Cuatro personajes, dos novelas y una historia que transcurre en ambas en el mismo marco temporal pero desde el punto de vista de personajes diferentes: Jack y Grace en la primera, y Thomas y Amelia en la segunda. Un ejercicio literario verdaderamente interesante.
La historia sobre la que giran ambas
historias de amor, es la siguiente:
Veintinueve años atrás, John Cavendish,
hijo segundo (y predilecto) de la duquesa viuda de Wyndham, murió ahogado
frente a las costas de Irlanda. Cuando ésta y su dama de compañía, la señorita
Grace Eversleigh, son asaltadas en el camino de regreso a su hogar, la duquesa
viuda descubre que ese hombre que las está apuntando con una pistola y
pidiéndoles amablemente que le den todas las joyas, es el vivo retrato de su
difunto hijo John, por lo que cabe la posibilidad que sea su nieto.
El bandolero resulta ser Jack Audley, ex
capitán del ejército y medio irlandés, y afirma categóricamente que su padre
era John Cavendish y que se había casado con su madre. Y si eso resultara ser
cierto, pasaría a ser el verdadero duque de Wyndham en detrimento de su primo
Thomas Cavendish, el actual duque e hijo del tercer vástago de la duquesa
viuda, y prometido de lady Amelia Willoghby.
Un lío familiar que sólo se puede
resolver viajando hasta Irlanda y visitando la parroquia donde los padres de
Jack se casaron para comprobar en el registro si realmente ese matrimonio está
inscrito allí o no y determinar, de esa manera, que Jack es hijo legítimo y por
lo tanto, el verdadero duque.
Esta es la historia que nos cuentan
ambas novelas. Vayamos por la primera:
EL DUQUE DE WYNDHAM nos cuenta la
historia desde el punto de vista de Jack Audley, el bandolero, y de Grace
Eversleigh, la dama de compañía de la duquesa viuda.
Pocos personajes masculinos me he
encontrado, tan absolutamente delicioso como este Jack Audley. Divertido,
ingenioso, gracioso... una de esas personas capaces de sacar una sonrisa a
cualquiera en cualquier circunstancia, y de romper una situación tensa o
incómoda con una sola frase chistosa. Un hombre aparentemente superficial, sin
complicaciones, sin traumas ni cargas emocionales, que te enamora desde el
mismo momento en que abre la puerta del carruaje donde viajan las dos damas,
con la intención de asaltarlas, y les dice:
-Señoras,
el placer de vuestra compañía, si me hacéis el favor.
Es refrescante encontrar un personaje
así en una novela histórica, alguien que no tiene un pasado oscuro y deprimente
a pesar de ser huérfano y haberse criado con sus tíos, todo lo contrario al
típico desamparado criado con parientes que no lo quieren y que lo tratan mal, el
personaje torturado tan característico de este género.
Y es difícil construir, a partir de esta
base, un personaje que resulte cautivador y profundo, pero la autora lo consigue
desde el primer momento, logrando que se convierta en un personaje con muchos
matices.
Por otro lado está Grace. Este personaje
es digna antagonista de Jack. Una mujer fuerte, igualmente ingeniosa, está a la
altura de todas sus frases y, sinceramente, puedo asegurar que algunos de sus
diálogos son realmente surrealistas y graciosos.
Pero Grace no es una mujer feliz. Cinco
años atrás sus padres murieron y se vio en la más absoluta indigencia, siendo
salvada sólo porque la duquesa viuda de Wyndham la contrató como su dama de
compañía. Pero la duquesa viuda no es una anciana amable y amorosa, si no una
bruja manipuladora, egoísta y egocéntrica a la que todo el mundo teme. Por eso
se hace tan evidente el buen corazón de Grace, porque a pesar que la duquesa viuda aprovecha
cualquier circunstancia para menospreciarla e, incluso, insultarla, ella le
tiene lástima y la soporta sin quejarse ni una sola vez, sin que eso nos dé la
impresión de que sea una mujer débil y sin espíritu, si no todo lo contrario,
pues es evidente que tiene temple y carácter.
