Jason salió de la casa con el cuerpo agarrotado. ¡Dios! Tenerla entre
sus brazos había sido como abrazar la luna, un sueño. Y con ese vestido... Se
estremeció solo de pensar en la suavidad de su piel y el perfume de su pelo...
Tendría que mantenerse alejado de ella el resto de la tarde, pero se moría de
ganas de volver a abrazarla.
Cuando Jason las dejó
solas, Sofía abrazó muy fuerte a su hija.
—¿Le quieres mucho,
verdad?— le preguntó. Ruth se ruborizó y no contestó—. Si le quieres, ve a por
él.
—¡Mamá!
—Cariño, los hombres a
veces, además de tontos, son ciegos. Él está loquito por ti, pero no se atreve
a dar el primer paso. ¡A saber qué tonterías pasarán por su cabeza! Hazme caso,
si le quieres de verdad, díselo. Tenéis mi bendición—. Las lágrimas fluyeron
por el rostro de Ruth; eran de alegría y agradecimiento por tener una madre tan
estupenda—. Y ahora me voy, que Cesca me está esperando. Hasta la noche,
cariño.
—Hasta la noche, mamá.
Jason ya tenía la mula
preparada cuando Sofía salió de la casa. Montó, agarró fuerte las riendas y,
antes de irse, le dijo a Jason, muy seria:
—Ni se te ocurra correr a
esconderte cuando yo me haya ido. Ruth quiere hablar contigo de algo muy
importante, así que entra en la casa.
Jason asintió. De pronto
volvió a sentirse como cuando era niño y Sofía lo reñía por haber hecho alguna
trastada. Entró en la casa sin atreverse a replicar. Sofía sonrió, satisfecha.
Si hoy no se aclara todo entre estos dos, pensó, no se aclarará nunca.
Recordaba como si fuese ayer la primera vez que Mauro y ella habían hecho el
amor; Sofía, cansada de esperar que aquel muchachote grande y fuerte se
decidiese, había trazado un plan. Salió bien y estuvieron juntos hasta que lo
mataron. De repente se sintió terriblemente sola. Quizá Ruth tenía razón y
debía buscar un hombre que le calentase los pies por la noche...
Ruth estaba sentada con
sus manos en el regazo, mirándoselas, cuando Jason entró. Son feas, pensaba, y
están llenas de callos. No son las manos de una mujer bonita. ¡Tengo tanto
miedo!
—Tu madre me ha dado dicho
que quieres hablar conmigo—; la voz de Jason apenas fue un susurro. Tenía el
estómago encogido y el corazón en un puño. ¿Que pasaba? ¿Por qué Ruth tiene los
ojos enrojecidos de llorar? Tuvo miedo.
—¿Crees que soy bonita,
Jason?
La pregunta lo cogió por
sorpresa y al principio dudó; no supo qué decir. La duda en los ojos de él hizo
encoger el corazón de Ruth.
—Si no lo soy puedes
decírmelo.
—Eres muy hermosa—. ¿A
qué venía eso? ¿A donde quería llegar?
—¿Y crees que puedo
enamorar a cualquiera?
Fue como una cuchillada.
¿A cualquiera? ¿De quién estaba hablando? No, no, no, no. Esto no me gusta. No
me gusta nada.
—¿A quién quieres
enamorar?—. Su voz sonó fría, glacial. Se estaba preparando para lo peor; Ruth
se había enamorado de otro, seguro, pero ¿de quién? Lo mataría si la hacía
sufrir, maldito fuera.
—A ti—, dijo Ruth.
Las palabras penetraron
poco a poco en la comprensión de Jason. A ti. Tres letras que derrumbaban con
la fuerza de un huracán todas sus dudas. A ti. Dos pequeñas palabras, frágiles
como una amapola, suaves como el terciopelo de su vestido, y que sin embargo
dieron a su corazón la fuerza de cien toros. A ti. A mí. Me quiere a mí...
Se acercó a ella. Ruth
seguía sentada en la silla. Había bajado la vista, avergonzada y llena de
temor. Jason se arrodilló, le cogió las manos y se las besó, primero una,
después la otra, y hundió la cara en su regazo, agarrándose con fuerza a su
falda. Las lágrimas pugnaron por salir de sus ojos pero luchó para impedírselo.
¡Qué pensaría de él si lo viese llorar!
—A mí ya me tienes, Ruth—
susurró con la voz entrecortada.
Ruth le acarició el pelo,
largo y rubio. El corazón le latía como el galope de un caballo. ¿Por qué no la
besaba? Enlazó sus manos con las de él, dedo con dedo, palma con palma. Jason
levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos. Había empezado a llorar
sin poder evitarlo y las lágrimas resbalaban por sus mejillas de hombre. Ruth
acercó su rostro al de él, ofreciéndole sus labios entreabiertos, invitando a profanarlos
con sus besos.
Se besaron. Sus labios se
unieron con timidez buscando cada uno la vida en el otro, suavemente, como si
temiesen que la magia del momento, con las prisas, pudiera romperse. Sus
lenguas jugaron en la boca del otro, bebiéndose ese instante de felicidad.
Se separaron,
sorprendidos y un poco aturdidos, no sabiendo muy bien qué hacer a
continuación, pero sintiendo en su cuerpo esa presión que provoca el deseo.
—¿Y Sofía? ¿Qué dirá?
—Tenemos su bendición.
