El blog de D.W. Nichols Autora de novela romántica y erótica

sábado, 27 de agosto de 2016

El burkini y la libertad de elección

La que se ha liado, pollito, con el burkini. Que si en algunos lugares lo han prohibido. Que si un sector feminista lo defiende porque es opción de las mujeres que lo usan decidir sobre si se lo ponen o no. Se alzan voces en todas partes, algunas defendiendo su uso, otras totalmente en contra.

Y digo yo, ¿alguna de estas personas se han parado a pensar en el por qué de su existencia?

Sí, yo también estoy de acuerdo en que es la propia mujer la que ha de decidir qué quiere ponerse para ir a la playa, y ahí entran desde el top less, el nudismo, hasta el burkini. Somos cada una de nosotras las únicas que tenemos esta decisión en nuestras manos, y nadie tiene el derecho a quitárnosla, pero...

¿Hasta qué punto las mujeres que usan el burkini son libres de decidir? Y no me refiero a la presión familiar, que existe, y es muy fuerte. Me refiero a las propias creencias de estas mujeres, cuyo libro sagrado les dice que no pueden mostrar la piel.

Porque las que lo usan libremente, realmente no lo han decidido por sí mismas, sino que simplemente acatan una decisión que han tomado una serie de hombres, que son los que manejan el cotarro de la religión.

Porque su cuerpo es impuro. Porque su cuerpo es provocador. Porque su cuerpo incita malos pensamientos a los hombres. Porque su cuerpo convierte a hombres «sabios» en animales locos por copular. Vamos, que ven un mechón de pelo, o un brazo, y se ponen palotes como perros en celo. Por eso la mujer ha de ir tapada como una monja, porque somos la reencarnación del diablo, pecadoras irredentas, que vamos por ahí provocando para que los hombres pierdan su alma inmortal, y condenarlos al infierno del que todas nosotras hemos salido.

Y yo ya estoy harta. Harta de que los hombres culpabilicen a las mujeres por sus propios malos instintos. Porque tú, hombre, si te pones palote al ver más piel de la que tu religión dice que es decente, es tu culpa. Solo tuya. Ya está bien de echarnos a nosotras la culpa de tus bajos instintos, de tus tabúes, de tus gilipolleces. Porque la mente sucia la tienes tú.

No, esto no es exclusivo del Islam. Mira que les cuesta ponerse de acuerdo en algo, pero en esto, las tres religiones mayoritarias sí lo están. Porque da igual que seas mora, cristiana o judía, si un hombre te toca en el metro, es culpa tuya por no ir tapada hasta las cejas. Si te meten mano, es culpa tuya por ir con minifalda. Si te violan, es culpa tuya por ir provocando con esos escotes. Porque ya deberíamos saber que los hombres son animales, incapaces de contenerse, y que en cuanto se les hincha la polla, han de meterla sí o sí en cualquier agujero, aunque la dueña de ese agujero no quiera. ¡Eh! La culpa es tuya por provocar, ¿de qué te quejas?

Y mientras, seguimos discutiendo sobre si el burkini sí, o el burkini no, cuando el problema real es la nefasta influencia de las religiones en el mundo.

¿O acaso alguna piensa que, la Iglesia Católica, si pudiera y se lo permitiéramos, no haría lo mismo? Solo hace falta echar la vista atrás unos cincuenta años, y veremos que la respuesta es SÍ, haría exactamente lo mismo.

Y no soy atea, por si te lo estás preguntando. Creo en Dios, en un ser omnipotente y omnipresente, todo amor, que nos perdona por nuestras equivocaciones, que nos da mil oportunidades para hacerlo mejor, que no nos juzga en absoluto; pero, sobre todo, creo en un Dios que no tiene complejo de inferioridad, que no necesita que lo adoremos ni que provoquemos guerras en su nombre, ni necesita que vengan unos iluminados que se aprovechan de la credulidad y el miedo de la gente para decirles cómo deben vivir su vida, cómo deben comportarse, cómo deben vestir, para no ofender a Dios.

Pero sigamos discutiendo sobre el burkini, que es mucho más cómodo y menos complejo.

jueves, 9 de junio de 2016

Un Sant Jordi con amor | Relato LGTBI

Este relato forma parte de la antología solidaria Ailofiu, que la editorial Khabox publicó el 23 de abril del año pasado. Días atrás hablé con Fabián, su editor, y me dio permiso para publicarla aquí en el blog.
Si quieres saber más sobre esta, u otras antologías solidarias, puedes visitar la web o la página de facebook que tiene la editorial exclusivamente para estas antologías.

UN SANT JORDI CON AMOR


—¡¿Cómo has podido?!
—¡Gus! Te juro que no... ¡Maldita sea!
Gus salió corriendo y Mikel fue detrás de su novio. Era Sant Jordi y las Ramblas estaban a rebosar de gente. Siguió la estela de la chaqueta de cuero de Gus, apartando a la gente a empellones, tropezando con algunos transeúntes, jurando y maldiciendo porque con toda aquella multitud, acabaría perdiéndolo.
Gritó su nombre, y algunas personas se giraron y se lo quedaron mirando. Un tío como él, alto, fuerte, impecablemente vestido con un traje que a todas luces era carísimo, corriendo y gritando con desesperación detrás de un muchacho de veinticinco años, llamaba irremediablemente la atención.
¡Maldito Tino! ¡Por qué tenía que volver! Precisamente ahora, que su vida se había equilibrado de nuevo...
Y mientras corría detrás del hombre de su vida, el recuerdo de las últimas semanas volvió a su mente como en un sueño...

