PRÓLOGO: YO SOY...
El mundo cambia a nuestro alrededor a pasos
agigantados y difícilmente reparamos en ello. Por eso, cuando es nuestra vida
la que se transforma de repente, nos coge por sorpresa y con la boca abierta, a
duras penas preparados para aceptarlo y, por supuesto, totalmente confundidos.
Así he vivido yo estos dos últimos años, de sorpresa
en sorpresa, metida de lleno en una especie de cuento de hadas con bruja
malvada incluida, descubriendo, a cada paso que daba, una nueva maravilla o una
terrorífica locura. La rutina a la que tan acostumbrada estaba y la vida a la
que me había acomodado, que eran extremadamente simples, aburridas y carentes
de sentido, han desaparecido para siempre, y el futuro que veo cuando miro
hacia delante está plagado de emociones intensas, mucha magia y momentos tan increíbles
como los que he vivido hasta hoy.
Mi nombre es Akeru, amanecer en japonés. No, no soy nipona, ni Akeru es el nombre con
el que me bautizaron mis padres, pero ahora es mi nombre y lo será para el
resto de la eternidad. Una exageración, pensarás, al hablar de eternidad, pero
no: utilizo esta palabra con todas sus implicaciones. Viviré eternamente porque
soy un vampiro y nada puede matarnos: ni estacas, ni cruces, ni la luz del sol,
aunque ésta sí nos hiere dolorosamente; ni siquiera morimos si nos privan de
sangre, sino que nos secamos como una rosa entre las hojas de un libro, y así
permanecemos hasta que podemos
alimentarnos de nuevo.
Somos inmortales, y nuestra estirpe existe desde antes
que la Historia fuese siquiera intuida. Dice la leyenda que nuestro Padre,
Árjeyónos, nació de Amor y de Venganza cuando los antiguos dioses aún no nos
habían abandonado, y que, roto de dolor y desesperación, transformó a los Siete
Gerontes antes de desaparecer, y sólo
éstos saben quién es y dónde está. Si supieran que… pero no. Mejor contar las
cosas poco a poco, tal y como yo fui descubriéndolas.
El vampiro que me transformó se llama Hikarí, hermoso
Hikarí, y le conocí en el bar que solía frecuentar con mis colegas, un garito
chiquitito, muy rústico, con buena música heavy y ningún asiento a la vista.
Yo estaba apoyada en la barra bebiendo una Desperado. Hikarí
estaba con un amigo al que ya había visto por allí otras veces; éste era un
hombre un poco más alto que yo, con larga cabellera negra y mirada profunda. Parecían
estar hablando de algo importante, ambos tensos, casi discutiendo. Al final, su
amigo se fue y Hikarí se acercó a mí.
Estuvo un rato a mi lado sin decir nada, mirándome de
reojo. Yo le sonreí mientras lo miraba directamente, invitándolo de esta manera
a entablar conversación. Quizá en otro momento hubiese sido más directa, pero
Hikarí era demasiado guapo, con una belleza casi femenina, y el instinto de
auto conservación se impuso. Habría odiado que se hubiese limitado a contestar
con algún monosílabo.
Al final se decidió, y me preguntó por lo que estaba
bebiendo. Nunca había probado una cerveza de esa marca, así que le invité a
una: no todos los días se me acercaban hombres como él, guapo guapo, alto,
rubio, melenita por los hombros, ojazos azules, cuerpo de infarto...
Brindamos por nada en concreto, haciendo chocar las
botellas, y bebimos un largo trago.
—Parece que tu amigo y tú habéis discutido por algo.
No pude evitar hacer el comentario. Ambos eran muy
atractivos, de maneras diferentes, y cuando los observé mientras estaban
juntos, pude percibir un halo de intimidad más profunda que la que envuelve una
simple amistad. Recuerdo que en aquel momento me pregunté si eran amantes.
—Se ha empeñado en que haga algo que no me apetece
mucho— me contestó con una triste sonrisa bordeando sus labios.
—¿Y has accedido?
—No le puedo negar nada a Kurayami.
Sus nombres me llamaron mucho la atención. Al
principio pensé que eran motes o nicks (en algunos lugares, a mí me conocen por
Morgana), pero más tarde descubrí que no, que en realidad Hikarí, (Luz), y
Kurayami, (Oscuridad), son sus verdaderos nombres, nombres de vampiro, pues
renunciaron al propio, como todos hemos
hecho.
—¿Sois pareja?
