lunes, 16 de junio de 2014

Reseña | Los dos duques de Wyndham | Julia Quinn
























Cuatro personajes, dos novelas y una historia que transcurre en ambas en el mismo marco temporal pero desde el punto de vista de personajes diferentes: Jack y Grace en la primera, y Thomas y Amelia en la segunda. Un ejercicio literario verdaderamente interesante.
La historia sobre la que giran ambas historias de amor, es la siguiente:
Veintinueve años atrás, John Cavendish, hijo segundo (y predilecto) de la duquesa viuda de Wyndham, murió ahogado frente a las costas de Irlanda. Cuando ésta y su dama de compañía, la señorita Grace Eversleigh, son asaltadas en el camino de regreso a su hogar, la duquesa viuda descubre que ese hombre que las está apuntando con una pistola y pidiéndoles amablemente que le den todas las joyas, es el vivo retrato de su difunto hijo John, por lo que cabe la posibilidad que sea su nieto.
El bandolero resulta ser Jack Audley, ex capitán del ejército y medio irlandés, y afirma categóricamente que su padre era John Cavendish y que se había casado con su madre. Y si eso resultara ser cierto, pasaría a ser el verdadero duque de Wyndham en detrimento de su primo Thomas Cavendish, el actual duque e hijo del tercer vástago de la duquesa viuda, y prometido de lady Amelia Willoghby.
Un lío familiar que sólo se puede resolver viajando hasta Irlanda y visitando la parroquia donde los padres de Jack se casaron para comprobar en el registro si realmente ese matrimonio está inscrito allí o no y determinar, de esa manera, que Jack es hijo legítimo y por lo tanto, el verdadero duque.
Esta es la historia que nos cuentan ambas novelas. Vayamos por la primera:


EL DUQUE DE WYNDHAM nos cuenta la historia desde el punto de vista de Jack Audley, el bandolero, y de Grace Eversleigh, la dama de compañía de la duquesa viuda.
Pocos personajes masculinos me he encontrado, tan absolutamente delicioso como este Jack Audley. Divertido, ingenioso, gracioso... una de esas personas capaces de sacar una sonrisa a cualquiera en cualquier circunstancia, y de romper una situación tensa o incómoda con una sola frase chistosa. Un hombre aparentemente superficial, sin complicaciones, sin traumas ni cargas emocionales, que te enamora desde el mismo momento en que abre la puerta del carruaje donde viajan las dos damas, con la intención de asaltarlas, y les dice:

-Señoras, el placer de vuestra compañía, si me hacéis el favor.

Es refrescante encontrar un personaje así en una novela histórica, alguien que no tiene un pasado oscuro y deprimente a pesar de ser huérfano y haberse criado con sus tíos, todo lo contrario al típico desamparado criado con parientes que no lo quieren y que lo tratan mal, el personaje torturado tan característico de este género.
Y es difícil construir, a partir de esta base, un personaje que resulte cautivador y profundo, pero la autora lo consigue desde el primer momento, logrando que se convierta en un personaje con muchos matices.
Por otro lado está Grace. Este personaje es digna antagonista de Jack. Una mujer fuerte, igualmente ingeniosa, está a la altura de todas sus frases y, sinceramente, puedo asegurar que algunos de sus diálogos son realmente surrealistas y graciosos.
Pero Grace no es una mujer feliz. Cinco años atrás sus padres murieron y se vio en la más absoluta indigencia, siendo salvada sólo porque la duquesa viuda de Wyndham la contrató como su dama de compañía. Pero la duquesa viuda no es una anciana amable y amorosa, si no una bruja manipuladora, egoísta y egocéntrica a la que todo el mundo teme. Por eso se hace tan evidente el buen corazón de Grace,  porque a pesar que la duquesa viuda aprovecha cualquier circunstancia para menospreciarla e, incluso, insultarla, ella le tiene lástima y la soporta sin quejarse ni una sola vez, sin que eso nos dé la impresión de que sea una mujer débil y sin espíritu, si no todo lo contrario, pues es evidente que tiene temple y carácter.
La atracción entre Jack y Grace surge desde el primer momento, incluso antes de conocer la posibilidad de que él sea el auténtico duque. Durante toda la novela es más evidente lo que sienten el uno por el otro, a pesar que él desconoce cuáles serán sus responsabilidades si acaba llevando el título de duque (entre las que se encuentra el casarse con Amelia Willoughby), y que ella sabe perfectamente que si él resulta ser el auténtico duque, no tendrá ninguna posibilidad de tener un final feliz.
Una novela divertida, con el toque perfecto de drama para no ser considerada una comedia ligera, escrita con el habitual estilo de Julia Quinn, desbordante de ironía.

