño hasta perder de vista el resto del
mundo. Dios, como dolía.
Dolía. Mierda. Ella tenía una quemadura en
una de sus pantorrillas y él aquí, babeando como un cavernícola pensando en
sexo en lugar de atenderla.
Caminó decidido, a grandes zancadas, hasta el
sofá y la dejó allí con cuidado.
—¿Dónde está el baño?
—Por el pasillo, la segunda puerta. La
vaselina está en el cajón.
—Bien.
Victoria se lo quedó mirando mientras se
internaba por el pasillo. Oyó los ruidos que hizo al revolver por el cajón y al
cabo de pocos minutos volvió con el tubo de vaselina en las manos. Se arrodilló
a sus pies y con mucho cuidado, la cogió por el tobillo de la pierna herida y
la levantó un poco hasta poner el pie sobre su muslo. Le quitó el tapón al tubo
de vaselina, se puso un poco en los dedos y, con cuidado, empezó a extenderla
por la zona de la piel que se había quemado.
—¿Mejor?— preguntó mirándola sin dejar de
acariciarla con sus dedos. Victoria le devolvió la mirada y sonrió con timidez.
—Sí, mucho mejor. Gracias.
—Me alegro.
Debería parar, pensó, pero no pudo. Aún con
los dedos algo pringosos con la crema, fue subiendo poco a poco por la pierna
de Victoria, mientras la acariciaba haciendo círculos sobre la piel. Se movió
un poco para ponerse entre sus piernas y poder acercarse más a ella. Victoria
las abrió para dejarle espacio. Tenía la respiración entrecortada y el corazón
le latía a tal velocidad que parecía como si una manada entera de caballos se
hubiera desbocado en su pecho.
—Victoria…
La voz de Marcos pronunciando su nombre le
secó la boca. Tragó y se pasó la lengua por los labios, intentando inútilmente
humedecerlos un poco. Los ojos de Marcos se quedaron clavados en ese húmedo
movimiento, haciendo que jadeara imperceptiblemente.
—Que…
Marcos se acercó más, hasta que el sofá le
impidió moverse. Entonces la cogió por la cintura con la mano que tenía libre y
la arrastró con cuidado hasta el borde. Victoria puso las manos en los hombros
de aquel formidable hombre y con vergonzosa necesidad, empezó a acariciarle el
cuello con los pulgares.
—Si quieres que pare, dímelo ahora.
—Marcos…— Aspiró profundamente para tomar
valor y se lo soltó—. Si paras ahora, pienso matarte.
La sonrisa que destelló en el rostro de
Marcos casi la deslumbró. Su boca cayó como un halcón sobre su presa y se apoderó
de ella completamente. Le introdujo la lengua y ambas bailaron al mismo son, un erótico tango que las
entrelazaba una y otra vez mientras sus respiraciones se agitaban cada vez más.
Las manos de Marcos ya no estuvieron quietas
ni tuvieron dudas a la hora de recorrer el camino por debajo de su minúscula
falda hasta encontrar ese magnífico regalo en el que tanto ansiaba perderse.
—Oh, Dios, Marcos— gritó Victoria cuando sus
maravillosos dedos se introdujeron bajo las bragas.
—Cama— dijo él, siendo ahora quien no era
capaz de pronunciar una frase entera coherente.
—La puerta después del baño.
—Bien.
La cogió por los glúteos y se levantó con
ella a cuestas. Victoria entrelazó las piernas alrededor de su cintura y hundió
las manos en la mata de pelo que caía en cascada sobre sus hombros. Tan suave y
oloroso. Quería sentirlo rozándole los pechos, haciéndole cosquillas mientras
se perdía en el placer de su contacto. ¡Hacía tanto tiempo que ansiaba un
momento así con él! Un instante en la vida que podía cambiársela por completo.
¿Por qué los momentos de inflexión tenían que ser todos malos? No, este sería
bueno, más que bueno; sería magnífico. Y no importaba qué pasara después.
Marcos la dejó deslizarse poco a poco,
rozándose con su cuerpo hasta que ella se mantuvo derecha a los pies de la cama.
Le ahuecó el rostro con ambas manos y volvió a besarla mientras sus manos poco
a poco iniciaban un recorrido erótico sobre su piel, haciendo que el vestido se
deslizara hasta el suelo y se quedara allí olvidado.
Después ella lo ayudó con la chaqueta y la
camiseta. Marcos se sentó en la cama para poder quitarse las botas bajo la
atenta mirada de Victoria, que no se perdía detalle mientras se subía a la cama
y se ponía de rodillas detrás de él, pasándole las manos por la espalda desnuda
y dejaba que se deslizaran hasta sus abdominales.
Las botas volaron haciendo un sonido hueco
contra el suelo. Cuando se levantó para poder quitarse los pantalones de cuero,
ella lo obligó a girarse para quedar frente a frente. Empezó a desabotonarlo y
los bajó muy despacio. No llevaba ropa interior.