La atracción entre Jack y Grace surge
desde el primer momento, incluso antes de conocer la posibilidad de que él sea
el auténtico duque. Durante toda la novela es más evidente lo que sienten el
uno por el otro, a pesar que él desconoce cuáles serán sus responsabilidades si
acaba llevando el título de duque (entre las que se encuentra el casarse con
Amelia Willoughby), y que ella sabe perfectamente que si él resulta ser el
auténtico duque, no tendrá ninguna posibilidad de tener un final feliz.
Una novela divertida, con el toque
perfecto de drama para no ser considerada una comedia ligera, escrita con el
habitual estilo de Julia Quinn, desbordante de ironía.
En la segunda entrega, LA PROMETIDA DEL
DUQUE, somos testigos de la misma historia, pero a través de las vivencias de
Amelia Willoughby y de Thomas Cavendish.
Amelia fue prometida al duque de Wyndham
con apenas seis meses de edad. Ahora tiene veintiuno y sigue esperando,
paciente y sumisamente, a que Thomas se decida a fijar una fecha para su
enlace. No está enamorada de él, ni siquiera sabe si le gusta porque en todos
esos años, a duras penas han hablado algunas veces; pero sí sabe que está
cansada de esperar, de ser sumisa y paciente y, sobre todo, de tener que
enfrentarse a la lengua viperina de la abuela de su prometido, la duquesa
viuda, una mujer a la que le tiene auténtico terror.
Pero no es un personaje que me acabe de
cuajar. Aunque al principio parece que ha tomado la decisión de tomar las
riendas de su propia vida, en un arrebato, al negarse a bailar con su prometido
en el baile que inicia la historia, a lo largo de la novela parece ser más un
personaje estático, pendiente más que nada de los acontecimientos sin atreverse
del todo a intervenir, mirando cómo otros toman por ella las decisiones
referentes a su vida. Por lo tanto, su intento de evolución se queda en eso, un
mero intento que a mí, personalmente, no me satisface del todo.
Por otro lado tenemos a Thomas Cavendish,
duque de Wyndham. Es un personaje un tanto irritante, muy diferente de su primo
recién descubierto. Altivo, orgulloso, él es Wyndham y como tal se
comporta porque no es capaz de
distanciar al hombre del duque, por lo que cuando se le presenta la posibilidad
de perderlo todo, cae en una profunda crisis de identidad, porque si no es
Wyndham, ¿quién y qué es?
Y lo peor de todo es que, desde el
momento en que Amelia se niega a bailar con él, dejándolo plantado delante de
todos los presentes al baile, se da cuenta que ella existe, que no es una mera
obligación que conlleva su posición como duque. La descubre como mujer, y le
gusta mucho lo que ve. Pero es demasiado tarde porque al día siguiente de ese
descubrimiento, se entera que con toda probabilidad, él no es el duque y, por
lo tanto, Amelia no es su prometida, si no la de su primo Jack. ¿Se trata quizá
de un caso típico de la quiero porque no
puedo tenerla, tan típico de los hombres? Eso es algo que realmente no me
ha quedado claro hasta el final.
Quizá el mejor momento de toda la
novela, es cuando Amelia se encuentra con Thomas en plena calle, estando él
completamente borracho, y lo ayuda a llegar a casa. Ahí es cuando las máscaras
empiezan a caer, cuando ambos descubren en el otro cosas que no creían que tenían
y eso los impulsa a acercarse como nunca antes habían hecho.
Sinceramente, esta segunda novela no me
ha gustado tanto como la primera. Quizá ha sido culpa de haberlas leído una
detrás de otra, pero durante todo el rato he tenido la sensación que le faltaba
algo, quizá una profundidad en los personajes que sí tiene la primera, como si
ésta no fuera más que un mero ejercicio hecho a la fuerza, con desgana. En LA
PROMETIDA DEL DUQUE hay muchos diálogos y escenas que se repiten de EL DUQUE DE
WINDHAM y, aunque algunas de esas escenas son claves y puntos de inflexión y
debían ser reproducidas, quizá la autora podría haberlo hecho de otra manera
(es sólo mi opinión) para que no fueran tan repetitivas y cansinas a la hora de
leer.
En conclusión, la primera novela, EL
DUQUE DE WYNDHAM, es altamente recomendable. Pero la segunda entrega, LA
PROMETIDA DEL DUQUE, sólo lo es si tienes curiosidad por saber qué ocurre entre
Thomas y Amelia, y para contestar algunos interrogantes que quedan en el aire
al final el primer libro.
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