Este relato fue publicado en la antología "La Llave" hace unos meses. Ahora me he decidido a publicarlo en el blog para que, si no tuviste la oportunidad en su momento, puedas leerlo ahora. Espero que lo disfrutes.
Riiiiiing.
Lorena, Lore
para las amigas, se revolvió en la cama aún dormida mientras farfullaba
incoherencias.
Riiiiing.
Se giró hacia
el otro lado y dio un manotazo a la almohada, que salió volando para quedarse
suspendida entre la mesita de noche y el cabezal.
Riiiiing,
riiiiiing, riiiiiing.
—Hay que
joderse...— murmuró con un cabreo impresionante mientras se levantaba y acudía
hacia el telefonillo—. ¡¡¡Qué!!!— gritó mirando con fijeza el aparato, medio
dormida—. ¿Sabes qué hora es, pedazo de cabrón? ¿Por qué no vas a molestar a
otro..?
—Lore, ¿puedes
abrirme, por favor?
La voz
masculina que oyó a través del altavoz del telefonillo la dejó ojiplática y
temblorosa. Era su vecino, el cachas del segundo B, el que se paseaba en
calzoncillos por la cocina mientras se preparaba el desayuno. No es que ella
mirara (bueno, no mucho) pero era imposible no verlo a través del ventanuco que
daba al patio de luces, justamente enfrente del suyo propio.
—Claro— dijo
con una voz algo temblorosa y le dio al botón que abrió la puerta de la calle.
A los pocos segundos, oyó el ruido del ascensor al moverse y cuando, poco
después, oyó las puertas abrirse en su misma planta, el cabreo había vuelto a
apoderarse de ella. ¡Por Dios, eran las cuatro de la madrugada!
Abrió la puerta
de su apartamento de un solo tirón y se plantó en mitad del pasillo con los
brazos en jarras.
—¿Se puede
saber por qué narices llamas a mi puerta a estas horas? ¿Es que vas tan
borracho que no has atinado a meter la llave en la cerradura?— medio gritó susurrando
para no despertar al resto de vecinos de la planta.
Miguel, el
cachas del segundo B, se paró de repente, se giró y la miró intensamente. Se
acercó a ella, decidido, y Lore dio un par de pasos atrás hasta volver a entrar
en su casa, pero antes que pudiera cerrar él traspasó el umbral y apoyó una
mano en la puerta.
—Para tu
información, vecina— dijo con aspereza, mostrándole un manojo de llaves y
poniéndoselas ante los ojos— la llave se ha roto en la cerradura, y tú eres la
única que conozco que no tiene que
madrugar para ir al trabajo. Por eso te he llamado a ti. Pero no te preocupes.
La próxima vez preferiré dormir en el callejón de al lado antes que molestarte.
Lore miró
primero la mano con la que tenía sujetas las llaves y después levantó la vista hasta
toparse con los ojos de un azul intenso de Miguel, que la miraban enfurecidos.
—Tienes sangre
en la mano— dijo en un murmullo. Miguel miró su mano y vio que, efectivamente,
había una herida que estaba sangrando. No era nada, un simple rasguño en el pulgar
que debía haberse hecho al romperse la llave, pero el sangrado era escandaloso.
—No es nada.
Buenas noches.
Se giró para
marcharse pero se detuvo de repente cuando la oyó a ella decirle con voz queda:
—Entra si
quieres. Puedo curártelo.
—No,
gracias— contestó bastante avinagrado. Había tenido un día muy malo en el
trabajo, lo habían obligado a ir de cena de empresa con un puñado de gilipollas
cuya conversación le había levantado dolor de cabeza y, encima, cuando volvía a
casa con ganas de meterse en la cama y dormir, se encontraba con la llave rota
dentro de la cerradura.
Lore bufó.
—¡No seas así!
Va, pasa. Déjame resarcirte por el griterío...
Miguel la miró
y una sonrisa descarada ocupó su boca mientras echaba una ojeada a su vecina,
recorriéndola con la mirada de arriba a abajo y después, de nuevo arriba.
—¿Estás segura?
