Muchas veces me han preguntado de dónde saco las historias. Es una pregunta frecuente que se hacen todas aquellas personas que no son capaces de escribir dos líneas creativas a todas aquellas personas que sí somos capaces, lo hagamos bien o no.
Sherrilyn Kenyon, en uno de sus cuentos, habla de un lugar donde están todas las historias, esperando a ser escritas. Ciertamente no sé por qué algunos de nosotros tenemos la imaginación tan fértil. No creo que sea cuestión de genética (desde luego por mi parte no lo es), ni que tenga nada que ver con la educación. ¿Quizás tiene más que ver con el alma? O con la realidad de nuestra existencia.
Cuando un personaje nace en mi mente, empieza a darme la lata. Literalmente. Es como si tuviese una entidad propia en lugar de depender de mí. Aparece cuando menos lo espero, como un visitante no deseado y molesto e impide que pueda concentrarme en cualquier otra cosa hasta que empiezo a escuchar su historia. Él (o ella) me la cuenta al oído con todo tipo de detalles y es mi trabajo traspasar su narración al papel.
Sé a qué suena eso. A locura. Pero muchos han dicho que la locura viene ligada a la creación y que cuanto más loco está el creador, más alto es su nivel de genialidad.
No sé si eso es cierto (otra cosa más, de tantas, que ignoro). Lo que sí sé es que a mí me sirve para escapar de mi realidad cotidiana, de los problemas que se me presentan en la vida, de todas aquellas cosas que no me gustan. Puede que también sea una forma de exorcizar mis fantasmas.
Cuando estoy sentada ante el ordenador, todo lo demás desaparece. Mi vida ya no existe. Lo que me rodea no es real. Lo único que hay y me importa durante los ratos que puedo permitirme el lujo de escribir, es la historia.
No hay ninguna más importante que otra. No hay preferidas. Pedirle a un escritor (o un pintor, o un escultor) que escoja entre sus creaciones es como pedirle a una madre que escoja entre sus hijos. Todos son igualmente importantes, a pesar de sus defectos, y a todos se quiere por igual. Algunas son más maduras y transmiten con fuerza pensamientos importantes. Otras son vanas y ligeras, casi sin fundamento, vacuas. Otras son mediocres. Otras, sencillamente geniales. Pero todas, absolutamente todas, tienen parte del alma de su creador. Sin excepción.
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