sábado, 11 de enero de 2014

Relato: La llave

Este relato fue publicado en la antología "La Llave" hace unos meses. Ahora me he decidido a publicarlo en el blog para que, si no tuviste la oportunidad en su momento, puedas leerlo ahora. Espero que lo disfrutes.

Riiiiiing.
Lorena, Lore para las amigas, se revolvió en la cama aún dormida mientras farfullaba incoherencias.
Riiiiing.
Se giró hacia el otro lado y dio un manotazo a la almohada, que salió volando para quedarse suspendida entre la mesita de noche y el cabezal.
Riiiiing, riiiiiing, riiiiiing.
—Hay que joderse...— murmuró con un cabreo impresionante mientras se levantaba y acudía hacia el telefonillo—. ¡¡¡Qué!!!— gritó mirando con fijeza el aparato, medio dormida—. ¿Sabes qué hora es, pedazo de cabrón? ¿Por qué no vas a molestar a otro..?
—Lore, ¿puedes abrirme, por favor?
La voz masculina que oyó a través del altavoz del telefonillo la dejó ojiplática y temblorosa. Era su vecino, el cachas del segundo B, el que se paseaba en calzoncillos por la cocina mientras se preparaba el desayuno. No es que ella mirara (bueno, no mucho) pero era imposible no verlo a través del ventanuco que daba al patio de luces, justamente enfrente del suyo propio.
—Claro— dijo con una voz algo temblorosa y le dio al botón que abrió la puerta de la calle. A los pocos segundos, oyó el ruido del ascensor al moverse y cuando, poco después, oyó las puertas abrirse en su misma planta, el cabreo había vuelto a apoderarse de ella. ¡Por Dios, eran las cuatro de la madrugada!


