domingo, 8 de diciembre de 2013

Mal de amores, Manada de Midtown 00 (o cómo se conocieron Aidan y Lony)



    


  Aidan la rondaba desde hacía días. Exactamente desde el mismo momento en que Lony llegó a la manada un mes atrás. Con 23 años, esta mujer pantera lo estaba volviendo loco. Había llegado con su madre para refugiarse en su manada después que un trágico accidente hubiera matado a su padre. Rosh, el padre de Lony, había sido un buen amigo de su familia durante mucho tiempo y cuando su viuda le pidió refugio para ella y su hija, no pudo negarse, a pesar que realmente él nunca había llegado a conocer en persona al difunto.

Aidan había crecido con las historias que le contaba su padre sobre sus aventuras con Rosh en África, donde se habían salvado la vida mutuamente muchas veces, y aunque el destino los había separado, el padre de Aidan seguía considerando a Rosh su mejor amigo.
La primera vez que Aidan vio a Lony, acababan de llegar a Midtown. Como jefe en funciones de la manada mientras sus padres estaban de viaje celebrando sus treinta años de feliz matrimonio, le correspondió a él recibirlas en la estación de autobuses. Cuando vio bajar a una exuberante morena del autobús que venía de Nueva York, se quedó sin respiración. Ella llevaba una minifalda de cuero que a duras penas cubría sus muslos y un top rojo que dejaba sus hombros y su vientre al descubierto. Nada de huesos marcados en la dorada piel. Su cuerpo era todo redondeces, desde sus impresionantes pechos hasta sus nalgas respingonas. Una mujer de verdad, no esos sacos de huesos que hoy en día tanto se estilan y que a él le producían náuseas.