***

Mikel entró arrastrando los pies en el vestuario del gimnasio y se dejó caer, sentado, en el banco que había delante de su taquilla. Estaba muy cansado después de dos horas de machacarse con las máquinas, eso después de un día de perros en el trabajo. No es que fuera un maníaco del deporte, el problema que tenía era que no quería volver a casa.
Desde su ruptura con Tino la casa se le caía encima, como si las paredes se movieran para hacer las habitaciones más pequeñas hasta aplastarlo, igual que en el basurero en el que cae Han Solo cuando va a rescatar a la princesa Leia.
Habían pasado ya dos años desde que el que había sido su novio se había largado, dejándole por otro, y aunque había superado la ruptura sin ningún problema, la soledad lo aturdía. No le gustaba llegar a casa y no tener a alguien esperándolo, un compañero con el que poder hablar de cualquier cosa, y así olvidar el estrés y las preocupaciones del trabajo. Tino había sido un muy buen amigo durante el tiempo en que habían estado juntos, y era eso lo que echaba en falta.
Estaba ensimismado cuando Gus entró en el vestuario, lo miró con disimulo, musitó un «hola», y se metió a toda prisa hacia la zona de duchas. Mikel sonrió, ladino.
Se divertía mucho con Gus. Sabía que le gustaba; lo adivinaba por la manera que tenía de mirarlo cuando creía que nadie se daba cuenta, y por el sonrojo que cubría su rostro cuando se acercaba a él para saludarlo y le palmeaba en la espalda; pero también era consciente que el chico era tan tímido que nunca se atrevería a decirle nada al respecto. Habían hablado bastantes veces, y cuando coincidieron en la sauna, consiguió sacarle un par de sonrisas que lo dejaron atónito. Gus tenía la sonrisa más bonita que nunca había visto.
Mikel se quitó la ropa sin prisas. Estaba sudoroso, cansado y sin ganas de volver a casa. ¿Y si se decidía e invitaba a Gus a una copa? Estaban a viernes, la noche era joven, y no quería volver a la soledad de su casa.
Se puso una toalla rodeándole la cintura, cogió el neceser, y fue a las duchas, tras la estela de Gus.
Era un lugar aséptico y feo: tres paredes recubiertas de baldosas blancas de arriba abajo, y un suelo gris cemento con varios desagües repartidos. Los fluorescentes del techo iluminaban con su luz azulada, dando una atmósfera fría al lugar. Mikel se apoyó en la pared sin llegar a entrar.
Gus estaba bajo el agua que caía de uno de los grifos, con el rostro hacia abajo, y Mikel se entretuvo observándolo con atención. Sus ojos se quedaron fijos durante unos segundos en ese culo de nalgas prietas y respingón, hecho para el pecado; después se deslizó hacia los muslos firmes y cubiertos de vello, tan varoniles, como a él le gustaban. Subió deleitándose plácidamente en lo que veía, la cintura estrecha de un deportista, y la espalda ancha, potente, que parecía tensa por alguna circunstancia. Se fijó en el brazo derecho, que se movía con lentitud arriba y abajo, como si...
Mikel sonrió, travieso. Gus se estaba acariciando íntimamente.
—Puedo ayudarte con eso, si quieres.
La voz de Mikel sobresaltó a Gus, que levantó la cabeza de golpe, y se quedó rígido y quieto, como si lo hubieran sorprendido haciendo algo vergonzoso. Mikel entró en las duchas y se puso detrás de Gus, y cuando habló, su aliento le hizo cosquillas en la nuca.
—No te avergüences —susurró—. No estás haciendo algo malo.
Gus tragó saliva y su nuez bailó arriba y abajo por su garganta. El agua caliente seguía cayendo sobre él.
—No sé a qué te refieres —contestó, balbuceante.
Parecía tan inocente, que Mikel se preguntó si su apreciación estaba equivocada: le echaba por lo menos veinticinco años, ¿podría ser que fuese más joven?
—Me refiero a que tienes la espalda muy tensa —disimuló, hablando con normalidad. Lo estaba avergonzando y no quería eso—. Tengo unas manos prodigiosas, y aceite de masaje en el neceser. Si quieres...
—No, gracias —contestó con brusquedad, saliendo de debajo del agua y caminando hasta donde tenía su toalla. No le había mirado a los ojos en todo el rato. Se enrolló la toalla alrededor de la cintura y se dispuso a salir de allí.
Mikel maldijo por lo bajo. Había sido estúpido entrándole de aquella manera. Gus no era la clase de tío que él estaba acostumbrado a tratar, seguro de sí mismo y su sexualidad. Quizá era más joven de lo que parecía, quizá no tenía asumida aún su condición. O quizá simplemente era demasiado tímido.
—Espera —dijo saliendo detrás de él. La toalla se le había mojado y ahora chorreaba por todo el vestidor—. No tenía intención de ofenderte. —Gus había llegado hasta su taquilla y la había abierto, sacando su bolsa de deporte de dentro y la ropa de calle—. Escucha, siento haberte hablado así, de veras. —Mikel se sentó en la banqueta a su lado. Gus tenía en las manos sus pantalones, pero se había quedado quieto, como si esperara algo—. Quizá he mal interpretado tus miradas. Si es así, lo siento.
—¿Qué miradas? —preguntó Gus en un susurro. Le temblaban las manos, y Mikel se dio cuenta que hacía esfuerzos por controlarlas.
—Las que me has estado echando desde el primer día —contestó Mikel encogiendo los hombros—. Pensé que eras de mi gremio. ¿No lo eres?
—¿Tu gremio? —Ahora Gus había girado la cabeza y lo estaba mirando fijamente con los ojos entrecerrados.
—Soy gay, ¿no lo sabías?
Ahora fue Gus quien se encogió de hombros al contestar.
—Algo he oído, sí.
Mikel soltó una risita guasona, intentando quitar gravedad a la situación.
—Me lo suponía. Este gimnasio está lleno de marujas de tres patas, ¿eh? A estos tíos les encanta cuchichear. Para que después digan de las mujeres.
Gus sonrió y asintió con la cabeza.
—La verdad es que sí, son todos unos cotillas.
Se quedaron en silencio durante unos segundos, observándose el uno al otro. Fue una pausa cómoda, casi de camaradería, algo extraño teniendo en cuenta que solo eran conocidos circunstanciales.
—Oye —se decidió a hablar Mikel por fin—, lo cierto es que había pensado en ir a tomar algo ahora, a la salida. ¿Te apuntas?
Gus titubeó, Mikel lo vio en sus ojos y en la sonrisa indecisa que curvó sus labios.
—No sé...
—Te juro que no voy a violarte —bromeó, alzando las manos abiertas. Gus se rio.
—Me lo imagino —contestó—. No pareces el tipo de hombre que obtiene lo que quiere a la fuerza.
—La verdad es que soy un corderito inofensivo.
Gus soltó una carcajada algo tímida.
—Eso sí que no me lo creo.
Ambos rieron, ya relajados.
—Entonces, ¿qué? ¿Vienes?
Gus asintió con la cabeza, decidido.
—Vale.
—Estupendo. —La voz de Mikel no podía disimular su alegría. Le dio una palmada en la espalda—. Lo del masaje sigue en pie, si quieres. Tienes la espalda demasiado tensa.
—Otro día, quizá.
—Como quieras —aceptó levantándose—. Dame diez minutos para que me dé una ducha rápida y me vista, y nos vamos de juerga.