Abrió la puerta de su apartamento de un solo tirón y se plantó en mitad del pasillo con los brazos en jarras.
—¿Se puede saber por qué narices llamas a mi puerta a estas horas? ¿Es que vas tan borracho que no has atinado a meter la llave en la cerradura?— medio gritó susurrando para no despertar al resto de vecinos de la planta.
Miguel, el cachas del segundo B, se paró de repente, se giró y la miró intensamente. Se acercó a ella, decidido, y Lore dio un par de pasos atrás hasta volver a entrar en su casa, pero antes que pudiera cerrar él traspasó el umbral y apoyó una mano en la puerta.
—Para tu información, vecina— dijo con aspereza, mostrándole un manojo de llaves y poniéndoselas ante los ojos— la llave se ha roto en la cerradura, y tú eres la única que conozco que no  tiene que madrugar para ir al trabajo. Por eso te he llamado a ti. Pero no te preocupes. La próxima vez preferiré dormir en el callejón de al lado antes que molestarte.
Lore miró primero la mano con la que tenía sujetas las llaves y después levantó la vista hasta toparse con los ojos de un azul intenso de Miguel, que la miraban enfurecidos.
—Tienes sangre en la mano— dijo en un murmullo. Miguel miró su mano y vio que, efectivamente, había una herida que estaba sangrando. No era nada, un simple rasguño en el pulgar que debía haberse hecho al romperse la llave, pero el sangrado era escandaloso.
—No es nada. Buenas noches.
Se giró para marcharse pero se detuvo de repente cuando la oyó a ella decirle con voz queda:
—Entra si quieres. Puedo curártelo.
            —No, gracias— contestó bastante avinagrado. Había tenido un día muy malo en el trabajo, lo habían obligado a ir de cena de empresa con un puñado de gilipollas cuya conversación le había levantado dolor de cabeza y, encima, cuando volvía a casa con ganas de meterse en la cama y dormir, se encontraba con la llave rota dentro de la cerradura.
Lore bufó.
—¡No seas así! Va, pasa. Déjame resarcirte por el griterío...
Miguel la miró y una sonrisa descarada ocupó su boca mientras echaba una ojeada a su vecina, recorriéndola con la mirada de arriba a abajo y después, de nuevo arriba.
—¿Estás segura?
Lore se miró a sí misma y se dio cuenta, en ese instante, que no se había puesto una bata encima. Llevaba una camiseta de tirantes tan corta que dejaba al aire su ombligo, y unas braguitas de algodón blanco. Levantó una ceja, se cruzó de brazos y miró con socarronería a Miguel.
—Por favor, no seas infantil. Cuando voy a tomar el sol llevo mucha menos ropa.
—¿En serio?
—Hago topless— afirmó con naturalidad. Miguel, que no era un santurrón pero tampoco estaba muy acostumbrado a que las mujeres le hablaran con tanta franqueza, por lo menos no las del tipo de su vecina Lorena (entiéndase por “tipo” a las mujeres con cerebro) miró su dedo herido y vio que había empezado a gotear—. Vas a ensuciar la moqueta del pasillo y los vecinos me van a dar la lata para que lo limpie porque pensarán que ha sido cosa mía... ¿Sabes lo que cuesta limpiar la sangre de un tejido?
—No— contestó. Lore se apartó de la puerta e hizo un gesto con la cabeza.
—Anda, no te quedes ahí pasmado y entra—. Miguel entró detrás de ella, que caminaba con los pies descalzos. El suelo era de parqué clarito, con vetas más oscuras—. Quítate los zapatos y déjalos en la entrada, por favor— le dijo mientras desaparecía tras una puerta. La oyó trastear, abrir algunos armarios, el correr del agua, y al ratito salió con una palangana llena de agua jabonosa, una toalla, una botellita de yodo y un paquete de tiritas. Lo dejó todo sobre la mesita de café—. Siéntate en el sofá.
Miguel se sentó sin decir nada y la dejó manipular el dedo herido. Se lo lavó con cuidado, después se lo secó con la toalla con ternura y finalmente, le puso unas gotitas de yodo y sopló con delicadeza.
La miró embobado. Su vecina llevaba el pelo corto, en punta y despeinado, oscuro con algunas mechas más claras. Su rostro era ovalado, con un leve matiz bronceado pero sin llegar a esos extremos tan artificiales que daban los rayos UVA. Toma el sol, pensó, y en topless. ¿Tendrá los pechos igual de morenitos? Ese pensamiento le envió una punzada de deseo hacia la ingle y se sintió tentado de levantar la mano y pasársela por la mejilla.