Tanta felicidad no podía
ser posible. Se levantaron sin soltar sus manos, y se quedaron de pie, el uno
frente al otro, mirándose, asustados del momento. Ruth soltó sus manos y se
colgó de su cuello. ¡Era tan alto! Él volvió a besarla, en la boca primero,
para ir bajando poco a poco, beso a beso, por el cuello hasta el nacimiento de
sus senos, esa fantástica parte de su cuerpo que dejaba a la vista el vestido
de mujer. Ruth pasó las manos entre los cabellos de Jason, alborotándoselos. Su
corazón estaba tan acelerado que creía que se le saldría del pecho.
—Debemos parar ahora—
dijo él separándose de Ruth—, antes que no pueda.
—No quiero que pares.
Quiero llegar hasta el final—. Ruth habló en susurros, entrecortadamente,
aferrándose a él con las palabras.
—¿Estás segura?
Ruth asintió con la
cabeza y se dio la vuelta, quedando de espaldas a él.
—Ayúdame con el vestido.
Deshizo los lazos y tiró
de las cintas. Sus manos temblaban de emoción e impaciencia. No podía creerlo.
Para él, se estaba obrando un milagro. El vestido cayó al suelo y la espalda de
Ruth apareció ante su vista. Sin darle la vuelta, la abrazó por la cintura y le
besó en el cuello. Sus pechos tenían la firmeza de los dieciséis años y eran
suaves; los acarició con las dos manos mientras ella gemía de placer,
totalmente abandonada a aquel momento de felicidad perfecta. Buscó el lazo de
sus enaguas y lo deshizo, dejando que cayeran al suelo y le bajó los calzones
con sus manos, dejando un reguero de besos por toda su espalda, hasta llegar a
sus nalgas desnudas, que acarició con manos y labios mientras ella seguía
gimiendo.
Se levantó y se quitó la
camisa. Hizo que ella se girara y volvió a besarla en la boca. El deseo
contenido estaba siendo liberado y él tenia que hacer auténticos esfuerzos para
ir despacio porque su sed de ella era tan grande que si se dejaba llevar podría
hacerle daño y no se lo perdonaría nunca. Ella era virgen aún y no podía permitir que su primera experiencia
resultara un mal recuerdo. Le besó los pechos y jugó con sus pezones,
acariciándolos con su lengua, primero uno y después el otro, chupándolos con delicadeza. Ella estaba cada
vez más excitada; lo notaba en su respiración, en sus gemidos, en sus músculos
tensionados... Volvió a besarla en la boca mientras la abrazaba apretándola
contra su cuerpo. Sus labios eran tan dulces...
Ella se estremeció al
notar entre sus muslos el pene de Jason en plena erección y deseó sentirlo en
su interior. Él la cogió en sus brazos y la llevó hasta la cama, donde la dejó
para poder quitarse la ropa que le quedaba. Se acomodó a su lado, apretaditos
en esa cama pequeña, y hundió la mano entre los muslos de Ruth, acariciándole
el clítoris con delicadeza. Sus gemidos se incrementaron y mientras, él la
miraba extasiado.
Volvió a besar y lamer
sus pechos sin dejar que su mano saliera de su sexo; jugueteó con sus dedos
dentro de ella, preparándola para lo que vendría a continuación. Se puso encima
de ella y Ruth abrió sus piernas recibiendo en su interior la lanza de Jason,
que la hizo gritar de placer y alegría mientras él se esforzaba por
complacerla, resistiendo el envite del orgasmo que quería ser liberado. Aguantó
mientras ella le clavaba las uñas en su espalda y sus bocas volvían a encontrarse
una y otra vez, con desesperación, mientras su pene cumplia con su trabajo
rítmicamente, marcando el compás con sus gemidos, y cuando ella empezó a gritar
y a empujar también con su pelvis, él supo que podia dejarse ir, y el orgasmo
les llegó como agua de mayo, haciéndoles sentir que el resto del mundo era una
alucinación y que lo único real eran ellos dos fundidos en uno, para siempre.
Pero ese siempre se
terminó y se quedaron abrazados durante un buen rato, sorprendidos por lo que
acababan de hacer.
—Ha sido maravilloso—
dijo Ruth rompiendo el silencio.
—Sí, y lo será más a
medida que aprendamos.
—La práctica hace al
Maestro, como decía mi padre.
Jason se rió, divertido.
—No creo que lo dijera
pensando en esto.
La miró y en sus ojos vió
un brillo que antes no estaba, como si haber hecho el amor le hubiese dado una
visión distinta de las cosas. Estaba seguro que Ruth seguiría siendo
maravillosa dentro de treinta años, porque su verdadera belleza estaba en su
alma, y cuando los años y el duro trabajo de la granja estropeasen su piel y
sus facciones, sus ojos seguirían irradiando la belleza que provenía de su alma
e incluso cuando fuese una viejecita y estuviese rodeada de nietas jóvenes,
seguiría siendo la más hermosa...
—¿Quieres que sigamos
practicando?
Sus pezones contestaron
por ella, poniéndose duros otra vez, y él subió la mano libre para
pellizcarlos. La penetró de nuevo sin cambiar de postura, apretándola contra sí
mientras ella gritaba.
—¡Sí!¡Sí!¡No
pares!¡Sí!¡Oh, Dios!
Y empujó y empujó y
empujó hasta que el orgasmo terminó y los dejó completamente agotados. Se
durmieron, tapándose con las mantas, uno en brazos del otro, y así los encontró
Sofía cuando volvió por la noche.
Se casaron al cabo de
seis meses, con la bendición de Sofía, y os aseguro que en ese tiempo,
practicaron tanto que casi rozaban la maestría...
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