Lore se miró a
sí misma y se dio cuenta, en ese instante, que no se había puesto una bata
encima. Llevaba una camiseta de tirantes tan corta que dejaba al aire su
ombligo, y unas braguitas de algodón blanco. Levantó una ceja, se cruzó de
brazos y miró con socarronería a Miguel.
—Por favor, no
seas infantil. Cuando voy a tomar el sol llevo mucha menos ropa.
—¿En serio?
—Hago topless—
afirmó con naturalidad. Miguel, que no era un santurrón pero tampoco estaba muy
acostumbrado a que las mujeres le hablaran con tanta franqueza, por lo menos no
las del tipo de su vecina Lorena (entiéndase por “tipo” a las mujeres con
cerebro) miró su dedo herido y vio que había empezado a gotear—. Vas a ensuciar
la moqueta del pasillo y los vecinos me van a dar la lata para que lo limpie
porque pensarán que ha sido cosa mía... ¿Sabes lo que cuesta limpiar la sangre
de un tejido?
—No— contestó.
Lore se apartó de la puerta e hizo un gesto con la cabeza.
—Anda, no te
quedes ahí pasmado y entra—. Miguel entró detrás de ella, que caminaba con los
pies descalzos. El suelo era de parqué clarito, con vetas más oscuras—. Quítate
los zapatos y déjalos en la entrada, por favor— le dijo mientras desaparecía
tras una puerta. La oyó trastear, abrir algunos armarios, el correr del agua, y
al ratito salió con una palangana llena de agua jabonosa, una toalla, una
botellita de yodo y un paquete de tiritas. Lo dejó todo sobre la mesita de café—.
Siéntate en el sofá.
Miguel se sentó
sin decir nada y la dejó manipular el dedo herido. Se lo lavó con cuidado,
después se lo secó con la toalla con ternura y finalmente, le puso unas gotitas
de yodo y sopló con delicadeza.
La miró
embobado. Su vecina llevaba el pelo corto, en punta y despeinado, oscuro con algunas
mechas más claras. Su rostro era ovalado, con un leve matiz bronceado pero sin
llegar a esos extremos tan artificiales que daban los rayos UVA. Toma el sol, pensó, y en topless. ¿Tendrá los pechos igual de morenitos? Ese
pensamiento le envió una punzada de deseo hacia la ingle y se sintió tentado de
levantar la mano y pasársela por la
mejilla.
Lore estaba
concentrada en su labor, esperando que el yodo se secara para poder ponerle la
tirita sin que se despegara, y sus ojos transmitían determinación. Cuando se
agachó para coger la caja de tiritas que se había caído al suelo, Miguel no
pudo evitar ver por encima del escote y sonrió. Sip, las tiene morenas.
Lore levantó el
rostro de repente y lo pilló in fraganti, mirándola los pechos con una sonrisa
bobalicona en la cara. Ella entrecerró los ojos y lo miró, furibunda, y Miguel
tuvo la decencia de ponerse más colorado que una remolacha.
—Lo siento—
musitó, aunque lo único que sentía era que lo hubiera pillado—. No ha sido mi
intención...
Lore se dejó
caer hacia atrás en el sofá, apoyando la espalda, con la caja de tiritas aún
entre las manos.
—¿Cuánto tiempo
hace que te mudaste a este edificio?— le preguntó. Miguel se sintió
descolocado, porque no supo ver a qué venía eso.
—Seis meses—
balbuceó.
—Y en todo este
tiempo, ¿hasta ahora no te has fijado en mis domingas? ¿Eres gay?
Lorena se
acercó el rostro mirándolo fijamente, con los ojos entrecerrados, y le puso una
mano sobre el muslo. Miguel se echó hacia atrás de un salto, sintiéndose
acosado sexualmente, pero no pudo librarse de esa mano traviesa que lo sujetaba
con fuerza.
—¡No!— casi
gritó, ofendido—. ¡Por supuesto que no soy gay!
Lore sonrió con
perversidad.
—¿Y qué te
parecen?
—¿E-el qué?
—Mis pechos,
claro. ¿De qué estamos hablando si no?
—M-muy bonitos.
—¿Verdad que
sí? ¿Quieres verlos mejor?
—Y-yo... no
sé...
