Odio los bajones emocionales que casi siempre me sorprenden, porque no tienen ningún motivo real para estar ahí. Sé que le doy demasiadas vueltas a mi pobre cabeza, y que tengo demasiada facilidad para empatizar con personajes de ficción, pero cuando éstos te remueven las entrañas de tal forma a como lo han hecho conmigo éstos dos... no puedo evitarlo.
Terminé de leer "Más profundo", de Megan Hart. Si tienes intención de leerla y no lo has hecho aún, mejor dejas de leer esto ahora mismo, porque tengo la necesidad de hablar de ciertas cosas que no debes saber.
Llegar al final y asistir a la terrible confesión de Nick, afirmando lo que como lectora ya sabía o intuía desde el principio, no fue duro. Lo que me dejó en shock fue pensar en cuántas personas reales había en el mundo que no tenían a nadie en absoluto, personas que no eran capaces de darse al amor de ninguna manera, por diferentes motivos, y que por eso, estaban total y aterradoramente solas, hasta el punto que si desaparecían del mundo, como le pasó a Nick al morir ahogado en el mar, nadie los iba a echar de menos.
Lloré con esa historia, no puedo negarlo, pero no por un amor que no llega a buen puerto, si no por la desolación al pensar en un ser humano, ávido de amar y ser amado, como cualquier otro, pero tan herido y confundido, que no fue capaz de romper las cadenas con las que él mismo se mantenía prisionero. Y cuando al fin consigue hacerlo, el destino le arrebata todo de un plumazo.
Cerré los ojos e intenté imaginarme sin tener a mi lado a mi marido, al que a veces ahogaría con mis propias manos; o sin mi hija, que a veces me saca de quicio. Sentirme completamente sola y sin nadie, ponerme en el lugar de Nick. Pensar en lo cruel e injusta que es a veces la vida, sin metáforas.
Dicen que todos morimos solos, pero no es cierto. Aunque el acto de morir en sí es solitario, y que el hecho de tener a nuestro lado a la gente que queremos, probablemente no lo hace ni mejor ni más fácil, la verdad es que, si estamos rodeados de gente que nos quiere y a la que queremos, sean pocos o muchos, implica que nuestra vida ha valido la pena. Hayamos cumplido nuestros sueños, o no; hayamos sido felices, o no; si tenemos en nuestro corazón el recuerdo de personas que nos han querido y a las que hemos correspondido, si hay personas en el mundo que llorarán por nosotros cuando no estemos, y que nos echarán de menos de vez en cuando, soltando ni que sea una solitaria lágrima con nuestro recuerdo, querrá decir que algo hemos hecho bien, que no hemos sido cobardes a la hora de amar y ser amados, que hemos sido valientes arriesgándonos a la amistad y al dolor, que el miedo al rechazo y a ser traicionados no nos han impedido darnos a nosotros mismos en el acto más desinteresado del que el ser humano es capaz.
No me arrepiento de todas las veces que he dado mi corazón, ni tampoco de todas las veces que me lo han roto. Por eso sigo apostando por la amistad una y otra vez y, lo mejor de todo, es que aunque me he equivocado más veces de las que he acertado, la felicidad que éstas últimas me han aportado, han hecho que valieran la pena todas las lágrimas que he derramado por aquellos que me han defraudado.
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