Ileana aparcó en el arcén de
la carretera de tercera antes que el coche se incendiara, sacó las llaves del
contacto, agarró con fuerza el volante y gritó de rabia. Debería haber hecho
caso de su agente. ¿Por qué se le metió en la cabeza hacer este viaje,
atravesando Estados Unidos, aprovechando los días que le quedaban antes que
caducara su visado? Y con un coche de segunda mano, por Dios. Debería haberse
comprado uno nuevo, al fin y al cabo podía permitírselo.
Bajó del coche y miró a su
alrededor. La carretera estaba perdida de la mano de Dios. Como ella. Perdida y
sola en una carretera que atravesaba un bosque frondoso sin ninguna casa a la
vista. Tampoco es que pudiera ver mucho más allá de los árboles.
Buscó el móvil dentro del
bolso. Sin cobertura. Que sorpresa, ¿eh? Como si alguna vez alguno de estos
aparatos funcionaran cuando realmente se los necesita. No le iba a quedar más remedio que caminar y
rezar para encontrar algún lugar con teléfono desde donde pudiera llamar una
grúa.
Abrió el capó y dejó que se
ventilara. Quizá si le echara agua se
enfriaría más rápido, pero no quería arriesgarse a que el vapor la quemara. Le
daría tiempo a que lo hiciera por sí mismo, sin ningún tipo de ayuda. Que se
jodiera el maldito coche. Además, ¿de dónde iba a sacarla? Y el agua que le
quedaba igual podría necesitarla. Quién sabía a cuanta distancia estaba el
siguiente pueblo.
Cerró todas las ventanillas
del coche, y echó la llave al maletero y las puertas. No es que tuviese allí
nada de valor, excepto un par de vestidos carísimos que no sabía muy bien por
qué había metido en la maleta, pero tampoco quería dejar el coche con un
letrero que dijera robadme.
Echó a andar por la
carretera. Era mediodía pero los frondosos árboles a ambos lados ofrecían un
frescor agradable. Esperaba no tardar mucho en encontrar algún signo de vida
humana en alguna parte.
Al cabo de media hora el
bosque dio paso a una extensión enorme de campos cultivados, pero solitarios.
Aún no era el tiempo de la cosecha y no había ninguna casa a la vista, y los
campos dorados se perdían hasta más allá del horizonte. Una tierra rica que
probablemente produciría abundantes cosechas.
Con la llegada de los
campos, desapareció la agradable sombra que la cobijaba. El sol caía implacable
sobre la carretera asfaltada, aumentando el calor a cada paso que daba alejándose
del bosque.
Empezó a caerle el sudor, en
traviesas gotas que resbalaban por la espalda y entre los pechos, empapando su
camisa. Se quitó la chaqueta de corte clásico y desabrochó un par de botones
más de la camisa blanca. Estuvo tentada a quitarse también las medias, pero
tuvo miedo que sin su protección, los zapatos acabaran rozándole y levantándole
ampollas en los pies. Llevaba unos mocasines, planos y cómodos para conducir,
de piel suave y blanda, que en teoría no deberían hacerle daño, pero sabía por
experiencia que tenía pies de princesa, muy caprichosos y volátiles en su
comportamiento, y prefirió no arriesgarse. Era mejor pasar calor a acabar
sentada en la cuneta sin poder dar un paso más.
Poco a poco, los campos de
trigo dieron paso a los árboles frutales, cargados con las flores que en verano
se convertirían en jugosas frutas.
De repente, el estómago
gruñó. Rebuscó en el bolso que llevaba colgando de los hombros, atravesado en
su pecho, hasta que encontró lo que buscaba. Una barrita de chocolate con
cereales para matar el hambre. La mordió con entusiasmo. Hacía horas que no
comía nada, más de ocho desde que desayunó antes del amanecer para poder salir
a la carretera bien temprano.
Si no se hubiese equivocado
en aquel desvío que la trajo hasta esta carretera solitaria, a estas horas
habría llegado a alguna ciudad con buenos restaurantes donde poder comer antes
de proseguir viaje. Pero desde aquel primer fatídico desvío, no había echo otra
cosa que tomar decisiones equivocadas, hasta llegar aquí.
Acabó la barrita, guardó el
papel en el bolso hasta que encontrara una papelera donde tirarla, bebió un
trago de agua, y siguió caminando.
Una hora después, llegó a
Midtown.
Lo primero que vio la hizo
dar un suspiro de alivio. Una gasolinera con un enorme cartel encima del techo
en el que se anunciaba que tenía taller mecánico.