Miguel estaba
totalmente confundido, casi temeroso. ¿Qué es lo que pretendía esta mujer?
Pregunta tonta donde las haya.
—Mira, te voy a
ser sincera— le dijo Lorena con un suspiro, siendo consciente del estado de aturdimiento
de su pobre vecino—. Me has despertado a las cuatro de la madrugada, yo estoy
medio desnuda y tú eres un bombonazo de aquí te espero con una erección que
debe dolerte una barbaridad. ¿No quieres retozar un ratito para después poder
dormir como un bebé?
Miguel se
encendió como una bombilla de discoteca, miró hacia su entrepierna y se dio
cuenta, completamente azorado, que Lorena tenía razón. Estaba empalmado y ni se
había dado cuenta.
—Pues... la
verdad...
—Aaaaggggh—
exclamó exasperada, quitando la mano del muslo de Miguel y cruzando los brazos
sobre sus pechos—. ¿Qué coño os pasa a los tíos? ¿Por qué cuando os entran directamente
os acobardáis?
—¡No nos
acobardamos!— contestó ofendido por la recriminación—. Simplemente... me has
sorprendido.
—Sí, ya, ahora
se llama “sorprenderse” a eso...— Miguel miró a su alrededor con el ceño
fruncido, como si buscara algo—. ¿Y ahora, qué?
—Busco las
cámaras, porque esto ha de ser un objetivo indiscreto.
—¡Sí, claro! Y
que se te rompiera la llave en la cerradura, estaba preparado... Mira, ¿sabes
qué? Deja que te ponga la tirita, te vas, y te olvidas de todo lo que he dicho—
dijo con decisión, mientras cogía el dedo pulgar de Miguel, lo obligaba a
mantenerlo alzado y empezaba a ponerle la tirita—. Hazte el efecto que ha sido
una pesadilla o algo así.
—¿Algo así?
¿Algo así como un sueño erótico?— preguntó olvidando su desconcierto y pensando
que ¡qué coño! no cada día se le presentaba una oportunidad como ésta y que
sería un tonto de capirote si no la aprovechaba. Al fin y al cabo, la vecinita
Lore estaba buenísima—. ¿Me vas a echar después de tu inconsciente striptease y
de tu proposición indecente?
—De verdad,
¿tienes complejo de veleta, o qué? Porque tío, no hay quién te entienda... Hace
un momento...
No la dejó
terminar la frase. En cuanto ella soltó su pulgar, él se abalanzó sobre esa
boca tan apetitosa que no dejaba de decir tonterías. La besó, con ternura
primero, tanteando sus labios. Lore se quedó quieta, sorprendida por lo
decidido que parecía ahora, la confusión que lo había gobernado durante los
últimos minutos totalmente olvidada en el baúl de los recuerdos. Poco a poco se
abandonó y una sonrisa traviesa entreabrió los labios. Miguel aprovechó la
circunstancia e invadió el interior de la boca con su lengua, besándola con
pasión ahora, mientras sus manos vagaban lentamente por la cintura descubierta,
subiendo indecisas por la espalda, atento a un no que esperaba no se produjera.
Lore se dejó
caer hacia atrás en el sofá, llevándoselo con ella. Empezó a tirar de la
camiseta de manga corta de Miguel, sacándola de dentro de los pantalones, obligándolo
con un tirón a romper el beso para poder sacársela por la cabeza.
Ambos
respiraban con agitación y se miraron a los ojos durante unos instantes,
incrédulos por encontrarse en esa situación y tan tremendamente excitados. Lore
pasó las manos por el pecho musculoso, bajándolas poco a poco, hasta llegar a
la cinturilla del pantalón, sin dejar de mirarlo a los ojos, que habían pasado
de un azul intenso a uno tormentoso. Desabrochó el botón, bajó la cremallera, e
introdujo la mano dentro de los calzoncillos hasta acariciar la atormentada
longitud que allí permanecía presa. Miguel aspiró con fuerza y cerró los ojos
mientras se deleitaba en esa ligera caricia que le hizo temblar.