***

Gus no tenía coche, así que ambos fueron en el de Mikel. Por un momento este lamentó conducir un Audi A5 Cabrio. Le encantaba aquel coche, pero decía cosas de sí mismo que no eran ciertas: no era un ligón, ni alguien al que le gustara pavonearse o exhibir su poder de adquisitivo. Era cierto que vestía muy bien, con ropa siempre de marca y zapatos italianos, pero aquello no era más que el disfraz que se obligaba a llevar para poder hacer bien su trabajo. Ser abogado en un bufete importante tenía sus ventajas, entre ellas estaban el sueldo, pero también había una serie de obligaciones que tenía que aceptar, y la de aparentar era una de ellas.
Mikel venía de una familia humilde con un padre obrero y una madre ama de casa, y se había criado en un barrio que nada tenía que ver con Pedralbes, donde ahora se podía permitir el lujo de vivir. No lo había tenido fácil en la vida; se había visto obligado a trabajar para pagarse la carrera, pero todos los esfuerzos habían valido la pena. Con treinta y dos años, tenía ante él un futuro prometedor.
«¿A qué se dedicará Gus?» se preguntó mirándolo de reojo mientras conducía. En sus escasas conversaciones, nunca había hablado mucho de sí mismo, y para él era todo un enigma. Quizá era eso lo que lo atraía de este muchacho de pelo corto y rojizo.
—Primero vamos a cenar —le dijo mientras esperaban que el semáforo se pusiera en verde—. ¿Tienes alguna preferencia?
Gus se encogió de hombros.
—Para mí, un MacDonalds está bien.
Mikel soltó una pequeña carcajada.
—Ah, no, ni pensarlo. No voy a tirar por la borda todo el esfuerzo del gimnasio para comer eso. Va, ¿chino? ¿japonés? ¿tailandés? ¿mejicano? ¿italiano? ¿turco? O quizás eres vegano, o prefieres la comida macrobiótica...
Ante la interminable lista de tipos de comida, Gus soltó una risa reprimida.
—Lo que tú elijas a mí me parecerá bien. Pero que no sea un restaurante caro, mi economía no está para muchos trotes.
Mikel estuvo a punto de decirle que no se preocupara, que invitaba él, pero detuvo su impulso a tiempo. Aún no sabía de qué pie cojeaba su amigo, y no quería que se sintiera ofendido, o peor aún, que pensara que quería comprarlo con una cena cara. No parecía el tipo de hombre al que podías llevarte a la cama después de deslumbrarlo con un buen restaurante, más bien al contrario.
—Conozco un italiano que cumple las tres B: bueno, bonito y barato. Tienen menú, y por 12 euros podemos ponernos las botas. ¿Te parece bien?
—Me parece estupendo.
***
El restaurante era pequeño, coqueto y acogedor. Y estaba lleno. Tuvieron que esperar media hora hasta que una mesa quedó libre, pero aprovecharon para sentarse en la barra y charlar animadamente mientras bebían una copa de vino. Mikel se enteró que Gus tenía veintiséis años, que acababa de terminar la carrera de ingeniería informática en la especialidad de software, y estaba buscando trabajo en su campo. Aún vivía con sus padres en el barrio de El Carmel, y se sacaba unas perras ayudando en el bar que regentaba su tío.
—¿Y eres bueno, en tu campo?
—¿Como informático? Sí, bastante bueno. Pero la cosa está jodida en este país, y estoy empezando a considerar seriamente irme a Alemania o Inglaterra.
—Bueno, yo podría echarte una mano, si quieres. Tengo bastantes contactos en empresas, y podría encontrarte algo aquí. —Gus lo miró. En su rostro se vio con claridad qué estaba pensando al respecto: «¿A cambio de qué?»—. Te aseguro que no espero que me lo pagues con nada, excepto tu amistad.
En cuanto acabó de pronunciar esas palabras, Mikel se maldijo interiormente. No había nada que pudiera ahuyentar más a alguien como Gus, que aquellas palabras. El «no espero nada a cambio» parecía querer decir precisamente lo contrario, pero no había nada que pudiera hacer para borrar lo dicho.
—No es la primera vez que me dicen algo así —susurró con rostro sombrío—, y todo acabó complicándose.
Se quedaron callados durante unos segundos, Mikel con la mirada fija en su copa. Se pasó la mano por el rostro y soltó un suspiro resignado.
—No sé qué coño me pasa contigo, que no hago más que meter la pata —confesó finalmente—. Mira, quizás esto ha sido un error. Vámonos, te llevaré a casa y...
Mikel se había levantado de la banqueta, dispuesto a ponerse el abrigo, pero la mano de Gus se lo impidió.
—No, Mikel. —Sonrió con timidez, y un leve rubor se apoderó de sus mejillas—. Me lo estoy pasando bien contigo.
Mikel le devolvió la sonrisa y volvió a sentarse. En aquel momento uno de los camareros se acercó a ellos para indicarles que había quedado libre una mesa. Lo siguieron, se sentaron y pusieron toda su atención en el camarero, que recitaba de memoria los platos que incluían el menú. Ambos escogieron sin pensárselo mucho y cuando volvieron a quedarse solos, un silencio incómodo se instaló entre ellos.
—Estaba convencido que eras un ligón —susurró Gus con una sonrisa soñadora prendida en los labios.
—¿Por qué?
—No sé. —Se encogió de hombros y miró al camarero mientras este servía el vino. Cuando se fue, siguió—: Siempre pareces seguro de ti mismo, bromeas con todo el mundo, no te cortas con nada ni nadie. Y además, siempre vas muy bien vestido, con ropa cara y eso.
—¿Esto? —Mikel cogió la solapa de su chaqueta y tiró brevemente de ella—. Esto es por trabajo. Si en lugar de venir aquí directamente del gimnasio, hubiéramos pasado antes por mi casa, ahora mismo iría con tejanos y camiseta. Odio ir con traje —susurró como si le hiciera una confidencia espantosa, y Gus se rio.
Trajeron la cena, y siguieron conversando, comiendo y bebiendo. Hablaron de todo un poco: cine, televisión, futbol, libros, música... Fueron conociéndose poco a poco, sin prisas pero sin pausa. Mikel desplegó todo su encanto seductor, y Gus fue dejando de lado su timidez innata, mostrando un hombre divertido, inteligente y sagaz.
No se dieron cuenta y dieron las once de la noche.