Lore estaba concentrada en su labor, esperando que el yodo se secara para poder ponerle la tirita sin que se despegara, y sus ojos transmitían determinación. Cuando se agachó para coger la caja de tiritas que se había caído al suelo, Miguel no pudo evitar ver por encima del escote y sonrió. Sip, las tiene morenas.
Lore levantó el rostro de repente y lo pilló in fraganti, mirándola los pechos con una sonrisa bobalicona en la cara. Ella entrecerró los ojos y lo miró, furibunda, y Miguel tuvo la decencia de ponerse más colorado que una remolacha.
—Lo siento— musitó, aunque lo único que sentía era que lo hubiera pillado—. No ha sido mi intención...
Lore se dejó caer hacia atrás en el sofá, apoyando la espalda, con la caja de tiritas aún entre las manos.
—¿Cuánto tiempo hace que te mudaste a este edificio?— le preguntó. Miguel se sintió descolocado, porque no supo ver a qué venía eso.
—Seis meses— balbuceó.
—Y en todo este tiempo, ¿hasta ahora no te has fijado en mis domingas? ¿Eres gay?
Lorena se acercó el rostro mirándolo fijamente, con los ojos entrecerrados, y le puso una mano sobre el muslo. Miguel se echó hacia atrás de un salto, sintiéndose acosado sexualmente, pero no pudo librarse de esa mano traviesa que lo sujetaba con fuerza.
—¡No!— casi gritó, ofendido—. ¡Por supuesto que no soy gay!
Lore sonrió con perversidad.
—¿Y qué te parecen?
—¿E-el qué?
—Mis pechos, claro. ¿De qué estamos hablando si no?
—M-muy bonitos.
—¿Verdad que sí? ¿Quieres verlos mejor?
—Y-yo... no sé...
Miguel estaba totalmente confundido, casi temeroso. ¿Qué es lo que pretendía esta mujer? Pregunta tonta donde las haya.
—Mira, te voy a ser sincera— le dijo Lorena con un suspiro, siendo consciente del estado de aturdimiento de su pobre vecino—. Me has despertado a las cuatro de la madrugada, yo estoy medio desnuda y tú eres un bombonazo de aquí te espero con una erección que debe dolerte una barbaridad. ¿No quieres retozar un ratito para después poder dormir como un bebé?
Miguel se encendió como una bombilla de discoteca, miró hacia su entrepierna y se dio cuenta, completamente azorado, que Lorena tenía razón. Estaba empalmado y ni se había dado cuenta.
—Pues... la verdad...
—Aaaaggggh— exclamó exasperada, quitando la mano del muslo de Miguel y cruzando los brazos sobre sus pechos—. ¿Qué coño os pasa a los tíos? ¿Por qué cuando os entran directamente os acobardáis?
—¡No nos acobardamos!— contestó ofendido por la recriminación—. Simplemente... me has sorprendido.
—Sí, ya, ahora se llama “sorprenderse” a eso...— Miguel miró a su alrededor con el ceño fruncido, como si buscara algo—. ¿Y ahora, qué?
—Busco las cámaras, porque esto ha de ser un objetivo indiscreto.
—¡Sí, claro! Y que se te rompiera la llave en la cerradura, estaba preparado... Mira, ¿sabes qué? Deja que te ponga la tirita, te vas, y te olvidas de todo lo que he dicho— dijo con decisión, mientras cogía el dedo pulgar de Miguel, lo obligaba a mantenerlo alzado y empezaba a ponerle la tirita—. Hazte el efecto que ha sido una pesadilla o algo así.
—¿Algo así? ¿Algo así como un sueño erótico?— preguntó olvidando su desconcierto y pensando que ¡qué coño! no cada día se le presentaba una oportunidad como ésta y que sería un tonto de capirote si no la aprovechaba. Al fin y al cabo, la vecinita Lore estaba buenísima—. ¿Me vas a echar después de tu inconsciente striptease y de tu proposición indecente?
—De verdad, ¿tienes complejo de veleta, o qué? Porque tío, no hay quién te entienda... Hace un momento...
No la dejó terminar la frase. En cuanto ella soltó su pulgar, él se abalanzó sobre esa boca tan apetitosa que no dejaba de decir tonterías. La besó, con ternura primero, tanteando sus labios. Lore se quedó quieta, sorprendida por lo decidido que parecía ahora, la confusión que lo había gobernado durante los últimos minutos totalmente olvidada en el baúl de los recuerdos. Poco a poco se abandonó y una sonrisa traviesa entreabrió los labios. Miguel aprovechó la circunstancia e invadió el interior de la boca con su lengua, besándola con pasión ahora, mientras sus manos vagaban lentamente por la cintura descubierta, subiendo indecisas por la espalda, atento a un no que esperaba no se produjera.
Lore se dejó caer hacia atrás en el sofá, llevándoselo con ella. Empezó a tirar de la camiseta de manga corta de Miguel, sacándola de dentro de los pantalones, obligándolo con un tirón a romper el beso para poder sacársela por la cabeza.