—Dios, nena...—
susurró, y volvió a atacar su boca sin contemplaciones mientras sus caderas
iniciaban un vaivén cadencioso al mismo ritmo que las caricias de Lore. Se
apoyó en un codo mientras dirigía la otra mano bajo la camiseta de tirantes de
ella, apoderándose de uno de sus pechos. Empezó a acariciarla, jugando con el
pezón, y emitió una sonrisita en medio de un gruñido cuando ella curvó la
espalda y levantó los pechos en respuesta. Tiró de los tirantes hasta romperlos
y dejar al descubierto los senos. Se apoderó del otro con la boca y empezó a
chupar, lamer y morder con delicadeza, haciendo que ella empezara a revolverse
inconscientemente, víctima del placer que sentía.
Lore tiró de
los pantalones y los calzoncillos hacia abajo, primero con las manos, después
ayudándose con los pies cuando ya no llegó con las primeras, hasta que quedaron
a la altura de las rodillas de Miguel. Éste cogió las braguitas de algodón e
intentó romperlas tirando de ellas, pero no pudo. Lore se rio, divertida con
sus esfuerzos.
—No se rompen
tan fácilmente— le dijo entrecortadamente mientras tiraba de ellas hacia abajo—.
¿Condón?
Miguel se quedó
quieto durante un segundo, no sabiendo bien qué era lo que había dicho ella.
Después se horrorizó durante otro momento hasta que recordó que en su cartera
había dos guardados. Respiró aliviado, intentando controlarse, y se incorporó
para que, mientras él los sacaba, Lore pudiera deshacerse de las malditas
bragas que le entorpecían el camino.
—¿Me lo pones
tú?— le preguntó mientras le ofrecía el envoltorio semitransparente.
—De color rojo
fresa... Mmmmm... No sabía que eras un temerario.
Rompió el
envase y se lo colocó cuidadosamente mientras lo miraba. Miguel había vuelto a
cerrar los ojos al sentir el tacto de sus dedos sobre el miembro. Cuando lo
tuvo puesto, Lorena le rodeó las caderas con las piernas y lo atrajo de nuevo
sobre ella para volver a besarlo mientras él la penetraba y empezaba de nuevo
ese cadencioso baile de vaivén.
Empezaron a
gemir. Miguel le acarició el vientre y dejó que su mano vagara hacia abajo cada
vez más, hasta encontrar el botón mágico de Lore. Abordó el clítoris con
entusiasmo, acariciándolo con decisión mientras Lore gemía más y más alto
dentro de su boca. Se apartó unos centímetros para poder verle el rostro cuando
se corriera.
De repente ella
estalló, sintiendo su cuerpo fracturarse en mil pedazos que volaron
maravillados, y gritó con entusiasmo.
—¡Miguel!
¡Diooooosssss!
Miguel sonrió
satisfecho mientras una gota de sudor le resbalaba por la frente, caía por la
nariz y se aposentaba sobre el labio superior. Lore se abalanzó a por ella, lamiéndola,
y Miguel volvió a besarla profundamente mientras empujaba cada vez más rápido
con las caderas, sintiéndose en el límite de su resistencia. Explotó,
derramando su semilla dentro del condón, y cayó desmadejado sobre Lore, que aún
estaba intentando recuperarse del mejor orgasmo de su vida.
—Vecino— dijo
Lorena en un susurro, casi sin fuerzas, con la boca pegada al oído de Miguel—.
Procura romper la llave más a menudo y llámame sea la hora que sea. Estaré aquí
para abrirte la puerta.
Miguel rompió a
reír, haciendo que los hombros se sacudiesen. Levantó la cabeza un poco, la
miró a los ojos, le dio un tierno beso en los labios y le dijo:
—Cariño, voy a
olvidarme las llaves en casa cada noche si eso te hace feliz.
Para la
antología “La llave”.
D.W. Nichols
Frescura y gracia lo definen muy bien,tiene un punto Erotico hilado perfecto,me a encantad!
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias, Eugenia!
EliminarGracias, D. W. Nichols. Me ha encantado!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, preciosa!!
EliminarHola, buenas noches, Gracias por compartir D. W. Nichols.
ResponderEliminarEsta genial, besossssssss.
Gracias a ti por leerme, guapa!! Un besazo!!
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