Le dolían los pies y estaba
cansada, pero ver aquello hizo que la alegría la inundase. Gracias a Dios no
tendría que caminar más. Bebió el último trago de agua que le quedaba, tiró la
botella en la papelera al lado del surtidor, agarró el bolso con decisión y
entró en el taller.
—¿Hola?
Estaba todo sucio, como
correspondía a un lugar como aquel. Una camioneta pickup azul oscuro estaba en
mitad del taller, y unos pies enormes calzados con botas de combate negras,
salían de debajo. Esos pies empezaron a moverse y, poco a poco, el enorme
cuerpo de un hombre rubio con el cuello ancho como una columna, salió de debajo
de la camioneta y se quedó sentado en el suelo.
El hombre se pasó el brazo
por la cara para limpiarse el sudor y la miró entrecerrando los ojos. La luz
que se derramaba a través de la puerta abierta le daba directamente y no lo
dejaba abrirlos para poder verla bien.
Se levantó con parsimonia.
Ileana se sintió un poco intimidada cuando él se movió sin decir nada aún,
caminó atravesando el taller hasta un banco de trabajo que había al fondo,
agarró un trapo y se limpió las manos. Después cogió una botella de agua y
bebió un largo trago. Cuando se giró para mirarla, una gran sonrisa cruzaba su
rostro.
—Discúlpeme— dijo con voz
ronca—. Llevo mucho tiempo ahí debajo y tenía la garganta seca. ¿En qué puedo
ayudarla? ¿Quiere gasolina?
Ella le devolvió la sonrisa,
medio perdida en unos enormes ojos azules.
—Ojalá fuera tan simple. Mi
coche me ha dejado tirada a unos kilómetros del pueblo. He tenido que venir
andando y estoy muerta. ¿Podrá ayudarme?
—Por supuesto. ¿Qué le ha
pasado?
—Humo. De repente ha
empezado a salir humo del motor.
El mecánico asintió con la
cabeza, haciendo que los rizos rubios brincaran sobre su rostro.
—Haré lo que pueda,
señorita…
—Ileana. Ileana Velkan.
—Muy bien, señorita Ileana
Velkan—, dijo tendiéndole una mano. Ella se la estrechó y después no supo qué
hacer con las manchas de grasa que le quedaron prendidas—. Yo soy Liam Duncan.
Iré con la grúa hasta su coche y lo traeré, pero hasta que no lo haya visto no
podré decirle. ¿Qué coche es?
—Un Chevrolet, pero no sé
que modelo. Lo compré de segunda mano hace poco, sólo para este viaje.
Liam volvió a asentir con la
cabeza.
—Estará cansada, y en el
pueblo no hay ningún motel.
En ese momento, una anciana
de pelo blanco recogido en un moño, con un vestido estampado en múltiples
colores, entró en el taller. Era bajita y delgada, y lucía una amplia y
maternal sonrisa ocupándole todo el rostro.
—¿Necesita un lugar donde
quedarse, querida?— le dijo—. Yo podría ofrecerle una habitación. Podrá lavarse
y descansar mientras Liam le arregla el coche.
Ileana no sabía qué hacer.
No confiaba en la gente y mucho menos en los desconocidos, pero estaba sola y
perdida en un pueblo pequeño en el que ni siquiera había un hotel donde
quedarse.
—No quisiera molestarla…
—Oh, no será una molestia—
dijo la anciana, interrumpiéndola y agitando una mano delante de la cara como
si espantara moscas—. Le haré un módico precio, por supuesto. Pero si tiene
hambre, tendrá que comer en el restaurante. Yo ya comí y recogí la cocina.
Ileana sonrió. Viva la
hospitalidad del medio oeste. Casi le dieron ganas de reír.
—De acuerdo, señora…
—Señorita. Señorita Reynolds.
—Muy bien, señorita
Reynolds.
—Entonces, todo arreglado—
intervino Liam—. Si me da las llaves del coche, yo me encargaré de él.
Ileana se las entregó, le
indicó en qué dirección estaba su coche y salió del taller acompañada de la
señorita Reynolds.
Después que Ileana y la
anciana abandonaran el taller, Liam inspiró profundamente ensanchando las
aletas de la nariz para poder captar mejor el aroma que la forastera había
dejado.
Cambiante, pensó, pero ¿qué
tipo? El olor no le era familiar en absoluto y aquello era preocupante. ¿Una
cambiante entrando en un pueblo territorio de cambiantes y no preguntaba por el
Alfa para presentarse? Liam negó con la cabeza. Esa mujer debería saber dónde
estaba, todo el pueblo estaba saturado con el olor a cambiante. ¿Qué tramaría?