***

De camino al coche, Mikel propuso varios locales a los que ir a tomar unas copas. La noche era joven, y le apetecía mucho pasar un rato más con Gus.
—¿Y si vamos mejor a tu casa?
La propuesta de Gus lo pilló desprevenido, tanto que dejó de caminar y se quedó quieto, mirándolo como si le hubieran salido dos cabezas. Gus se sintió incómodo ante ese descarado escrutinio, y enrojeció hasta la raíz del pelo.
—Olvida lo que he dicho —balbuceó, y siguió caminando.
—¡Espera! —Mikel lo alcanzó con una corta carrera—. Me gusta tu idea —le confesó en cuanto llegó a su altura. Gus caminaba con la cabeza gacha y las manos metidas en los tejanos—, solo me ha sorprendido. Sueles ser tan tímido, que no creí que...
—¿Que fuera capaz de hacer una locura?
Gus sonrió, ya olvidado el apuro, y Mikel se la devolvió ampliamente.
—Más o menos, sí. Pero me encantaría que vinieras a mi casa. —Llegaron al coche y Mikel abrió—. Allí podemos hacer lo que quieras. Tengo una buena colección de pelis en blue ray, y las palomitas me salen de rechupete. —Entraron en el coche mientras seguía hablando—, o si lo prefieres, podemos beber hasta caer redondos en el sofá. —Entrecerró los ojos, como si estuviera haciendo un esfuerzo por pensar—. Hace tanto tiempo que no me emborracho, que ya ni me acuerdo de cuándo fue...
—Pues a eso habría que ponerle remedio —replicó Gus con una sonrisa abierta—. Me pregunto qué clase de borracho eres tú.
—El gracioso, por supuesto. ¿Y tú?
—El cariñoso.
—¿En serio? —se sorprendió Mikel. No era capaz de imaginárselo repartiendo abrazos de forma espontánea mientras repetía a todo el mundo cuánto los quería.
—En serio. Soy una especie de míster Hyde amoroso.
—Pues eso tengo que verlo.

***

A Mikel le parecía que tenía una batucada en la cabeza, martilleándole el cerebro. Se dio la vuelta en la cama y se dio cuenta que aún estaba vestido. Parpadeó, confuso, pero la excesiva luz le quemaba las retinas. Gruñó, molesto por todo. ¿Qué coño había pasado?
Recordó haber llegado con Gus la noche anterior, sentarse a ver una peli, abrir la botella de Jack Daniels y empezar a beber. Y, a partir de ahí, nada. Pero tenía todos los síntomas de haberse pasado tres pueblos con don Jack.
Apartó las sábanas con un movimiento brusco que le costó que la batucada se recrudeciera en su cabeza. Gimió y se llevó las manos allí, apretando las sienes con las palmas esperando que así se redujera el dolor. Se sentó e inclinó el rostro mientras respiraba con agitación. ¡Cómo dolía! En ese momento fue consciente de por qué había dejado de emborracharse: los años no perdonaban y ya no tenía la misma resistencia que a los veinte.
Estaba descalzo, y la chaqueta estaba tirada sobre una silla, pero tenía puestos los pantalones y la camisa, que ahora estaban más arrugados que el culo de un mono.
Se levantó y, tropezando, fue hasta el comedor. Tuvo que ir apoyándose en las paredes del pasillo para no caer. No había nadie. Llamó a Gus, pensando que quizá se había metido en alguna de las otras habitaciones a dormir. Era un piso grande, de doscientos metros cuadrados, y Gus podía estar metido en cualquier lado, pero no contestó.
Caminó hasta el sofá que había delante de la televisión, donde la noche anterior se había emborrachado, y se dejó caer en él. Tenía mal sabor de boca, y la saliva espesa; apestaba a sudor y tenía la sensación de tener encima una crosta de suciedad. Todo consecuencia de la maldita resaca. Tenía que darse una ducha, y con urgencia, si quería volver a ser persona.
¿Dónde se habría metido Gus?
Volvió a su dormitorio y se metió en el baño. Abrió el grifo del agua fría de la ducha y se metió debajo sin siquiera quitarse la ropa. Necesitaba despejarse a la de ya. El contacto con el agua helada lo hizo gritar y reaccionar al mismo tiempo. Cerró el grifo y se quitó la ropa. Ya había despejado algo su mente, ahora tenía que lavarse.
¿Qué había pasado la noche anterior? Esperaba no haber cometido alguna estupidez con Gus porque temía que no era el tipo de hombre al que le gustaran las prisas. Le gustaba demasiado para poder permitirse el lujo de tener más errores con él.
Pensar en Gus hizo que su polla saltara, inquieta. No podía negar que lo deseaba de una manera que no había deseado a alguien desde... Tino. Durante un segundo pensó en masturbarse, pero acabó desechando la idea. No le apetecía nada algo tan... vacío. Quería follar, pero con Gus, no con su mano.
Salió de la ducha sintiéndose persona de nuevo. Caminó desnudo hasta su armario y sacó un pantalón corto de sport y una camiseta vieja; en casa le gustaba ir siempre bien cómodo.
Se sentó en la cama para vestirse y entonces lo vio: encima de la mesita de noche había una nota.

«Buenos días, Mikel:
                         Me lo he pasado muy bien esta noche. Te dejo mi número de teléfono.
Besos.
Gus».

Una nota escueta pero que le daba esperanza. Si le dejaba su teléfono era porque quería volver a verle, y si quería volver a verle era porque no había hecho algo que lo asustara. Menos mal.
Pensó en llamarle en aquel mismo momento, pero entonces su teléfono sonó.
—Hola, mamá.
Hola, hijo mío.
Estuvieron hablando un rato, y contestó a todas las preguntas que su madre le lanzó. Siempre eran las mismas, seguidas de una retahíla de recomendaciones. Come bien, no trabajes demasiado, descansa lo suficiente... preocupaciones de madre.
Mikel los echaba de menos. Hacía años que había abandonado la casa paterna para ir a vivir a Barcelona, pero cada año seguía pasando las vacaciones con ellos, incluso mientras estuvo viviendo con Tino. Este siempre le decía que por qué tenían que gastarse el dinero pudiendo pasar todo un mes entero en una de las poblaciones turísticas más bonitas de la costa catalana, y tenía toda la razón. También viajaron, por supuesto, pero el resto del mes lo pasaban ahí, disfrutando de la playa y los chiringuitos, y de las reuniones familiares.
¿Te acuerdas que mañana tienes que venir a comer? —le preguntó su madre antes de despedirse—. Que celebramos el cumpleaños de tu padre.
—Sí, mamá, me acuerdo.
Se acordaba, sí, pero aún no había tenido tiempo de ir a comprarle un regalo. ¡Maldita sea! Después de colgar el teléfono, miró la hora. La una y media, y estaba muerto de hambre.
Fue hasta la cocina, se tomó un par de aspirinas para el dolor de cabeza, y se decidió a llamar a Gus.
—Hola.
Hola.
—¿Llegaste bien a tu casa?
Sí, sin problemas.
—No me enteré de nada, tío. Ni me acuerdo qué hice anoche.
Gus soltó una risita.
No te preocupes, ni hiciste nada raro, excepto contar un montón de chistes.
—Oh, no, joder. No me digas que...
Te pasaste toda la noche imitando a Chiquito de la Calzada, sí.
—Qué vergüenza...
Se rieron los dos, uno recordando y el otro imaginándose a sí mismo haciendo el tonto.
—Por lo menos te divertiste.
Ya lo creo.
—Oye, una cosa, estoy pensando... ¿te apetece que quedemos para comer? Y después podrías acompañarme. Tengo que comprar un regalo para mi padre, que mañana celebramos su cumpleaños, pero no tengo ni idea de qué.
Gus se quedó callado durante un instante, pensando si aceptar o no.
Vale —dijo al final—. ¿Dónde quedamos?
—Dame tu dirección y te paso a buscar, si quieres.