Hice la pregunta como si no me importara la respuesta,
pero la verdad era que sí. Me sentía atraída por este hombre de pelo rubio,
algo extraño cuando siempre me han “apetecido” mas los morenos, y no quería
meter la pata ni hacerme estúpidas ilusiones abocadas al fracaso.
—Nah— me contestó—, sólo somos amigos.
Hablamos de mil cosas, coqueteando descaradamente el
uno con el otro, buscando que nuestros cuerpos se rozaran de forma
“accidental”, diciendo frases con marcados dobles sentidos. Quizá su aspecto
era un tanto aniñado y afeminado, pero sus maneras, gestos y modos, eran totalmente adultos y
masculinos.
Me acompañó a casa andando. Vivía cerca del bar donde
nos habíamos conocido y pensé que era una tontería dejar que me llevara en
coche. No fue porque desconfiase; tampoco era el tipo de mujer que se iba con
un hombre que acababa de conocer. Pero con Hikarí fue diferente. Confié en él
desde el primer momento; supe, sin lugar a dudas, que no corría ningún tipo de
peligro y que no me haría nada que yo no quisiese o desease.
Cuando llegamos ante el portal de mi bloque, apoyé la
espalda contra la pared, alargué la mano derecha para agarrarlo de la solapa de
la camisa, y lo atraje hacia mí. Nuestras bocas quedaron muy juntas pero sin
tocarse. Separé las piernas para hacerle sitio y que pudiera acercarse más.
Hikarí puso una mano a cada lado de mi cabeza y apoyó su frente contra la mía.
Deslicé las manos por su pecho muy lentamente hasta llegar a la cintura y lo
rodeé, abrazándolo y acercándolo más.
—No deberías...
—Ssssht— lo interrumpí, y empecé a besarlo. Al
principio, muy tímidamente, con pequeños toques de mis labios contra los suyos.
Él me los mordisqueó con suavidad, haciendo que un estremecimiento me
recorriera todo el cuerpo y que los pezones se me pusieran duros de necesidad.
Apenas unos roces y mi corazón ya estaba desbocado. Y cuando abrió la boca y me
invadió con la lengua, casi dejé de respirar. Entraba y salía con ferocidad,
demandando de mí una entrega total que estaba dispuesta a darle sin pensar en
ninguna consecuencia. Me ahuecó las mejillas con las manos, obligándome a cambiar
el ángulo de mi cabeza y así poder profundizar más con su invasión.
Respirábamos entrecortadamente. Nuestros pechos,
aplastados el uno contra el otro, subían y bajaban, acompasados con la ansiedad
y el deseo que se había apoderado de ambos. Noté cómo su erección crecía
rápidamente, encajada en mi entrepierna.
Fue él quién rompió el beso y se apartó bruscamente de
mí, cogiéndome las muñecas y deshaciendo mi abrazo. Me miró durante unos
segundos, pasándose la mano por el pelo y echándoselo hacia atrás, y vi dolor
en sus ojos. No un dolor físico, sino emocional.
Aquello rompió la magia del momento. Ya no me atreví a
invitarlo a subir, a pesar que era evidente que me deseaba tanto como yo a él.
Sonrió con tristeza, sacudió la cabeza y me dijo adiós
con la mano. Se alejó sin dirigirme la palabra.
No creí que volvería a verlo, pero me sorprendió
agradablemente, todo hay que decirlo, cuando, la tarde siguiente, al salir del
trabajo, lo encontré esperándome.
Eran las ocho de la tarde y, como un reloj, salía de mi trabajo en la
agencia de viajes, hablando con mis compañeras, María y Ana. Había pasado todo
el día meditabunda, pensando en qué había hecho mal la noche anterior para que
Hikarí se alejara de mí tan bruscamente, pero no pude encontrar ningún motivo para
su absurda reacción.
Bajé la persiana de golpe y la cerré con llave.
—Uau, vaya bombón —, dijo María
relamiéndose, mientras miraba atentamente al otro lado de la calle. Me giré y
mi cara se puso roja como un tomate cuando Hikarí me saludó con una sonrisa y
cruzó la calle en una ligera carrera.
—Buenas tardes, preciosa— me dijo al
llegar a mi lado, y ante la mirada totalmente asombrada de mis dos compañeras,
me cogió por la cintura, me acercó a su cuerpo y me besó. En la boca.