Sólo el verla hizo que su polla palpitara de emoción.
Cuando fue evidente que aquella impresionante belleza era una de las dos personas que estaba esperando, no supo si echarse a reír o a llorar. Las acompañó hasta la casita que había alquilado para ellas en las afueras del pueblo, las ayudó a instalarse y después de prometerles que al día siguiente, cuando hubieran descansado del viaje, les presentaría al resto de la manada de Midtown, se marchó a su casa.
Había pasado un mes desde entonces. La madre de Lony, Rachel, era peluquera, y él le había encontrado trabajo en una de los salones de belleza de la pequeña ciudad. La mujer estaba tan agradecida que se empeñaba en que fuera a su casa cada noche, a cenar. Y él iba, por supuesto. Una oportunidad diaria de ver a Lony, hablar con ella e incluso de corretear por el bosque amparados por la oscuridad de la noche, no podía dejarla pasar.
Se habían adaptado rápidamente a la manada. Incluso Rachel, siendo totalmente humana como era, no tuvo ningún problema, aun cuando las normas de la manada aquí eran muy diferentes de las de Nueva York. Rachel sonreía cuando decía que eran primitivos y absolutamente bárbaros, pero lo decía con un tono de voz que delataba lo maravilloso que le parecía. Que la manada de Nueva York las hubiese dejado tiradas cuando lo perdieron todo después de la muerte de Rosh alegando que ella era humana y que Lony sólo era una mestiza, no decía nada bueno de ellos. Aquí habían encontrado una oportunidad de reanudar su vida y la mujer parecía feliz, a pesar del dolor que se veía en sus ojos. Perder a su marido después de tantos años y en un estúpido accidente de coche, había sido un golpe brutal para su alma.
Y aquí estaba Aidan, un mes después de su llegada, corriendo por el bosque persiguiendo a Lony a través de la oscuridad.
La muchacha encendía sus instintos más primitivos. Cada vez que la veía, su polla palpitaba. Cada vez que ella reía, su polla saltaba de emoción. Y cuando corrían libres por el bosque, ellos dos solos, como en este momento, su polla ya no sabía qué hacer. Su mente estaba confundida. Nunca, en sus treinta años, se había sentido así por una mujer. Había tenido amantes, por supuesto, pero ninguna que pudiera llamar especial, ninguna que le durara más de tres o cuatro noches. Las mujeres pantera solían ser bastante promiscuas hasta que se emparejaban y él, como cualquier otro macho, se aprovechaba de eso, tanto como lo hacían ellas. Pero Lony... con Lony era diferente. En un mes no se había atrevido a acercarse a ella en esa forma.
La había estado observando mientras interactuaba con otros machos y se había dado cuenta que ella era diferente a las demás. Quizá por el hecho de ser mestiza, su comportamiento sexual era más humano que pantera. Tonteaba con algunos, pero nunca se había ido a solas a correr por el bosque con nadie. Excepto con él. Y con él no había tonteado ni una sola vez. ¿Quizá lo veía más como un amigo? Eso sería una putada, porque desde luego él no la veía así.
Se internaron más en el bosque, Lony corriendo delante de él sin mirar atrás. En este mes transcurrido se había dado cuenta que por mucho que corriera, él era más rápido y que no tenía que preocuparse de perderse. Él siempre estaba allí para señalarle el camino de vuelta a casa.
Llegaron al centro del bosque, donde el arroyo se ensanchaba hasta formar un pequeño estanque. Aidan sonrió en su forma de pantera, mostrando sus colmillos mientras detenía su carrera. Lony se había lanzado al agua y estaba chapoteando, feliz y libre. ¿Quién decía que a los felinos no les gustaba el agua?
Aidan saltó al pequeño estanque y empezó a jugar con Lony, empujándola con su enorme cabeza negra, mordisqueándola suavemente. Quería incitarla, buscar una respuesta en ella. Si salía del agua y se apartaba de él, después le pediría disculpas. Si no... ya vería lo que sucedería.
De repente, ella se transformó a humana de nuevo. El agua a duras penas le cubría los pechos. Aidan se transformó también, quedando cerca el uno del otro, completamente desnudos. Se miraron a los ojos sin decir nada. Él se acercó a ella, con una sonrisa en los labios. Ella sonrió también iluminándose sus ojos. Aidan ahuecó las mejillas con sus manos y susurró.