***

Una hora y media después, estaban sentados comiendo pizza en una terraza en las Ramblas. Hacía un día espléndido, y les apetecía estar al sol. Charlaron un buen rato, entre bocado y bocado. Se entendían bien y se divertían juntos. En un momento dado, al intentar coger ambos una servilleta del dispensador, sus dedos se tocaron. Gus lo miró, sonriendo avergonzado, y Mikel le devolvió la sonrisa además de una ligera caricia que prolongó durante unos segundos al ver que su amigo no retiraba la mano.
—Gus, aún no me has dicho si eres gay o no —dijo Mikel en un murmullo, mirándolo a los ojos—, y necesito saberlo. No sé si puedo tener esperanzas contigo o no...
—Sí, lo soy —contestó el muchacho enrojeciendo hasta la raíz del pelo—. Lo siento, yo... aún no lo tengo muy asumido, ¿sabes?
—No te preocupes. Dejaremos que las cosas pasen por sí mismas, sin forzar nada, ¿te parece bien?
Gus asintió con la cabeza. Mikel no comprendía cómo podía ser tan vergonzoso. ¿Cuestión de educación, quizá? O podía ser que el problema fuese que aún no se sentía seguro con su sexualidad. Ir contra corriente nunca era fácil, ni siquiera hoy en día, cuando se suponía que todo el mundo era más comprensivo y tolerante. La verdad era que aún había muchos sectores en que el ser abiertamente homosexual hacía que las puertas se cerraran, y la intolerancia estaba a la orden del día. La ignorancia y la incultura hacía que muchas personas aún vieran a los homosexuales como algo antinatural de lo que tenían que protegerse. Quizá la reticencia de Gus a confesar abiertamente qué era, se debía a su familia. ¿Cómo serían sus padres?
Mikel recordaba con claridad meridiana los problemas que tuvo él mismo con su padre, que al principio se echaba la culpa por tener un hijo gay, como si hubiese podido hacer algo por evitarlo. Con el tiempo y mucha paciencia, pudo hacerle comprender que no era algo de lo que nadie debiera sentirse culpable, porque no era ni una enfermedad ni una tara, y a partir de ahí su relación volvió a ser la de siempre.
Pero quizá Gus no tenía esa suerte.
Sabía muy bien en qué problemas se habían encontrado algunos de sus amigos, rechazados por la familia, repudiados, simplemente por no ser heterosexuales. Era muy duro cuando tenías que tomar la decisión de, o negar tu propia sexualidad, o perder a la familia.
Por eso decidió tener paciencia. Deseaba a Gus, y lo quería en su cama, pero podía esperar. No buscaba un polvo de una noche, ni una relación pasajera; tenía la esperanza que aquello que se arremolinaba en su estómago cada vez que estaban cerca, fuese algo más que simple lujuria, e iba a apostar por ello.
Aquella noche no cenaron juntos. Pasaron la tarde buscando un regalo para el padre de Mikel, y al final se decidió por algo que podría disfrutar junto con su madre: un viaje. Gus lo ayudó a escoger entre varias opciones, y al final apalabró un crucero por el Mediterráneo que estaba convencido les iba a encantar.

***

El día siguiente lo pasó en su casa, con sus padres, hermanos, tíos, primos y demás familia, celebrando el sesenta cumpleaños de su padre. Fue un día feliz, de risas, canciones, regalos y mucha emoción. Disfrutó de la compañía y durante unas horas, se olvidó de la soledad que lo atenazaba. Pero llegó un momento en que la algarabía fue demasiado y necesitó buscar algo de paz, por lo que decidió refugiarse en la que había sido su habitación, y que aún estaba tal y como él la había dejado cuando se marchó siete años antes. Se dejó caer sobre la cama, y fijó la mirada en el techo.
—¿Qué ocurre, cariño?
Su madre lo había seguido, preocupada porque durante todo el día había visto en los ojos de su hijo aquella sombra negra que parecía acompañarlo desde que había terminado su relación con Tino.
—Nada, mamá. Solo necesitaba algo de paz. Los críos parecen un batallón, por el ruido que hacen.
—Nunca te han molestado tus sobrinos y tus primos.
—Y no me molestan, mamá. Solo es que... —Se incorporó y se sentó en la cama—. No sé, tengo muchas cosas en la cabeza, eso es todo.
Su madre se sentó a su lado, y le cogió la mano, reconfortándolo.
—¿Mucho trabajo? ¿O es algo más... personal?
Mikel apretó la mano de su madre con cariño y sonrió.
—Las dos cosas. Más de la segunda que de la primera. Verás, es que he conocido a alguien, pero no sé hasta dónde está dispuesto a llegar.
—¿Es un buen muchacho?
—Creo que sí, pero es bastante más joven que yo, le llevo siete años, y tengo la impresión que aún no tiene claro qué quiere. Me refiero a que creo que aún no ha hablado claramente con su familia sobre su homosexualidad y... no sé si me estoy metiendo en problemas.
—Cariño, —le pasó la mano por el pelo, alborotándoselo, como cuando era un crío—, siempre te han gustado los problemas. —Ambos se rieron, porque era cierto—. Ahora, cuéntame más cosas de él.
Cuando aquella noche regresó a su casa, después de hablar largo y tendido con su madre sobre Gus, Mikel se sintió más decidido que nunca a seguir adelante.