Debería avisar a Owen.
Unos
ojos la observaron mientras se alejaba de la gasolinera. ¿Podría ser ella?
Habían pasado tantos años que su rostro se había difuminado por el tiempo, pero
volver a verla de nuevo, sorpresivamente, hizo que todo regresara otra vez. Los
gritos. El terror. La sangre. La muerte. Sí, era ella, sin lugar a dudas. Ya no
era una adolescente espigada, demasiado delgada para parecer una mujer; se le
habían llenado los pechos y redondeado las caderas, y sus ojos, antes dulces e
inocentes, ahora transmitían dureza y una extrema desconfianza.
Tenía
que asegurarse.
Apretó
el paso a su encuentro y se cruzó con ella mientras caminaba por la calle.
Saludó a la señorita Reynolds con un casi imperceptible movimiento de cabeza y
aspiró profundamente para captar el olor de la mujer que la acompañaba. Nunca
podría olvidar ese aroma. La rabia lo atravesó y tuvo que apretar los puños
para evitar abalanzarse sobre ella y desgarrarle la garganta antes que pudiera
defenderse.
Que
absolutamente irónico era el destino. Había pasado gran parte de su juventud
buscándola con la intención de vengarse por lo que había hecho. Finalmente se
rindió y dio por bueno lo que decían todos: que ella había muerto después de
huir y que no valía la pena perder más el tiempo. Y ahora, después de varios
años de haberse visto obligado a abandonar Valaquia y cuando por fin se había
asentado y resignado, resulta que se la cruzaba por la calle como si fueran dos
desconocidos.
Sonrió
con amargura mientras se giraba sin dejar de caminar para seguir observándola.
El
destino había hecho que sus vidas se cruzasen de nuevo y ella siquiera se había
percatado ni de su rostro ni de su olor. No lo había reconocido.
Mejor.
Cuando la tuviera a su merced para hacerla pagar todo el daño que había hecho,
ya le refrescaría la memoria.
—Quisiera darme un baño
antes de ir a comer. La verdad es que estoy muerta de hambre.
—Claro que sí, querida. La
acompañaré hasta allí y le diré cual es mi casa. No queda lejos de aquí. En un
rato, Liam habrá traído su coche. ¿Tiene equipaje?
—En el coche.
Caminaron unos minutos en
silencio mientras Ileana miraba el pueblo con curiosidad. No era muy grande. La
avenida principal, donde estaban en ese momento, parecía reunir la totalidad de
los comercios. Atravesaron una plaza con una cafetería que tenía una pequeña
terraza exterior con mesas y sillas y, al otro lado, estaba el restaurante.
—Mi casa está aquí mismo—
dijo la señorita Reynolds mientras cruzaba la calle. Entró en una casa
victoriana de dos plantas de color azul—. Sígueme, querida— le dijo mientras
subía las escaleras que iban a la primera planta. La guió por un pasillo lleno
de fotos antiguas colgadas en las paredes y se paró delante de una puerta. La
abrió y le indicó que entrara con una mano.
—Es preciosa— exclamó Ileana
al entrar. Una enorme cama con dosel presidía el dormitorio. Una cómoda de
roble estaba contra la pared a los pies de la cama y, a su lado, una puerta
conducía al baño.
—Gracias, querida. Ahora te
dejo. Date un baño tranquila. Cuando Liam traiga tus maletas, te las dejaré al
lado de la cama para que cuando salgas, puedas ponerte ropa limpia.
—Es usted muy amable.
La anciana salió de la
habitación y la dejó sola.
Media hora mas tarde, salía
del dormitorio totalmente vestida y bajó las escaleras. La señorita Reynolds
estaba sentada en el saloncito mirando la televisión. Cuando entró, la anciana
la miró con una sonrisa.
—Liam ha llamado por
teléfono y dice que te pases por la gasolinera en cuanto puedas, querida. Tiene
que hablar contigo. Parece que la reparación de tu coche tardará más de lo que
esperabas.
Ileana bufó. ¿Por qué no le
extrañaba? Todos los mecánicos eran iguales.
—Gracias, señorita Reynolds.
Me pasaré por allí antes de ir a comer.
—Muy bien, querida. Puedes
entrar y salir cuando quieras. Siempre dejo la puerta abierta. Hasta luego.
—Hasta luego.
Ileana salió de la casa y se
internó sola en Midtown por primera vez.
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Hola muy buen primer capítulo, escribes muy bien, te deseo mucha suerte y éxitos. Un beso :D
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