–Lony...
Bajó su boca hacia ella y la besó, irrumpiendo con su lengua, explorando ávidamente cada rincón. Lony subió los brazos hasta rodearle el cuello y lo acercó más, instándolo a profundizar el beso. Los pechos de ella se apretaron contra los pectorales de él. Su erección se apretó contra su vientre. Cuando Aidan rompió el beso, ambos respiraban agitadamente.
–Aidan...
–¿Si?
–Quiero...
–¿Qué quieres, preciosa?
–A ti...
Aidan la cogió entre sus brazos y la llevó hasta la orilla, donde había una gran roca plana medio hundida en el agua. La depositó allí con suavidad. El agua le llegaba a Lony hasta las rodillas y sus pechos quedaron completamente a la vista.
Chupo uno de sus pezones con avidez, amamantándose como un cachorro. Ella gimió de placer mientras el fuego se arremolinaba en su coño. Rodeó la cintura de Aidan con sus piernas mientras sus manos subían por la espalda hasta llegar a su pelo, hundiéndose en su melena rubia.
Él pasó a su otro pecho, chupando el pezón, lamiéndolo con su lengua, mientras sus manos bajaban por sus caderas. Una de sus manos se perdió en su entrepierna, acariciando los sedosos rizos, y uno de sus dedos se hundió dentro de ella.
Lony gimió, retorciéndose de placer, mientras el dedo de Aidan jugueteaba con su coño, acariciando su clítoris, y su boca seguía provocando sus pezones. Ella le agarró por el pelo y lo obligó a subir el rostro hasta que quedaron cara a cara, y lo atrajo hacia ella para besarlo de nuevo.
Oleadas de placer la invadieron cuando un segundo dedo la penetró mientras su otra mano acudía a sus pechos y apretaba uno de sus pezones con el pulgar y el índice.
Lony bajó las manos acariciándole la espalda hasta llegar a la cintura. Pasó sus manos hacia delante y acunó la polla con ellas. Aidan gruñó y se estremeció mientras ella empezaba a acariciar su dolorida longitud.
–Dios, nena–, dijo dentro de su boca sin romper el beso. Ella se rió–. Córrete para mí, nena.
Aidan introdujo otro dedo mientras con el pulgar le acariciaba el preciado botón. Ella estalló, gritando contra su boca, temblándole todo el cuerpo con el fuego del orgasmo. Oleada tras oleada de placer pasaron por ella llevándola hasta la luna ida y vuelta. Cuando su cuerpo se relajó, Aidan la acunó contra su pecho rodeándola con sus brazos.
–Eso ha sido... uau–, dijo Lony en un murmullo. Aidan se rió, su pecho vibrando contra su arrebolada mejilla.
–Aún no hemos terminado, nena–, le dijo con voz ronca–. Ahora me toca a mí.
–Dios, sí.
–Date la vuelta, cariño. Déjame follarte por detrás.
Lony no se hizo de rogar. Sus huesos se habían derretido y sus músculos apenas respondían, pero encontró la energía suficiente para girarse y ponerse con su vientre sobre la roca. Aidan gimió al ver su fantástico culo, hermoso y redondo como la luna llena. Lo acarició con las manos mientras dejaba un camino de besos por su espalda hasta llegar a su nuca y perderse entre su espesa melena negra. Lony corcoveó, frotándose contra la erección de Aidan. Él gruñó y gimió, las dos cosas al mismo tiempo, y sin poder esperar más, la empaló.
Lony gritó cuando sintió la dura polla de Aidan penetrar en su cuerpo. Su estrecho coño a duras penas podía aceptarlo, era tan grande y estaba tan dura. Aidan empujó hasta enterrarse totalmente. Ella volvió a gritar. Él se quedó quieto, momentáneamente asustado.
–¿Te estoy haciendo daño?– jadeó preocupado. Ella negó con la cabeza y él sonrió. Salió de ella y volvió a entrar. Empujó fuerte y duro mientras la tenía inmovilizada por las caderas. Salió y empujó de nuevo. El fuego empezó a arremolinarse en Lony de nuevo. Ella se movió, empujando hacia él, provocándole para que fuera más duro.
–Chica traviesa– dijo Aidan soltando una risita. Dejó caer su cuerpo sobre la espalda de ella, aplastándola con su peso para que no pudiera moverse. Le cogió las manos y se las sujetó a los lados. Ella quedó totalmente a su merced, inmovilizada y vulnerable a sus deseos.
Aidan empezó a mordisquearle una oreja mientras seguía con sus empujes. Ella gemía, gritaba pidiendo más y él se reía, satisfecho de su reacción, de la forma en que respondía a él. Sus pelotas ardían y el fuego de su ingle aumentaba cada vez más hasta que estalló y empezó a estremecerse con las convulsiones del orgasmo. Los gritos de ambos resonaron en el silencio de la noche mientras llegaban juntos al clímax.