Profundamente. Cuando me repuse de la sorpresa, dejé caer el casco de la moto
que llevaba en la mano y le respondí enlazando mis brazos alrededor de su
cuello, atrayéndolo más. ¡Dios, que bien sabía! ¡Como a helado de fresa! ¿Podía
un hombre saber tan dulce y ser real?
—Vengo a invitarte a cenar, si no tienes otros planes —, me dijo.
Estaba aturdida. Hasta hacía un
momento estaba segura que no volvería a verle el pelo, y sin embargo, allí
estaba, luciendo su mejor sonrisa, seduciéndome con la mirada, aparecido como
por arte de magia. Invitándome a cenar, con una sonrisa en el rostro que era
como una invitación a sexo salvaje. Debería estar cabreada y mandarlo a la
mierda, pero cuando una no piensa con la cabeza, acaba dando la respuesta que
no espera.
—Sí, claro. Pero antes tengo que pasar por casa, darme una ducha y
cambiarme de ropa— dije mientras me separaba de su abrazo y me agachaba para
coger el casco de la moto, dándole una muy buena visión de mi trasero. Hikarí
casi boqueó antes de responder.
—Como quieras, pero que conste que
estás estupenda con lo que llevas puesto.
Sonreí como única respuesta, sin saber qué decir. Al fin y al cabo iba
vestida con un estilo bastante… ¿trapero? Tejanos de pitillo gastados, botas de
piel, camiseta sin mangas y mi incombustible chaqueta de cuero, la que utilizo
siempre que voy en mi Harley.
Eché un vistazo al hombre, que se veía magnífico con unos tejanos
oscuros, una camiseta amarilla ajustada al cuerpo y sus zapatillas deportivas
de aspecto muy muy caro.
Me sentía atraída por él, no podía
negarlo, pero además tenía mucha curiosidad por saber qué era lo que había
hecho que cambiara de opinión y viniera a buscarme después de su brusca
despedida la noche anterior.
—Ya sabes dónde vivo. Pásate a
buscarme dentro de una hora y estaré lista.
Cuando Hikarí asintió con una
sonrisa y se alejó después de rozarme los labios con otro beso, suspiré. Estaba
desconcertada. Y asustada.
—¿Y cómo es que no nos has hablado
de este pedazo de macho antes? — preguntó Ana con un claro deje de envidia en
su voz.
—Porque no había nada que decir—
contesté sin dejar de observar a Hikarí mientras se subía a su coche, aparcado
en el otro lado de la calle, para unirse después a la circulación y desaparecer
al doblar la esquina. — Me voy, chicas. Nos vemos el lunes.
—Ya nos contarás— dijo María con una sonrisa.
Ni
jarta vino, pensé. Que os den,
cotillas.
Una hora más tarde,
llamaron a la puerta de casa. Ya estaba
lista y bajé corriendo las escaleras. Me había puesto un vestido negro ajustado
con un escote cuadrado y generoso, botas altas de tacón anudadas con cordones
en la parte delantera (¿he confesado ya que tengo pasión por las botas?) y un
abrigo también negro y largo.
Me esperaba dentro del
coche, un magnífico deportivo rojo que gritaba a los cuatro vientos que su
dueño tenía mucha pasta, pero eso, sinceramente, no me impresionó. Al
contrario. Hizo que entrecerrara los ojos y volviera a pensarme si valía la
pena ir con él.
—¿Pasa algo? —me preguntó al notar mi indecisión, y me dirigió su
sonrisa más seductora mientras me abría la puerta desde dentro.
—¿El coche es tuyo? —le
pregunté sin decidirme a entrar. Lo último que quería era meterme en el coche
de un niño de papá, aunque la noche anterior no me había parecido que Hikarí lo
fuera.
—No, es de Kurayami— me
contestó—. No suele usarlo y pensé que quizá a ti te gustaría dar una vuelta en
él.
—Prefiero las motos.
¿Cómo es que te presta un coche tan caro?
—Ya te lo he dicho. No
lo usa y un coche así no puede estar siempre metido en un garaje sin que nadie
lo saque a correr.
—Así que te lo presta.
—Sí.
—Debe confiar mucho en
ti.
—Sí.
—Hasta el punto que te
deja usar un coche que cuesta más de lo que yo gano en varios años.
—Somos como hermanos—
replicó con una enorme e inocente sonrisa.
Asentí sin saber si
creerle o no. Recuerdo que pensé que si quisiese presumir de riqueza, no habría admitido que el coche no era suyo.
Quizá lo que decía era verdad. Así que subí.