***

Durante la semana siguiente solo pudieron verse en el gimnasio. A Mikel le habían asignado un nuevo cliente, y estaba poniéndose al tanto a marchas forzadas sobre su empresa pues tenía graves problemas con Hacienda, y no tuvo tiempo más que para hacer algunas breves llamadas telefónicas, pero cuando llegó el sábado decidió que, si no quería volverse loco, debía hacer caso a su madre, la mujer más inteligente que conocía, y dejar de lado las obligaciones durante unas horas para divertirse, así que quedó con Gus para cenar en su casa.
Nunca había sido buen cocinero, por lo que encargó un menú romántico en un cáterin de confianza, y preparó la mesa con velas, flores, mantelería, cristalería... quería empezar a seducir a Gus, y nada mejor que una cena romántica a la luz de las velas.
Estaba nervioso como un chiquillo, como si volviera a ser adolescente, pero aquel hombre se había metido muy adentro en su corazón en solo unos días, con sus miradas tímidas, su sonrisa vacilante y el brillo en sus ojos cuando se miraban. Se deseaban, y estaba decidido a dar un paso en aquella dirección.
Cuando llamaron a la puerta, corrió hasta el recibidor; se miró en el espejo que allí había, retocándose las cejas con los dedos, inspiró profundamente para calmarse, y abrió.
Gus estaba allí escondido detrás de un enorme ramo de flores.
—Vaya... —solo atinó a decir Mikel, gratamente sorprendido—. Son preciosas. Gracias.
Al principio se sintió un poco extraño. Era gay, pero su porte no era afeminado, y nunca, nadie, había tenido el impulso de regalarle flores. Por eso aquel gesto le llegó al corazón.
Gus se limitó a sonreír con timidez, y a seguirlo hacia el interior de piso.
—Ponte cómodo, como si estuvieras en tu casa.
Mikel entró en la cocina y puso las flores en un jarrón con agua, para llevarlo después hasta el comedor y ponerlo en la mesa de café.
Gus se había sentado en el sofá. Lo vio tenso y nervioso, y Mikel se vio en la obligación de decir algo que rompiera el ambiente.
—Espero que no me grabaras la otra noche —dijo sentándose a su lado.
—Estuve tentado —contestó Gus, riendo más relajado al recordar el espectáculo que dio su amigo—, pero yo también estaba bastante borracho y no atiné con la tecla.
—Menudo par de dos...
—Pero tienes que enseñarme a hacer lo del saltito —bromeó, riéndose.
—Eso está hecho. En cuanto terminemos de cenar, te doy una clase magistral.
—Eso estaría bien.
Volvieron a reír. Gus se había relajado del todo y se mostró bastante dicharachero durante la cena, bromeando y riendo. El vino corrió, generoso, y ambos llegaron a aquel puntito en que casi todo parece gracioso.
—Pues a mí me gustan ambas series.
—¡Pero cómo puedes comparar! —exclamó Mikel—. La de la BBC mantiene la naturaleza del tándem Holmes Watson, además que en esencia, sus personajes son los mismos que creó Conan Doyle. ¿Donde ves ese parecido con Elementary? Por favor... Miller parece un histriónico y sobreactúa todo el rato, y Luci Liu se limita a correr de un lado a otro como una gallina descabezada... En cambio, Cumberbatch  está magnífico como Sherlock, y Freeman no se queda atrás. ¿Y los momentos «puntazo»? No me digas que no es desternillante ver a Sherlock y a Mycroft hablar de un probable atentado terrorista en Londres mientras juegan al «Operación»...
—Vale, vale —se rio con ganas por la pasión que ponía Mikel—, quizá deberíamos verla juntos, y así la disfrutaré más, aunque solo sea por ti.
En un momento determinado, con Scorpions sonando en el equipo, Mikel cogió la mano de Gus mientras hablaba, y la dejó allí sin darse cuenta. Gus lo miró a los ojos y ambos se quedaron en silencio, sus miradas prendidas en el otro, mientras un dedo descuidado iba creando círculos en la palma de Gus.
Mikel sonrió con ternura, y Gus tragó saliva, haciendo que su nuez bailara en el cuello, pero no apartó la mano.
—Tengo que decirte algo —susurró—. Tenías razón, soy gay.
Lo dijo como si le costara el mundo pronunciar aquellas palabras, como si nunca antes lo hubiera admitido; y quizá era así.
—Nadie lo sabe, ¿verdad?
Gus negó con la cabeza.
—Nunca me he atrevido a admitirlo, hasta ahora.
Mikel apretó su mano, reconfortándolo.
—No te preocupes, a la mayoría nos ha pasado algo parecido.
—¿Cómo fue en tu caso? Cuando se lo dijiste a tu familia...
—No fue mal. Al principio mi padre no lo asimiló, pero tampoco hizo un drama de ello. Y ahora todo está bien.
—Yo no sé cómo reaccionarán, en caso que me decida y se lo diga.
—Tienes que hacerlo, Gus. No ahora mismo, no si no te sientes preparado, pero no puedes vivir toda tu vida ocultándoselo y ocultándote.
—Lo sé, pero es que... mi padre sí que hará un drama. Tener un hijo maricón será una vergüenza para él.
Mikel suspiró. Entendía perfectamente la encrucijada ante la que estaba Gus: por un lado sentía la necesidad de dejar de mentir, a sí mismo y a los demás; pero por otro lado, temía el riesgo de, quizá, perder a su familia.  En pleno siglo XXI parece que todo está ya normalizado, que todo el mundo acepta libremente y sin problemas la sexualidad de los demás sin juzgar ni discriminar, pero no siempre es así. Aún existe mucha intolerancia, ignorancia y, por qué no admitirlo, desconfianza, como si la homosexualidad fuese una enfermedad contagiosa y hubiera de mantener a los homosexuales apartados.
—En algún momento tendrás que arriesgarte a contarles la verdad. Es imposible vivir toda la vida escondiéndote; no si quieres la oportunidad de ser feliz.
—Lo sé. —Gus sonrió con tristeza—. Pero no quiero hablar más de este tema. ¿No tenías una serie que ver?
Fueron directamente a ver el episodio «Escándalo en Belgravia» para disfrutar con una Irene Adler que hace perder los papeles a Sherlock más de una vez.
—Me encantaría perturbar a Cumberbatch de la misma manera —bromeó Mikel.
—A mí me gustaría hacértelo a ti —confesó Gus en un susurro sin atreverse a mirarlo. Mikel giró el rostro y lo observó con una sonrisa.
—A mí me lo haces constantemente, ¿aún no te has dado cuenta?
Gus enrojeció y Mikel le cogió la barbilla con dos dedos, obligándolo a levantar el rostro y mirarlo. Los ojos se les fueron a los labios, quedando fijos ahí, deseando ambos el beso prendido en el aire pero aún no dado, pero no atreviéndose a dar el paso.
—A la mierda... —musitó Mikel, y asaltó los labios de Gus con su boca en un beso largo, profundo, tierno y húmedo, todo la mismo tiempo, jugando al escondite con las lenguas, explorándose mientras las manos empezaban a moverse por su cuenta buscando el cuerpo del otro.
Gus rodeó el cuello de Mikel con sus brazos, y este lo abrazó por la cintura, atrayéndolo hacia sí, pegando sus cuerpos todo lo que el estar sentados en el sofá les permitió. Mikel se dejó caer hacia atrás, arrastrando a Gus consigo, dejando que lo aplastara con su peso, ofreciéndole así el control imaginario y la seguridad que nada iría más allá de lo que él mismo permitiera. Y Gus se dejó llevar, buscando desesperadamente con las manos los botones de la camisa, desabrochándola sin separar sus labios de los de Mikel, perdiéndose en la suavidad de aquel pecho salpicado levemente por un vello suave y ensortijado.
—Cuánto te deseo... —le susurró Mikel al oído mientras jugaba con el lóbulo de la oreja y Gus dejaba ir una risita por las cosquillas que le estaba haciendo con la lengua.
—Y yo a ti...
Se abandonaron sin pudor a los besos y las caricias, explorando sus cuerpos con las yemas de los dedos y la lengua, sintiendo como propios los estremecimientos del otro, erizándose la piel con cada gemido, con cada suspiro.
—Podemos ir a la cama —musitó Gus, seguro de que quería llegar hasta el final por primera vez en su vida.
Mikel asintió sin decir nada. Se levantaron y recorrieron el tramo de pasillo entre besos, caricias, risas y juegos. Gus llevaba el pelo alborotado y la camisa medio caída. Mikel ya no llevaba camisa, que yacía en el suelo ante el sofá, al lado de sus zapatos. Volaron los pantalones y el resto de la ropa, y cayeron, sofocados y jadeantes, sobre la cama.
De lado, uno ante el otro, se miraron brevemente a los ojos, expectantes, buscando algo en la mirada del otro que les dijera que aquello era real. Y lo era.
Se abalanzaron de nuevo el uno sobre el otro, desesperados de contacto, de placer, de amor, y rodaron, revolviendo sábanas y sentimientos.
—Tengo que... —jadeó Mikel en un momento de lucidez—, tengo que prepararte... ¡joder!
La lengua de Gus lamiendo su miembro le hizo lanzar una imprecación, y cuando lo engulló hasta el fondo, tragándoselo entero, su misma alma tembló de anticipación y placer. Jugó con su miembro con la lengua haciéndole sentir espirales de placer que se arremolinaban y expandían por todas sus terminaciones nerviosas.
—Gus, yo... voy... voy a...
Intentó avisarlo, por Dios que lo intentó, pero el orgasmo estalló antes que lo consiguiera, eyaculando en la boca de Gus, llenándolo con su semen mientras este tragaba con regocijo como si aquel fuera el manjar más exquisito de la tierra. Nunca se había sentido tan completo, tan en su lugar, como si hubiera estado esperando aquel momento durante toda su vida.
—Ahora te toca a ti.
—No, no es necesario, yo...
La timidez de Gus estaba a punto de estropearle el momento, por lo que lo cogió por las mejillas, lo atrajo hacia sí, y lo besó profundamente, empapándose de su propio sabor que aún estaba en la boca de su compañero. Cuando rompió el beso, le acarició la nariz con la suya y, con una sonrisa, dijo en un susurro:
—No vas a escaquearte de eso, cariño. Te voy a enseñar.
Gus tragó saliva mientras Mikel se apartaba de él y rebuscaba en la mesita de noche hasta sacar un bote.
—Mira —le dijo abriéndolo y cogiendo su mano para mancharle los dedos—, esto tienes que extenderlo así.
Se lo enseñó, guiando la mano de Gus mientras recorría su culo, buscando el ano, esparciendo el lubricante, estremeciéndose con el contacto. Gus se dejó enseñar, incluso se atrevió a hacer algo espontáneamente, y metió el dedo en el ano, haciendo que Mikel gimiera y se aferrara a él con una mano.
—Ahora tu...
—Lo sé, Mikel.
Gus esparció lubricante por su polla, que estaba gruesa y dura. Sus respiraciones eran rugosas y desordenadas, y le temblaban las manos por la emoción. Apoyó la frente en la nuca de Mikel, y susurró:
—Ni en los exámenes finales estaba tan nervioso...
—Tranquilo —lo alentó—. Todo irá bien.
—Es que es mi primera vez y yo no sé si sabré...
—Ssssht.
Gus respiró profundamente y empezó a penetrar a Mikel. Fue despacio, con miedo de hacerle daño; nunca había hecho algo así, era su primera vez, y estaba aterrado por si algo salía mal. Había oído tantas leyendas urbanas al respecto...
—Vas muy bien —gimió Mikel.
Gus empujó un poco más, y más. Despacio, por fin consiguió introducir su polla entera. Y empezó a moverse, adentro y afuera, mientras rodeaba la cintura de Mikel con un brazo, y no dejaba de besarle la nuca, la espalda, y gemía con fuerza. Mikel le acompañaba en el movimiento, sintiendo cómo el placer volvía a construirse en su interior, creciendo desesperado para alcanzar la liberación. Llegó con un grito nacido desde lo más profundo de sus entrañas, acompañado por los temblores incontrolados que producía el placer liberado.
Cayeron sobre la cama, uno encima del otro, saciados, tranquilos, relajados.
Gus se separó y Mikel se giró, buscándolo con los brazos para rodearlo con ellos y sostenerlo sobre su pecho. Respiraban con agitación, y ninguno de los dos dijo nada. El sueño los venció pronto, y así permanecieron durante toda la noche.