Minutos después, cuando sus respiraciones se habían normalizado, Aidan se levantó y la ayudó a incorporarse. Ella estaba llorando.
–Dios, nena, ¿te hice daño?– preguntó completamente devastado por la posibilidad–. Lo siento, soy un bruto, yo...
Ella negó con la cabeza y le abrazó por la cintura, apretándolo contra ella.
–Ha sido maravilloso. Lloro de felicidad, Aidan. Eres maravilloso.
Él la rodeó con sus brazos, acunando su cabeza bajo su barbilla.
–Tengo que llevarte a casa, Lony. Tu madre se preocupará si tardamos más.
Ella se separó de Aidan y salió del estanque, transformándose por el camino y echó a correr. Aidan fue tras ella.
A la mañana siguiente, Lony se levantó dolorida y con el corazón asustado. ¿Qué pasaría ahora? ¿Qué haría Aidan? Debería haberle dicho lo que sentía antes de entregarse a él para que comprendiera por qué lo hacía. O debería haberle dicho te quiero mientras hacían el amor. Pero para él no había sido eso, ¿no? Él había usado la palabra follar. Eso había sido para él, una más, como cualquier otra hembra de la manada. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara ahora, después de lo que habían compartido? Para ella había significado un mundo y para él no había sido otra cosa que una follada más. Casi sintió ganas de llorar. Otra vez.
Por eso había derramado lágrimas la noche anterior pero no se había atrevido a decirle nada. Hubiera sido como estropear un momento casi perfecto. ¿Y si él hubiese acabado enfadado con ella? Él era el hijo del jefe de la manada, apuesto y cautivante como hombre, fantástico como pantera. Sus líneas angulosas le habían robado el corazón desde el primer momento en que bajó del autobús y lo vio allí de pie, esperándolas. Había luchado contra ese sentimiento, sabiendo que ella era una mestiza, poco más que nada dentro de la manada, una recogida. Pero él sería algún día el jefe porque ella estaba segura que se ganaría el respeto de los demás machos cuando fuera el momento. Era fuerte, rápido, inteligente... magnífico. Y su reina debería ser una mujer pantera de pura raza que pudiera darle hijos fuertes y magníficos como él. Ella no entraba en esa categoría.
Después de ducharse y vestirse, bajó a la cocina. Era ya media mañana y su madre se habría ido al trabajo. Se paró un momento ante la fotografía de su padre y le dio los buenos días como siempre, poniendo un beso sobre el cristal. Lo echaba tanto de menos...
Si por lo menos Aidan la amara como ella a él. Cuando la noche anterior le pidió que se girara para tomarla por detrás, por un momento pensó que la marcaría como suya y su corazón se aceleró ante la idea. Pero él no lo hizo. Sólo la folló. Y la hizo llegar a la luna de nuevo.
Salió al porche y se sentó en el balancín. Tenía que empezar con las tareas domésticas en seguida para que todo estuviese terminado cuando su madre regresara del trabajo, pero necesitaba tomarse unos momentos. Tenía que recuperar el control, quitarse estas angustiosas ganas de llorar de encima, recuperar la sensatez.
Las lágrimas empezaron a manar sin que ni siquiera se diera cuenta hasta que su garganta se cerró en un sollozo. Se cubrió la cara con las manos y dejó que fluyeran libremente. Dios, ¿qué había hecho? ¿Cómo podría volver a salir con él a la noche de nuevo? Ahora tenía el corazón roto, pero si dejaba que lo de anoche volviese a suceder, acabaría destrozado, hecho añicos. Tenía que irse de aquí. Al fin y al cabo habían vivido lejos de la manada durante mucho tiempo porque sus relaciones con la de Nueva York eran prácticamente inexistentes a causa de la humanidad de su madre. Nunca les importó, a su padre y a ella, cuando estaban juntos. Entonces se tenían los unos a los otros, los tres, formaban una familia y se amaban intensamente. Dios, papa, cuanto te extraño. Si él estuviera aquí ahora la abrazaría y pondría su cara de malo mientras le decía: ¿Quién ha hecho daño a mi niña? Dímelo para que pueda morderle en el culo hasta que grite pidiendo piedad. Entonces ella se reiría y las lágrimas dejarían de manar de sus ojos. Pero él ya no estaba aquí. Se había ido para siempre y jamás volvería a verle.