—Así que el rico es tu
amigo.
—Inmensamente rico.
—¿Y qué haces tú para
ganarte la vida?
Hikarí tuvo un ataque
de tos mientras arrancaba el coche. Ahora me río al recordarlo, pero tiempo
después me confesó que en aquel momento lo puse en un brete. Se había propuesto
decirme la verdad, hasta el punto en que pudiera, sin confesar qué era él, pero
mi manía de hacer preguntas directas sin dejarme deslumbrar se le atragantó.
Estaba claro que no me gustaban los ricachones, que por alguna razón
desconfiaba de ellos, y esa desconfianza se trasladaría sobre su propia persona
si me confesaba que él también era asquerosamente rico. Así que se decidió a
contarme una pequeña mentira.
—Recibí una pequeña
herencia y ella trabaja para mí...
—O sea, que no das un
palo al agua.
—Lo dices como si fuera
un crimen.
—He conocido a algunas
personas como tú. No quiero juzgarte sin conocerte, pero soléis ser
superficiales, arrogantes y no apreciáis a nada ni a nadie excepto a vosotros
mismos. ¿Tú eres así?
Hikarí se quedó en silencio durante un rato
mientras seguía conduciendo. Yo lo miré por el rabillo del ojo y me pareció que
durante aquellos segundos en que tardó en contestar, pasaron mil cosas por su
mente. Mirando atrás puedo darme cuenta de qué era lo que pensaba. ¿Hasta qué
punto podía decirme la verdad y con cuánta mentira podía disfrazarla? Hikarí es
una de las personas más honestas que he conocido y sé que en aquellos días lo
pasó muy mal. Pero tenía que hacerlo, por Kurayami.
—Hui de mi casa cuando apenas era un adolescente, —
admitió en un susurro—. Viví en la calle hasta que Kurayami me encontró y decidió
ayudarme, Dios sabe por qué. Pagó mis estudios y, cuando terminé, me dio el
dinero suficiente para establecerme y valerme por mí mismo. Te mentí, no ha
habido ninguna herencia, pero es que no es algo de lo que me guste hablar.
¿Contesta eso a tu pregunta?
Me sentí terriblemente
avergonzada. Ese arrebato de sinceridad me golpeó profundamente. Nunca quería
juzgar a nadie por las apariencias porque sabía que yo misma engañaba a todo el
mundo mostrando una máscara que pocas veces era la real, pero había juzgado a
Hikarí duramente sólo por su apariencia de ricachón cuando me había dado cuenta
claramente, durante la noche anterior, que era un hombre dulce, sincero y nada
arrogante.
—Lo siento. Me he
comportado como una idiota— dije realmente compungida, y me pregunté cuándo me
había convertido en una persona tan desconfiada.
Sabes cuándo, pensé recordando a mi ex. Maldita sea su estampa.
Hikarí sonrió mientras aparcaba y, cuando terminó,
me guiñó un ojo y me dedicó una de sus maravillosas sonrisas antes de abrir la
puerta y bajar del coche. Cuando yo le seguí y cerré la puerta, él ya estaba
allí a mi lado. Me cogió entre sus brazos y hundió la cara en mi cuello,
aspirando mi aroma a mujer y a perfume floral, deliciosamente dulce y suave,
(confesión suya de algún tiempo después). Me apretó contra su cuerpo y yo lo
rodeé con mis brazos, casi acunándolo.
—No importa— me dijo
desde el refugio de mi cuello. —Quizá algún día más adelante, cuando nos
conozcamos mejor, te cuente toda la historia—. Se separó de mi levemente, lo
justo para poder rozarme los labios con los suyos en un beso fugaz—. Tengo
hambre. ¿Entramos a cenar?
En los meses que siguieron a ese primer encuentro, nos
vimos a menudo. A veces Kurayami se unía a nosotros y participaba en la
conversación, pero casi siempre se mantenía apartado, mirando el vacío, como si
tuviese muchas cosas en qué pensar o no le interesara nada de lo que había a su
alrededor. Las noches que no venía, sentía en el corazón una punzada de rabia
(¿dónde estaba Kurayami? ¿por qué no había venido?), aunque me olvidaba de ello
en cuanto me sumergía en la mirada del rubio Hikarí.
Fueron semanas extrañas y confusas. Me sentía muy
atraída por Hikarí y me moría porque me tocara, pero él se comportaba siempre
como un auténtico caballero sin propasarse ni un solo segundo. Eso me mosqueaba
sobremanera, pero cuando lo descubría mirándome con ojos tiernos, me derretía.
