Sinopsis:
La casa Horwing, soberana del Reino de Nirala, tiene un lema: No hay más derrota que la rendición. Cuando Ioren el Rojo, uno de los líderes de los Hombres del Mar, es capturado y conducido a la justicia del Rey, el príncipe Driadan decide tomarle como esclavo en un arrebato de orgullo y envidia. Este hecho desencadenará drásticos sucesos que cambiarán para siempre la vida de Driadan, embarcándole en un periplo a lo largo del continente en pos de la venganza y la supervivencia. El lema de su familia será puesto a prueba cuando deba enfrentarse a un mundo crudo y salvaje… junto a la persona que más odia. En Fuego y Acero, la distancia entre el orgullo y el honor, la fuerza y la tiranía, el amor y el odio, queda reducida a cenizas por las intensas pasiones de sus protagonistas, que desafiarán incluso a su propio corazón para forjar su destino.
Reseña:
Antes de empezar a hablar de esta novela, tengo que
confesaros qué no es: no es una historia de personajes vacuos, hundidos por
problemas simples; no es una novela de esas en las que los protagonistas se la
pasan metiéndose la lengua hasta el cogote, a pesar que las escenas de sexo son
de alto voltaje; no la considero una novela homo, aunque los dos protagonistas
son hombres. ¿Por qué?
Porque es más, mucho más.
Es una historia fantástica en la mejor tradición. Es la
historia del deseo que un príncipe de dieciséis años siente por un esclavo al
que odia. Es la historia de una iniciación, de cómo ese príncipe se convierte
en hombre. Es la historia de un destino, y de cómo un hombre debe enfrentarse a
él, con la cabeza alta y sin arrepentimientos. Es la historia de un odio mutuo
y de un hombre y un muchacho que a pesar del desprecio que sienten el uno por
el otro, saben que se necesitan para poder sobrevivir. Es la historia de un
amor nacido en las circunstancias adversas que los golpean sin piedad. Es una
historia de derrotas en las victorias, y de victorias en las derrotas.
Ioren, el hombre, el bárbaro, orgulloso a pesar de las
cadenas de la esclavitud, salvaje e ingobernable, y sin embargo, capaz de tanta
ternura. Driadan, el muchacho, el príncipe consentido, débil y afeminado, capaz
de doblegar al hombre con simples besos. Dos protagonistas tan excepcionalmente
complejos, profundos y contradictorios, que se hace extraño que sólo sean de
papel, enfrentados a situaciones terribles en las que está en juego su misma
alma. Dos hombres envueltos en un intrincado laberinto de emociones, venganza y
deberes inexcusables, que acaban llevándolos por caminos que no quieren
recorrer.
Una historia de fantasía, de amor y odio, con un ritmo
espléndido y una prosa fluida y llena de poesía que te encadenará y te
convertirá en esclava de sus palabras. Da igual que no te guste la homoerótica,
y no importa que esté clasificada como romántica, porque enclaustrar esta
novela con estas dos denominaciones es como encerrarla en una jaula e
impedirnos ver qué hay más allá.
Podría hablar y hablar sobre ella, reiterándome en lo mismo
y repitiendo los mismos conceptos pero con otras palabras, pero la única verdad
es que hay que leerla para poder comprender a qué me refiero, porque puedes hablarle
a un ciego de una puesta de sol, intentar plasmar en palabras la belleza del
momento, pero sólo podrá entenderte de verdad si algún día recupera la visión y
puede verla por sí mismo.
“-Escucha, y aprende esto- empezó, en un susurro cansado-. El odio nunca decepciona, joven príncipe. El amor, siempre. Si llegas a sentirlo, guárdalo en ti, pero nunca lo digas.-¿Por qué?- Driadan se relajó un poco-. Ahora soy yo el que no entiende.-Porque el amor que se encierra en las palabras, las empuña como armas, y con ellas hace daño- respondió Ioren, pasándole los dedos por los cabellos, hablándole al oído-. Las palabras son cinceles que lo deforman. El odio te da todo cuanto esperas de él. El amor, muy rara vez.”
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