Su llanto arreció. Casi era como si no pudiera parar. Todo el dolor acumulado en los últimos meses desde su muerte se liberó de golpe, fluyendo a través de sus ojos. Tanto dolor en su corazón. Tanta rabia no expresada. Tanta frustración. Tanto miedo.
–Nena, ¿qué ocurre?
La voz de Aidan parecía rota. Ella levantó la vista y le vio allí, a los pies de los escalones que llevaban al porche, mirándola con pesar.
–Nena, por favor, me estás rompiendo el corazón. ¿Ha pasado algo? ¿Tu madre está bien?
Ella asintió con la cabeza mientras se enjuagaba las lágrimas con la manga de su blusa.
–¿Por qué lloras entonces? ¿Es... por mi culpa?– preguntó, indeciso–. Si hice algo ayer que haya causado esto, dímelo, por favor, y te prometo que no volverá a ocurrir.
¿Qué hacer? ¿Confesaba sus sentimientos? ¿Le decía que él era para ella todo su mundo? ¿Y si eso lo asustaba? ¿Y si hacía que se apartara de ella? Sacudió la cabeza intentando poner orden en sus pensamientos.
–Lo que hicimos anoche, ¿qué fue para ti?– peguntó en un susurro apartando la mirada. No quería verle los ojos, no quería ver su expresión. En realidad, tenía ganas de salir corriendo, huir lejos de allí. Pero se quedó y esperó.
Aidan dudó. Ella estaba tan desolada. Se la veía tan rota. Anoche, cuando la dejó, vio en sus ojos el germen de esto. Por eso había estado toda la mañana esperando al lado del camino, observando la casa, hasta verla salir. Para asegurarse que estaba bien. Se hubiera ido si ella no hubiera empezado a llorar de una manera que le apretó el corazón en el pecho y se le cerró la garganta.
Aidan no contestaba y sus peores temores empezaron a confirmarse. Sintió su corazón partirse en pedazos.
–Para ti no significó nada, ya lo veo–, le dijo con voz cansada recogiendo el poco orgullo que le quedaba mientras levantaba la cabeza y le miraba a los ojos–. Fui... otra más en tu larga lista.
El corazón de Aidan saltó en su pecho, ¿Era eso? ¿De eso se trataba? ¿Ella... le quería?
–No eres una más, eso nunca. Tú no–. Subió los escalones del porche y camino hasta quedar frente a ella. Se arrodilló a sus pies y la miró a los ojos–. Eres mi alma y mi luz, el aire que respiro desde que te vi bajar del autobús que te trajo aquí desde Nueva York.
–Pero anoche no me hiciste el amor. Anoche me follaste. ¿Fue eso para ti? ¿Una simple follada?– escupió con rabia. No sabía por qué, pero el dolor se estaba transformando en ira. Estaba tan cansada de sufrir, tan cansada de ser rechazada, tan cansada de no tener a nadie que la amara como su padre había amado a su madre.
La palabra escupida con tanta ira se estrelló sobre el rostro de Aidan. ¿Cómo había podido ser tan idiota? La había tratado como si ella fuera una más para él. ¿Cómo podía extrañarse que hoy estuviera asustada y dolida? Ella esperaba ser rechazada ahora, como había sido rechazada por la manada que debería haber cuidado de ella y de su madre.
–Pégame.
–¿Qué?
–Dame una bofetada.
–Aidan...
–Me la merezco, por idiota y por estúpido. Por cobarde. Por no atreverme anoche a decirte lo que siento por ti.
Ella le miró con ojos esperanzados, acunándole las mejillas con las manos.
–¿Y qué es exactamente lo que sientes por mí?
–Te quiero, Lony. Te amo con todo mi corazón y mi alma. ¿Quieres ser mi esposa?
Ella lo miró sin atreverse a creer lo que había oído. Los  ojos de Aidan estaban llenos de miedo e incertidumbre. Él tenía miedo. Miedo a que ella le rechazara, a que le dijese que no. Lony sonrió antes de acercar su rostro al de él y posar sus labios en un dulce beso.
–Sí Aidan, quiero ser tu esposa.
Él sonrió mostrando sus blancos dientes. Se levantó llevándola con él, rodeándola con sus brazos y perdiéndose en su salvaje aroma a bosque y romero.
–Esta misma noche, nena, te haré mía como mandan las leyes de la manada.
Ella no pudo hacer otra cosa que volverlo a besar.









 



3 comentarios:

  1. ¿estas empeñada en tenerme ansiosa mordiéndome las uñas hasta que pueda leerlo no?. :)

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  2. que monoooo!!!!!!!! ais si es que son todos para comerselos!!!!

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