Quizás es tímido o puede
que ¡no esté emitiendo las señales adecuadas! Mierdamierdamierda. ¿Qué hago?
¿Le salto encima y le arranco la ropa a bocados? ¿Se dará cuenta si hago eso?
Alguna vez lo hice. Lo de saltarle encima, me refiero.
Algo muy fácil de hacer si tienes el morro suficiente y estás bastante
desesperada, aunque no lo aconsejo en un puñetero deportivo. Acabas con el
cambio de marchas clavado en salva sea la parte y las piernas, por pendientes.
En esas contadas ocasiones, he de confesar que me fui
a casa bien contenta. Tiene unas manos que obran maravillas, mi Hikarí. ¿Hacer
desaparecer un elefante en un escenario? Eso es una tontería al lado de la
magia que hace este hombre con sus deditos. Sentir su lengua investigando mi
boca como si fuera un territorio virgen e inexplorado, mientras sus manos se
adentraban por debajo de mis bragas, me hacían ver... ¿como decía el replicante
de Blade Runner? “He visto rayos C, brillar más allá de la Puerta de
Tannhäuser”. Sip, algo así era lo que veía.
Pero no llegaba más allá. Digamos que... no me dejaba
cruzar la puerta para ver qué había al otro lado. Él había recorrido mi cuerpo
con manos y lengua, y yo ni siquiera sabía si su pecho era velludo o lampiño.
Frustrante.
Afortunadamente para mí, Hikarí decidió contarme su
secreto.
La noche que me confesó que ellos dos eran vampiros,
estábamos cenando en la terraza de un restaurante a orillas del Mediterráneo,
la luna rielando sobre las tranquilas aguas, un entorno romántico y seductor
que esperaba levantara la libido de Hikarí de una puñetera vez. Recuerdo que me
reí tanto del chiste —vampiros, ja ja— que casi me caí de la silla, llamando la
atención de los demás comensales; seguro que alguno pensó que iba borracha,
pero ya entonces ese tipo de cosas no me importaban lo más mínimo.
Él me miraba, atento a mi reacción, creo que
estudiándome; sí, eso era lo que había estado haciendo durante todo ese tiempo,
observarme, conocerme, para decidir si debía dar el siguiente paso o no.
Bueno, pasé el primer
examen. ¿Qué vendrá ahora?
Pude leer en sus ojos por primera vez y me decían,
divertidos, “ríete todo lo que quieras,
que cuando aceptes la verdad, hablaremos”. Fue esa mirada la que me
hizo comprender que hablaba en serio; eso y el hecho de que, acercando su
rostro al mío, me enseñó sus colmillos. Yo ya sabía que había personas que se
ponían colmillos falsos, pero esos no suelen tener la movilidad que tuvieron
los de Hikarí en aquel momento, saliendo y entrando de sus encías como si
estuvieran decidiendo si ir a dar un paseo o no. Me aterró y me fascinó. Y
pensé en lo que sentiría si se decidía a morderme.
Sí, sí, ya lo sé. ¿Un tío me confiesa que es un
vampiro, me enseña sus colmillos, y no salgo corriendo? Qué quieres que te
diga. Era Hikarí. ¡No puedo dar otra excusa! Me había demostrado con creces que
podía confiar en él. ¿Por qué tenía que dejar de hacerlo, por culpa de dos
colmillos cachondos, cuando en realidad lo que quería, era que me hincara el
diente?
Cuando le pregunté que por qué me lo contaba, su
respuesta me dejó estupefacta.
Una de las características básicas del carácter del
vampiro es la reserva de la que hacemos gala a la hora de hablar de nosotros
mismos. Un vampiro nunca, bajo ninguna circunstancia, te dirá que lo es... a no
ser que quiera convertirte.
Me lo propuso aquella misma noche.
Me cogió por sorpresa, por supuesto. Me estaba
diciendo que era un vampiro y que quería convertirme ¡a mí! en uno de ellos. Lo
primero que me pasó por la cabeza fue preguntarle por qué me pedía permiso y no
lo hacía así, sin más. De repente, todo el mito de los vampiros, seres sin
alma, diabólicos, malos malísimos que perseguían a las muchachas vírgenes para
alimentarse de ellas, se vino abajo estrepitosamente.
