Lisa miró el calendario colgado con un imán en la nevera de
la cocina. 14 de febrero. San Valentín.
Arrugó la nariz y suspiró. El tercer san Valentín con
Joaquín.
Caminó hacia el balcón mientras se comía, cucharada a
cucharada, el yogur que sostenía en la mano. Miró a través de los cristales
empañados (afuera hacía un frío mortal) pero todo lo que pudo ver fueron
imágenes distorsionadas por el vaho acumulado.
Terminó el yogur y volvió a la cocina para tirar el envase
vacío en la basura. Después se lavó las manos, se enjuagó la boca y se secó con
la toalla que siempre tenía allí.
Casi cuatro años llevaba saliendo con Joaquín. Era un
hombre apuesto y divertido, muy cariñoso, amigo de sus amigos y un amante de
ensueño. Pero durante las últimas semanas, Lisa se estaba planteando dejarle.
No era que ya no le quisiera. Lo cierto era que, a pesar
del tiempo transcurrido, seguía sintiendo las mariposas en la barriga cada vez
que él la miraba risueño y le guiñaba el ojo, y las piernas siempre le
temblaban cuando la besaba o empezaba a acariciarla. Lo amaba, sí, pero Lisa
había cumplido ya los treinta años y Joaquín no le daba lo que más quería: una
familia.
Lisa soñaba con establecerse, casarse, tener hijos; y
Joaquín, cada vez que ella sacaba ese asunto, cambiaba de tema sin inmutarse. No
discutían: él no era del tipo de hombre que alza la voz ni grita. Era peor. Con
carantoñas y chistes susurrados, le daba un giro a la conversación hasta
llevarla a cuestiones menos comprometedoras.
Lisa estaba segura que ése precisamente era el problema: el
compromiso. Joaquín no estaba preparado para comprometerse del todo. No era un
ligón, ni siquiera miraba dos veces a otra mujer que no fuera ella; pero Lisa
estaba segura que tenía miedo a la responsabilidad que suponía formar una familia.
Ella sí estaba preparada, pero él no. Ni siquiera había accedido a que vivieran
juntos como hacían tantas otras parejas, sin papeles de por medio.
Le entraron ganas de llorar. ¿Debería darle más tiempo? No
quería dejarle, no cuando habían construido un amor tan fuerte y una relación
tan bonita, basada en la confianza mutua y el compañerismo. No sólo eran
amantes, también eran amigos. Compartían los mismos gustos y muchas aficiones.
Se lo pasaban de muerte tanto si iban a un concierto de Extremoduro, al cine a
ver una de acción, o si se quedaban en casa sacando humo a la Play3. Tampoco
tenían problemas para divertirse si salían de copas con los amigos, o al teatro
o a la ópera.
No quería perder lo que tenían, pero notaba cómo su reloj
biológico iba haciendo tic tac de forma implacable y necesitaba más que un
amante con el que compartir la cama y las diversiones: quería un compañero, un
marido, alguien que siempre estuviera a su lado en lugar de regresar a su casa
a altas horas de la madrugada.
El tercer san Valentín que pasarían juntos, y ella estaba
pensando seriamente en dejarle.
A media tarde recibió un SMS.
“Cariño, vístete de gala para esta noche. Paso a buscarte a las 7 pm en punto. Tengo una sorpresa para ti.”
Se arregló sin prisas. Se sentía extraña: por un lado
estaba ilusionada con la sorpresa (¿qué habría preparado?) pero por otro,
estaba apática porque sabía que, fuera lo que fuese lo que tuviese en mente
Joaquín, ni por asomo sería lo que ella quería: un anillo de compromiso.
Joaquín pasó a buscarla a las siete, puntual como un reloj
suizo, y lo recibió con un beso que le llegó al alma. En el ascensor se besaron
como dos adolescentes, tanteándose y jugando con las lenguas hasta llegar a la
planta baja. Lisa lo besaba casi con desesperación, como si de alguna manera,
le estuviera diciendo adiós.
Ya en el coche, Lisa intentó sonsacarle, pero Joaquín
permaneció mudo como una momia, negándose entre risas a desvelar la sorpresa
antes de tiempo.
A las ocho en punto, estaban subiendo en el ascensor del
hotel Arts, que los llevaría hasta la segunda planta, donde está el restaurante
Arola.
Lisa estaba impresionada. ¡Iban a cenar en uno de los
mejores restaurantes ubicado en uno de los mejores hoteles de la ciudad! Nada
de hamburguesas del McDonalds, ni mejicanos, ni chinos, sino una cena íntima en
un ambiente romántico, con vistas al mar. Empezó a hacerse ilusiones, pero las
desechó rápidamente. Sabía que en los últimos días se había comportado de una
manera diferente con Joaquín, distante y algo introvertida, y quizá éste sólo
quería agasajarla para que volviera a ser la de antes. Pero eso no iba a
ocurrir, a no ser que él...