***

Su relación derivó de extraña amistad a pareja de forma rápida. Empezó a ser habitual ver a Gus pasar a buscarlo por el bufete a la hora de comer, o presentarse allí con comida para llevar cuando el trabajo de Mikel lo absorbía tanto que se olvidaba de hacerlo. Incluso, a veces, se daban el lujo de disfrutar de un «postre» bien merecido. Mikel se sentía feliz, aunque había una extraña espinita allí clavada, y es que Gus no había tomado ninguna decisión aún sobre su familia. Por eso, tomó una decisión que creyó le iba a ayudar.
—Hola, mamá.
—Mikel, cariño, qué sorpresa que me llames tú.
Su madre siempre tan puntillosa. Esa era su manera de quejarse por tener que ser siempre ella la que llamaba.
—Es que tengo algo importante que decirte. —Dejó un leve espacio en silencio para crear expectación—. He conocido a alguien, y quiero que vosotros también lo conozcáis.
—¡Ayyyy, qué alegría, hijo mío! ¿Y vais en serio? Cuenta, cuenta, por favor, ¡no me tengas en ascuas!
—Mamá —se rio Mikel—, ¿cómo quieres que diga nada, si no me dejas?
Le contó cómo se conocieron, y le habló de Gus, de cómo le hacía sentir y cómo era de tierno y bueno.
—Pues tienes que traerlo a casa, ¿por qué no venís este fin de semana? Ya es primavera, y el pueblo se pone tan precioso y romántico en esta época...
—Me parece perfecto, mamá. Lo hablaré con él y te digo, ¿de acuerdo? Tengo muchas ganas que le conozcas.