—Tenemos alma, y conciencia —me dijo—. El ser
humano, el homo sapiens sapiens, se ha empeñado en dignificarse, en divinizarse
alzándose por encima del resto de seres vivos de la Creación enarbolando la
bandera de la exclusividad de su alma; y por eso, para demonizar al resto de
especies inteligentes que compartimos este mundo, os habéis encargado de
arrancarnos el alma a mordiscos, de convertirnos en monstruos sin conciencia a
los que hay que temer y odiar... —parecía estar realmente dolido con eso, como si en
algún momento esas supersticiones le hubieran arrebatado algo importante—. Pero
no es así. Somos seres sensibles, mucho más que vosotros, y el dolor, aunque
sea ajeno, nos es muy molesto. Jamás te convertiría en contra de tu voluntad
porque tu vida sería un infierno eterno y yo lo sufriría contigo, lo sé muy
bien —añadió. ¿Experiencia propia? me pregunté en
aquel momento—. La vida
del vampiro es muy hermosa pero a la vez es oscura y lóbrega, eclipsada por la falta de sol, la ausencia
de luz. Quien decide unirse a nosotros debe abandonar completamente su anterior
vida, morir para todos para renacer de nuevo. Es muy duro al principio y no
puedes soportarlo a no ser que lo hayas elegido voluntariamente. Además,
nuestra existencia depende exclusivamente de vuestra ignorancia, pues el ser
humano teme todo lo que desconoce y destruye todo lo que teme. ¿Cual crees que
sería la mejor venganza de un vampiro convertido a la fuerza?
—Hacer
pública vuestra existencia, supongo. Mostrarse tal cual es y provocar una caza
implacable.
—Por
ejemplo. Si eso llega a ocurrir alguna vez— se estremeció visiblemente—
estallará una guerra entre humanos y vampiros que puede llevaros a la
extinción.
—Y sin
nosotros no sobreviviríais.
—Lo has
pillado a la primera—, dijo y sonrió de
nuevo.
En este
punto he de hacer un inciso para hablar sobre la sonrisa de Hikarí porque no es
algo para tomárselo a la ligera. Cuando curva sus labios y los entreabre,
muestra brevemente el paraíso y el sol luce de noche, porque el mundo se
ilumina y parece un lugar mucho mejor donde vivir, cálido y alegre, feliz,
lleno de esperanza y belleza. Así es su sonrisa, y si la miras demasiado rato
corres el peligro de quedar atrapada allí para toda la eternidad, pues después
de acostumbrarse a algo tan hermoso tus ojos se negarán a mirar a otra parte.
—Soy…
lista…— le repliqué embobada, sin saber realmente qué coño estaba diciendo.
Sacudí la cabeza para apartar los ojos de su boca y poder pensar con claridad o
por lo menos, intentarlo. ¿Qué narices
quería preguntarle? Ah, sí…— ¿Qué harás si no acepto?
—Me
alimentaré de ti y olvidarás esta conversación. No te preocupes, no es
doloroso, al contrario... Será tan placentero como hacer el amor...
Y hasta
ahí mi fantasía de un mordisco erótico, aunque la última frase la dijo
susurrando, y créeme cuando te digo que estuve tentada de negarme solo para
probar esa boca en mi cuello... Pero pensé que sería una estupidez
desaprovechar la oportunidad de una vida eterna, llena de quién sabe qué
misterios, por un solo e insignificante momento de placer, cuando podía tener a
mi alcance todo el erotismo y la felicidad del mundo de manos de Hikarí.
— ¿Es
una cuestión de fe? — le pregunté de repente, y le tocó a él el turno de estar
desconcertado—. Lo que quiero saber es si cambiarás de opinión si te pido otra
prueba. Te creo —me apresuré a añadir—, no me malinterpretes, pero… todo lo que
me estás contando es tan… increíble.
Entonces
volvió a sonreír, yo me derretí (Dios que
sonrisa) y vi, por segunda vez cómo sus colmillos se alargaban ante mis
propios ojos.
—¿Esto
no es suficiente? — me preguntó, burlón, mientras sus colmillos volvían a la
posición original.
—Pues
no. Me gustaría ver cómo te alimentas de alguien— conseguí balbucear. Y
entonces, sacando valor de no sé donde, me atreví a formular la pregunta que
realmente me estaba torturando— ¿Por qué yo?