En la segunda entrega, LA PROMETIDA DEL DUQUE, somos testigos de la misma historia, pero a través de las vivencias de Amelia Willoughby y de Thomas Cavendish.
Amelia fue prometida al duque de Wyndham con apenas seis meses de edad. Ahora tiene veintiuno y sigue esperando, paciente y sumisamente, a que Thomas se decida a fijar una fecha para su enlace. No está enamorada de él, ni siquiera sabe si le gusta porque en todos esos años, a duras penas han hablado algunas veces; pero sí sabe que está cansada de esperar, de ser sumisa y paciente y, sobre todo, de tener que enfrentarse a la lengua viperina de la abuela de su prometido, la duquesa viuda, una mujer a la que le tiene auténtico terror.
Pero no es un personaje que me acabe de cuajar. Aunque al principio parece que ha tomado la decisión de tomar las riendas de su propia vida, en un arrebato, al negarse a bailar con su prometido en el baile que inicia la historia, a lo largo de la novela parece ser más un personaje estático, pendiente más que nada de los acontecimientos sin atreverse del todo a intervenir, mirando cómo otros toman por ella las decisiones referentes a su vida. Por lo tanto, su intento de evolución se queda en eso, un mero intento que a mí, personalmente, no me satisface del todo.
Por otro lado tenemos a Thomas Cavendish, duque de Wyndham. Es un personaje un tanto irritante, muy diferente de su primo recién descubierto. Altivo, orgulloso, él es Wyndham y como tal se comporta  porque no es capaz de distanciar al hombre del duque, por lo que cuando se le presenta la posibilidad de perderlo todo, cae en una profunda crisis de identidad, porque si no es Wyndham, ¿quién y qué es?
Y lo peor de todo es que, desde el momento en que Amelia se niega a bailar con él, dejándolo plantado delante de todos los presentes al baile, se da cuenta que ella existe, que no es una mera obligación que conlleva su posición como duque. La descubre como mujer, y le gusta mucho lo que ve. Pero es demasiado tarde porque al día siguiente de ese descubrimiento, se entera que con toda probabilidad, él no es el duque y, por lo tanto, Amelia no es su prometida, si no la de su primo Jack. ¿Se trata quizá de un caso típico de la quiero porque no puedo tenerla, tan típico de los hombres? Eso es algo que realmente no me ha quedado claro hasta el final.
Quizá el mejor momento de toda la novela, es cuando Amelia se encuentra con Thomas en plena calle, estando él completamente borracho, y lo ayuda a llegar a casa. Ahí es cuando las máscaras empiezan a caer, cuando ambos descubren en el otro cosas que no creían que tenían y eso los impulsa a acercarse como nunca antes habían hecho.
Sinceramente, esta segunda novela no me ha gustado tanto como la primera. Quizá ha sido culpa de haberlas leído una detrás de otra, pero durante todo el rato he tenido la sensación que le faltaba algo, quizá una profundidad en los personajes que sí tiene la primera, como si ésta no fuera más que un mero ejercicio hecho a la fuerza, con desgana. En LA PROMETIDA DEL DUQUE hay muchos diálogos y escenas que se repiten de EL DUQUE DE WINDHAM y, aunque algunas de esas escenas son claves y puntos de inflexión y debían ser reproducidas, quizá la autora podría haberlo hecho de otra manera (es sólo mi opinión) para que no fueran tan repetitivas y cansinas a la hora de leer.

En conclusión, la primera novela, EL DUQUE DE WYNDHAM, es altamente recomendable. Pero la segunda entrega, LA PROMETIDA DEL DUQUE, sólo lo es si tienes curiosidad por saber qué ocurre entre Thomas y Amelia, y para contestar algunos interrogantes que quedan en el aire al final el primer libro.




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