Ambos respiraban con agitación y se miraron a los ojos durante unos instantes, incrédulos por encontrarse en esa situación y tan tremendamente excitados. Lore pasó las manos por el pecho musculoso, bajándolas poco a poco, hasta llegar a la cinturilla del pantalón, sin dejar de mirarlo a los ojos, que habían pasado de un azul intenso a uno tormentoso. Desabrochó el botón, bajó la cremallera, e introdujo la mano dentro de los calzoncillos hasta acariciar la atormentada longitud que allí permanecía presa. Miguel aspiró con fuerza y cerró los ojos mientras se deleitaba en esa ligera caricia que le hizo temblar.
—Dios, nena...— susurró, y volvió a atacar su boca sin contemplaciones mientras sus caderas iniciaban un vaivén cadencioso al mismo ritmo que las caricias de Lore. Se apoyó en un codo mientras dirigía la otra mano bajo la camiseta de tirantes de ella, apoderándose de uno de sus pechos. Empezó a acariciarla, jugando con el pezón, y emitió una sonrisita en medio de un gruñido cuando ella curvó la espalda y levantó los pechos en respuesta. Tiró de los tirantes hasta romperlos y dejar al descubierto los senos. Se apoderó del otro con la boca y empezó a chupar, lamer y morder con delicadeza, haciendo que ella empezara a revolverse inconscientemente, víctima del placer que sentía.
Lore tiró de los pantalones y los calzoncillos hacia abajo, primero con las manos, después ayudándose con los pies cuando ya no llegó con las primeras, hasta que quedaron a la altura de las rodillas de Miguel. Éste cogió las braguitas de algodón e intentó romperlas tirando de ellas, pero no pudo. Lore se rio, divertida con sus esfuerzos.
—No se rompen tan fácilmente— le dijo entrecortadamente mientras tiraba de ellas hacia abajo—. ¿Condón?
Miguel se quedó quieto durante un segundo, no sabiendo bien qué era lo que había dicho ella. Después se horrorizó durante otro momento hasta que recordó que en su cartera había dos guardados. Respiró aliviado, intentando controlarse, y se incorporó para que, mientras él los sacaba, Lore pudiera deshacerse de las malditas bragas que le entorpecían el camino.
—¿Me lo pones tú?— le preguntó mientras le ofrecía el envoltorio semitransparente.
—De color rojo fresa... Mmmmm... No sabía que eras un temerario.
Rompió el envase y se lo colocó cuidadosamente mientras lo miraba. Miguel había vuelto a cerrar los ojos al sentir el tacto de sus dedos sobre el miembro. Cuando lo tuvo puesto, Lorena le rodeó las caderas con las piernas y lo atrajo de nuevo sobre ella para volver a besarlo mientras él la penetraba y empezaba de nuevo ese cadencioso baile de vaivén.
Empezaron a gemir. Miguel le acarició el vientre y dejó que su mano vagara hacia abajo cada vez más, hasta encontrar el botón mágico de Lore. Abordó el clítoris con entusiasmo, acariciándolo con decisión mientras Lore gemía más y más alto dentro de su boca. Se apartó unos centímetros para poder verle el rostro cuando se corriera.
De repente ella estalló, sintiendo su cuerpo fracturarse en mil pedazos que volaron maravillados, y gritó con entusiasmo.
—¡Miguel! ¡Diooooosssss!
Miguel sonrió satisfecho mientras una gota de sudor le resbalaba por la frente, caía por la nariz y se aposentaba sobre el labio superior. Lore se abalanzó a por ella, lamiéndola, y Miguel volvió a besarla profundamente mientras empujaba cada vez más rápido con las caderas, sintiéndose en el límite de su resistencia. Explotó, derramando su semilla dentro del condón, y cayó desmadejado sobre Lore, que aún estaba intentando recuperarse del mejor orgasmo de su vida.
—Vecino— dijo Lorena en un susurro, casi sin fuerzas, con la boca pegada al oído de Miguel—. Procura romper la llave más a menudo y llámame sea la hora que sea. Estaré aquí para abrirte la puerta.
Miguel rompió a reír, haciendo que los hombros se sacudiesen. Levantó la cabeza un poco, la miró a los ojos, le dio un tierno beso en los labios y le dijo:
—Cariño, voy a olvidarme las llaves en casa cada noche si eso te hace feliz.


Para la antología “La llave”.
D.W. Nichols



6 comentarios:

  1. Frescura y gracia lo definen muy bien,tiene un punto Erotico hilado perfecto,me a encantad!

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  2. Gracias, D. W. Nichols. Me ha encantado!!!

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  3. Hola, buenas noches, Gracias por compartir D. W. Nichols.
    Esta genial, besossssssss.

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