—Porque
eres especial—. Lo dijo como si fuera algo evidente y no necesitara más
explicación. ¿Especial? ¿Yo? ¿En qué
universo? — Y si realmente me quieres ver en acción…— se calló durante unos
segundos mientras echaba un vistazo a su alrededor— ¿qué te parece la rubia que
está sentada sola en aquel rincón? Parece que la han dejado plantada y no está
muy feliz. ¿Quieres que le anime un poco la noche?
—Si a
ti te parece bien, a mí también.
—Bien,
pero antes debo advertirte de algo. El proceso de alimentación de un vampiro es
muy… sexual. ¿Entiendes?
Entre
el susurro de su voz, la sonrisa de su boca y las palabras que había
pronunciado (porque eres especial),
casi me corro allí mismo. En aquel momento, me di cuenta que en el fondo, era
una pervertida. No solo no me escandalizaba lo que fuera que me estaba
proponiendo (que no tenía ni idea de qué coño era), sino que me estaba
excitando por momentos.
—Entiendo—
contesté. Mentira cochina, pero, ¿a quién le importaba?
—Entonces
es mejor que paguemos la cuenta y salgamos.
Y sin
casi darme cuenta, me convertí en la espectadora totalmente voluntaria del acto
más erótico que había visto en mi vida. Me faltó poco para correrme sin
necesidad que me tocaran. Ver la sensualidad de Hikarí en acción, ser
consciente de cómo tocaba íntimamente a una desconocida en un rincón oscuro de
un callejón, de los gemidos de ella mientras él la acariciaba… despertó mi lado
voyeur que me fue presentado en aquel mismo momento (hola, qué tal, encantada)
y me abrió las puertas a un mundo que nunca creí que pudiera existir.
Y
cuando Hikarí hundió los colmillos en el cuello de la mujer en el mismo momento
en que ella gritaba su orgasmo, se me doblaron las rodillas y casi me caí al
suelo.
Me
apoyé en la pared mientras seguía mirando y escuchando el sonido que hacía
Hikarí al sorber y tragar la sangre. Ni un solo hilillo resbaló por el cuello
de ella. Cuando terminó, la rubia se quedó inconsciente entre los brazos de
Hikarí, que me miró algo indeciso. En aquel momento no supo si había hecho bien
o no al mostrarme tan abiertamente el mundo al que quería introducirme. Supongo
que esperó que me asustara o me escandalizara y que gritara… pobre. Debería
haberme conocido mejor que eso, a esas alturas. No me escandalizo por nada y
pocas cosas me asustaban ya en aquella época.
Lo miré
mientras sostenía a la mujer entre sus brazos.
—¿Y
bien? — me preguntó. Me acerqué a él, le acaricié los labios con el pulgar y
sonreí como respuesta.
Supongo que antes de seguir debería hablar un poco
de mí para que comprendas lo que pensé en aquel momento y por qué tomé aquella
decisión. No fue la promesa de vida eterna (verdaderamente tentadora), ni la
atracción que en aquel momento sentía por Hikarí o el evidente estado de
excitación en que me encontraba, ni siquiera el odiar la mierda de vida que
tenía, sino algo muy simple y terriblemente humano: unas ansias atroces de
encajar en algún lado y de encontrarle sentido a mi vida.
Cuando conocí a Hikarí, hacía más o menos un año
que vivía sola. Mi hermano mayor ya estaba casado y mi padre acababa de
jubilarse cuando decidió que quería volver a vivir en el pueblo del que se
marchó cuando era un niño, y donde tenía una casa en la que veraneábamos cada
año. Arrastró a mamá con él e intentó hacer lo mismo conmigo pero yo me negué
en redondo; amenazó con vender el piso y dejarme en la calle, pero mi
determinación a vivir bajo un puente antes que verme enclaustrada en un pueblo
en el que ni siquiera había un cine, y donde el ADSL era poco menos que un
insulto, le hizo ceder y dejarme el piso para mí.
Yo ya había terminado mis estudios y en la agencia
de viajes donde trabajaba me habían hecho fija, con lo que mi vida profesional
parecía momentáneamente encarrilada. Todo lo contrario que mi vida sentimental, pues hacía unos meses
que había encontrado a mi novio de toda la vida en la cama con la que se suponía
era mi mejor amiga, y el desastre emocional en el que me sumió esa traición fue
superado gracias a una borrachera de tres días en la que conseguí hablar con
Dios (fue una alucinación grandiosa), y a comprender a través de Él que la
mayoría de humanos no valen el suelo que pisan, y mucho menos mis lágrimas y mi
cordura. Así que encaré la vida con alegría y optimismo, haciéndome la fuerte y
parcheando mi corazón roto... Aunque esa espina se quedó clavada y sólo pude
quitármela meses después, ya convertida. Pero eso, más adelante...