Cenaron tranquilamente, sin prisas. Joaquín bromeó mucho,
esforzándose por hacerla reír, pero Lisa cada vez estaba más triste y por mucho
que se esforzaba, a duras penas conseguía esbozar una sonrisa.
Cuando llegaron al postre, Joaquín suspiró. Estiró el brazo
por encima de la mesa, con la palma hacia arriba, y la miró a los ojos. Lisa le
cogió la mano y la apretó un instante e intentó sonreír.
—¿Qué ocurre, cariño?— le preguntó él, preocupado. Lisa
negó con la cabeza. Tenía millones de lágrimas tras los ojos, intentando salir
con desesperación, pero luchó contra ellas y las retuvo. Estaba siendo una cena
tan maravillosa que no quería estropearlo con recriminaciones—. ¿No te ha
gustado la sorpresa?
Así que esa era la sorpresa. ¿Por qué se extrañaba? Nada de
románticas declaraciones, ni de anillos ni peticiones.
Joaquín sonrió con tristeza y la miró a los ojos. Se llevó
su mano a los labios y la besó en la palma, con una infinita ternura.
—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?— le preguntó en un susurro.
Lisa asintió con la cabeza. Era como si las palabras le hubieran desaparecido
del cerebro, echándose a correr en desbandada, porque era incapaz de articular
ni una sola.
Entonces Joaquín le hizo un gesto al camarero, éste asintió
y desapareció de su vista. Al cabo de unos instantes, empezó a sonar su
canción: Savin’ me, de Nickelback.
Joaquín se levantó de la mesa, se puso delante de ella y se
arrodilló en el suelo mientras buscaba algo en el bolsillo de su americana.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos?— le preguntó mirándola a
los ojos—. Tú llevabas ese vestido verde tan corto que me volvía loco, el que
intentaste tirar el año pasado y yo no te dejé. Estabas preciosa con tu melena
azabache suelta cayéndote por la espalda y me quedé mirándote cono un idiota
hasta que me decidí a acercarme a ti. Bailamos esta canción, después te invité
a una copa y te acompañé hasta tu casa. Hablamos durante todo el camino y
después seguimos ante la puerta de tu casa hasta que casi se nos hizo de día.
Quedamos al día siguiente para tomar café, pero cuando te di las buenas noches,
yo ya sabía que tú eras la mujer de mi vida—. En ese momento calló durante un
instante para inhalar aire y llenarse los pulmones antes de decir la frase que
iba a cambiar su vida para siempre—. Te quiero, Lisa. Eres lo primero en lo que
pienso cuando me despierto, y la última imagen que se forma en mi cerebro antes
de dormirme, es tu rostro, sonriéndome. Quiero pasar el resto de mi vida a tu
lado. ¿Quieres casarte conmigo?
En aquel momento sacó la mano del bolsillo. En ella tenía
un estuche de joyería. Lo abrió, y dentro había un anillo de oro blanco con un
zafiro azul en el centro, rodeado de seis pequeños brillantes.
Lisa soltó un gritito y se llevó las manos a la boca. Los
comensales en el restaurante los miraron con complicidad, algunos sonrieron
sacudiendo la cabeza, y de repente, todos empezaron a aplaudir.
Joaquín la miraba, expectante, esperando una respuesta, y
Lisa se arrojó en sus brazos, rodeándole el cuello y empezando a repartir besos
por todo su rostro, repitiendo una y otra vez:
—Sí, sí, sí, claro que sí. Te quiero tanto, tanto, mi
amor...
Ambos se levantaron, no sin algunas dificultades, y unieron
sus labios como un símbolo de lo que les deparaba el futuro, un pequeño simulacro
de la felicidad por venir, teniendo como testigos a un montón de desconocidos
que empezaron a aplaudir, entusiastas, viendo en ellos aquello que más deseaban
para sí mismos: AMOR.
Uf que susto me distes ya me veía moqueando como en el ultimo relato:'(
ResponderEliminarY amiga no tengo el cuerpo para el drama, gracias magistral y romántico justo lo que necesitaba :-*
¡¡¡Mujer, cómo voy a hacer algo así en un día como hoy!!! ji ji ji ji No soy tan mala persona... ;-)
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado y que fuera precisamente lo que necesitabas.
Un beso
Muy dulce y romántico!
ResponderEliminarGracias.
Que romántico, gracias.
ResponderEliminarGracias a vosotras.
ResponderEliminarQue lindo, un poquito de romanticismo no cae mal de ves en cuando......y me encantò el anillo!!!! ya lo deseo para mi.
ResponderEliminarPues a mi se me ha ido alguna lagrimilla, sera que todavia estoy sensiblona por San valentin.
ResponderEliminar¡Precioso relato!
Maravillosa escena, sensible, romántica y bonita.
ResponderEliminar¡Ay! L'amour...
Precioso relato. Muchísimas gracias.
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