Su polla era grande y estaba dura. No pudo
evitarlo. Lamió toda la longitud una vez, dos, y sólo paró porque Marcos le
cogió la cabeza y la obligó a separarse.
—Si sigues así, acabaré antes de empezar—
jadeó mientras la obligaba a tenderse sobre la cama. Ella se estiró,
arqueándose como una gatita, mientras él tiraba de las bragas para quitárselas
y se posicionaba encima.
Su boca se apoderó de un pecho mientras con
la otra mano jugaba con el otro, provocándola estremecimientos, jadeos y
suspiros.
Jugaron durante un buen rato, besándose y
acariciándose. Sus manos, labios y
lenguas recorrieron todos los caminos posibles, descubriendo los recodos
de su piel, los escondites, las cuevas y los secretos que había ocultado la
ropa. Cuando la lengua de Marcos acabó entre las piernas de Victoria y empezó a
lamerle el clítoris, ella alcanzó el cielo con un grito de entusiasmo. Se
corrió tanto y tan fuerte que pensó que moriría allí misma, agotada, todas sus
fuerzas huidas. Pero cuando Marcos se posicionó después de ponerse el condón y
la penetró con su polla de una sola estocada, todo su ser volvió a la vida
mágicamente.
Estocada tras estocada, ella le arañaba la
espalda al mismo ritmo, le mordía en el hombro, lo apretaba contra su cuerpo,
reclamaba su boca desesperadamente y gritaba exigiéndole más, mas fuerte, mas
duro, mas de… algo. Hasta que una explosión de energía pura los reclamó a ambos
llevándolos hasta la cima del mundo, sus orgasmos provocando una onda expansiva
que hizo temblar los cimientos de la misma casa.
Marcos se dejó caer, exhausto, a un lado de
la cama y la atrajo entre sus brazos, besándola en el pelo. Victoria apoyó la
mejilla en su hombro, sintiéndose completamente de goma, como si sus huesos se
hubieran fundido como mantequilla en una sartén. Cuando sus respiraciones se
normalizaron, él le dio un suave golpecito en el trasero para que se moviera y
se levantó de la cama. Salió por la puerta y a los pocos minutos, Victorio oyó
el ruido del agua correr por la taza del váter.
Ahora viene cuando se vestirá y se irá,
pensó, y su mundo se hundió. Había estado tan arriba, casi tocando las nubes
con los dedos, y ahora se sentía caer de golpe, como cuando te despiertas de un
maravilloso sueño y te das cuenta que estás de regreso a la dura realidad y que
nada de lo que has soñado es cierto.
Casi tuvo ganas de echarse a llorar.
Marcos volvió al dormitorio y se sentó en la
cama, girándose un poco para poder mirarla.
—¿Quieres que me vaya?— le preguntó con un
murmullo. No quería irse. Aquella noche había sido el momento más fantástico de
su vida y no quería que terminara, pero si ella se lo pedía, lo haría. A pesar
de sí mismo y de su corazón. Aunque lo echara en ese momento, no se rendiría
por nada del mundo. Victoria había resultado ser mucho más de lo que esperaba;
salvaje, entregada, y gritona. Dios, le encantaba que gritara en la cama y que
le exigiera lo que quería.
—Solo si tú lo quieres— respondió Victoria
con una tímida sonrisa y estiró una mano, reclamándolo para que se acostara de
nuevo a su lado.
Ah, la sonrisa torcida en los labios de
Marcos lo dijo todo. La satisfacción de saber sin palabras que seguiría siendo
bien recibido en su cama y en su vida, que aquello no había sido algo de una
sola noche. La alegría de no haberse precipitado o equivocado. Que no había
distanciamiento ni incomodidad ahora que el sexo había terminado.
Se acostó a su lado y empezaron a hablar. De
cosas tontas al principio. Sonaron algunas risas y exclamaciones. Al cabo de un
rato se quedaron dormidos y ambos soñaron lo mismo. Una vida juntos, uno al
lado del otro, con momentos buenos y otros malos, con alegrías y penas
compartidas. Pero juntos, apoyándose y ayudándose, con las manos entrelazadas y
mirando siempre hacia delante. ¿Qué importaba todo lo demás?
Hola,
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo.
Gracias x compartirlo.
Gracias a ti por leerlo.
ResponderEliminarMartaaaaa... me ha encantaooo, menudo peazo de Marcos, yo quiero uno así, ¿dónde se pueden encontrar? jajajaja
ResponderEliminarDe verdad, un relato genial, intenso, ufff... explosivo y tierno al final.
Me ha encantadooo!! Jamia mencanta como escribes!!! Guapaaaaa
ResponderEliminarMe ha encantadooo!! Jamia mencanta como escribes!!! Guapaaaaa
ResponderEliminarMe ha encantado!!!Que mono el chico!!!!
ResponderEliminarOlé tú. Pedazo de relato. Genial.
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias, guapísimas!! Ojalá tuviera una varita mágica y pudiera convertir en reales todos mis personajes masculinos, jajajja menudo harén tendríamos jajajjaja
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