Parecía que en mi vida todo iba viento en popa.
¿Por qué no? 27 años, guapa (eso decían, aunque cuando yo me miraba en un
espejo me preguntaba si no verían algo completamente diferente cuando los demás
me miraban a mí), simpática, con un buen trabajo y un buen sueldo, con un piso
para mí sola (todos mis amigos aun vivían con sus padres porque no podían
permitirse otra cosa), sin compromiso que agobiara mi libertad de acción... Lo
tenía todo para ser feliz y, sin embargo, había en mi vida un vacío enorme que
no sabía cómo llenar, como si mi corazón fuese un pozo sin fondo que lo
devoraba todo sin compasión. No había nada, nada, que pudiese rellenar esa
ausencia que no podía identificar, esa falta de ganas de vivir en lo más hondo
de mi espíritu; mi vida no tenía razón de ser y no entendía por qué. Solo había
una cosa que me hacía feliz: desaparecer todo un fin de semana a lomos de mi
Harley, sentir la fuerza del viento golpear en mi cuerpo, el rugir del motor
entre mis piernas y acabar la noche durmiendo en el cuartucho de cualquier
pensión, con el cuerpo entumido por las horas de viaje pero feliz por la
sensación de libertad alcanzada, aunque solo fuese un vacuo espejismo que
desaparecía con la llegada del lunes y la vuelta a la rutina.
En aquella época no sabía
muy bien por qué me sentía desdichada; según mi estado de ánimo del momento le
echaba la culpa a una cosa o a otra, pero nunca llegué a tenerlo muy claro.
Mirando con la perspectiva que da el tiempo, me doy cuenta de una cosa: todo el
mundo pertenece a algo a lo que se agarra con todas sus fuerzas; puede ser la
familia, o un grupo de amigos con los que compartes aficiones, o un colectivo
con el que trabajas para conseguir un objetivo, o un sueño que quieres alcanzar
y que te motiva a seguir adelante. Yo no tenía nada y por lo tanto no
pertenecía a ningún lugar, no encontraba mi sitio en el mundo y me sentía
totalmente desarraigada. ¡Era una adolescente de 27 años!
En este estado me
encontraba cuando Hikarí se acercó a mí y, poco a poco, a través de las
conversaciones mantenidas, intuí un lugar al que pertenecer, un mundo nuevo al
lado de aquellos dos hombres, uno siempre sonriente, el otro permanentemente
taciturno, en el que yo podría encajar a la perfección. Aún no sabía nada de vampiros ni oscuridad pero supe, de alguna
forma que no alcanzo a comprender, que a través de ellos iba a encontrar lo que
hasta ese momento me había sido negado. Por eso, cuando Hikarí me hizo esa
propuesta tan descabellada (conviértete en uno de nosotros y vive una eternidad
de placer), no lo pensé ni un segundo y acepté. Iba a emprender un viaje
maravilloso a través de la noche eterna y por el camino, dejé olvidado todo
aquello que lastraba mi vida hasta convertirme en el nuevo ser que soy ahora, y
que nada tiene que ver con aquella muchacha a la que Hikarí convirtió.
Ya sé lo que pensaréis
muchas de vosotras, y estoy totalmente de acuerdo: una mujer debe encontrar su
lugar en el mundo por ella misma y no a través de un hombre. No era eso
exactamente. Por lo menos, no del todo. Mirándolo con la perspectiva que te da
el tiempo, creo que fue más un presentimiento, un vislumbre fugaz de un futuro
como no había imaginado. Hikarí no me sedujo con palabras de amor, ni me
manipuló con la esperanza de algo más entre nosotros. De alguna forma, sabía que
él no me amaba, que no estaba enamorado de mí, a pesar de sus miradas y sus
sonrisas. Y sorprendentemente, a pesar de todo lo que puedas pensar, yo sabía
que no lo estaba de él. Oh, sí, le quería, me divertía con él, me fascinaba su
sonrisa y deseaba que me hiciera el amor. ¿Pero enamorada? No, en absoluto.
Pero sí me enamoré del
mundo al que me asomé durante unos minutos, en aquel callejón oscuro, viéndolo
alimentarse, saboreando cada instante, cada gota, cada gemido.
Y quise desesperadamente
atravesar el velo que lo separaba de mí.
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