***

Esperaba que convencer a Gus le iba a costar, pero fue mucho más sencillo de lo que imaginó. Parecía que realmente el chico tenía tantas ganas de conocer a su familia, a pesar de su timidez, como él tenía de que le conocieran. Las cosas iban muy rápido, pero no le importaba ni lo asustaba. Había sido un flechazo en toda regla, y las semanas que llevaban viéndose, solo habían fortalecido su relación y lo habían convencido que eran el uno para el otro. Con Gus encontraba a un compañero comprensivo, calmado, que le reportaba paz y tranquilidad en una vida estresada por el trabajo; y a cambio, Gus encontraba a un compañero que iba sacándolo del cascarón en que se había escondido justificándolo con la timidez.
Pero no era solo eso, por supuesto, había mucho más. Habían descubierto que compartían muchos gustos y aficiones, y que se compenetraban perfectamente en todos los aspectos. Y en la cama, juntos eran magníficos.
Salieron el viernes a última hora de la tarde de Barcelona, así podrían aprovechar completamente el fin de semana, y llegaron al pueblo justo a la hora de cenar. Irene y Manuel, los padres de Mikel, los estaban esperando, expectantes. Recibieron a Gus con los brazos abiertos, haciéndolo sentir como en su casa, y no tuvo ningún problema en incorporarse a todas las conversaciones que se iniciaron durante la cena. Estuvo risueño y comunicativo, y Mikel fue feliz de verlo tan relajado, abierto y encantador.
Durmieron en la habitación de Mikel, donde solo había una cama individual, pero habían preparado una de esas plegables y las habían juntado. Hicieron el amor en silencio, presas de un extraño pudor por la cercanía de los padres, que estaban durmiendo en la habitación de al lado. Después permanecieron abrazados el resto de la noche, y Mikel sintió cómo la felicidad iba inundando su vida, apoderándose de todo su ser.
La mañana del día siguiente, la aprovecharon para pasear por la playa. Era primavera y ya se veían a algunos valientes tumbados en la arena, tomando el sol. Mikel intentó cogerle la mano a Gus, pero este la apartó disimuladamente, metiéndola en el bolsillo de su pantalón vaquero, mientras seguía hablando. Sabía qué le pasaba, y era algo que le iba costar cambiar. Gus tenía miedo que alguien que pudiera conocerle lo viera y le fuera con el cuento a su familia, por eso, siempre que estaban en público, se negaba a aceptar ninguna muestra de cariño por su parte, ni siquiera cuando estaban en los bares de ambiente, en los que casi todos eran como ellos. Y aquello dolía, aunque no quería reconocerlo.
—¿Cuándo te decidirás? —le preguntó, cortando la conversación insustancial que estaban manteniendo.
—¿Cuándo me decidiré? ¿A qué? —Realmente parecía no saber de qué hablaba.
—A, como dicen vulgarmente, salir del armario. —Gus abrió la boca para replicar, pero Mikel lo detuvo, alzando una mano—. Sé qué vas a decirme, y sé que he de tener paciencia, pero no puedo evitar sentirme dolido y frustrado. Quiero poder pasear contigo cogido de la mano, o besarte en público. No me permites ni un simple roce casual. Ni siquiera aquí, donde nadie te conoce, eres capaz de comportarte conmigo con normalidad cuando estamos en público.
Gus le miró, y sus ojos reflejaron el dolor que sentía por las palabras que había escuchado.
—Lo sé, Mikel —dijo, dolido y preocupado por que su amigo se sintiera así—, pero no puedo evitarlo. Durante toda mi vida me he estado escondiendo, y este tipo de reacciones se han convertido en un acto reflejo. Pero tienes razón, es hora que empiece a tomar decisiones, y a cambiar hábitos. —Sacó la mano del bolsillo y se la ofreció con una sonrisa compungida.
Mikel le cogió la mano y le devolvió la sonrisa. Pasearon así un buen rato, y Gus no se retiró ni siquiera cuando le plantó un beso en los labios, provocándolo abiertamente para que lo aceptara.
Mikel se había quedado parado de pie en la arena, mientras el murmullo del oleaje lo envolvía. Gus se paró también y se giró levemente para ver qué le pasaba. Mikel sonrió y se acercó lentamente a él, con una mirada risueña, retándole a apartarse. Gus permaneció firme y no se alejó, decidido a aceptar aquel beso público, porque Mikel merecía que batallara contra sus miedos, y él se merecía ser feliz a su lado.
Cuando más tarde se pararon en una terraza para hablar con unos amigos de la infancia de Mikel y este lo presentó como su novio, Gus sintió un cosquilleo de satisfacción que le recorrió todo el cuerpo, desde la punta de los pies hasta la raíz del pelo. No era su «amigo», palabra que había utilizado hasta aquel momento, sino su «novio». Y le gustó.

***

Una semana después de la visita a sus padres, Gus lo llamó al despacho. No lo había hecho nunca porque decía que no quería molestarlo ni distraerlo de su trabajo, y siempre había sido Mikel quién aprovechaba cualquier leve descanso para llamar él. Por eso le extrañó cuando su secretaria le anunció que tenía una llamada de él.
—¿Qué pasa, cariño?  —Al otro lado de la línea, solo se oía una respiración agitada, como si intentara contener el llanto—. ¿Gus? ¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar, alarmado.
—Lo saben —gimió, y sorbió un par de veces antes de continuar—. Lo saben, Mikel, mi padre... —La voz le temblaba por el esfuerzo de contener las lágrimas—. Me ha echado de casa... dice que no va a mantener a un vago maricón...
—Dios, cariño, lo siento mucho...
—¿Qué voy a hacer, Mikel? ¿A dónde voy a ir? —Sonaba tan desesperado...
—A mi casa, por supuesto —contestó resuelto—. Te vienes a vivir a mi casa. ¿Dónde estás? Dímelo y te paso a recoger en un santiamén.
—Pero estás en el trabajo y yo no...
—¡Por Dios! Primero eres tú, Gus, ¿no lo comprendes? Antes que nada, estás tú.
Gus le dijo donde estaba, y Mikel voló con su coche hasta allí. Lo encontró sentado en la terraza de un bar, aferrado a una CocaCola, con la maleta al lado. Tenía los ojos enrojecidos, estaba muy pálido y temblaba. Parecía realmente enfermo.
Mikel aparcó en doble fila, importándole una mierda el resto del mundo, y caminó con decisión hasta él. Lo levantó y lo abrazó con fuerza, y Gus se refugió en aquellos brazos mientras empezaba a sollozar.
—Sssssht, tranquilo —le susurró al oído—. Ya tendrás tiempo de sobras para llorar cuando lleguemos a casa. Sube al coche.
Gus asintió y le hizo caso, mientras Mikel cogía la maleta y la metía en el maletero. Cuando se sentó tras el volante, se entretuvo un instante para abrazarlo y Gus estalló en llanto. Alguien pitó, y el ruido de los claxon de varios coches que estaban esperando detrás, le hicieron eco.
Mikel soltó a Gus a regañadientes y se puso en marcha.
—Lo siento —musitó Gus, limpiándose las lagrimas con la manga de la chaqueta que llevaba puesta.
—No tienes por qué —le contestó Mikel con ternura mientras enfilaba camino hacia su casa.
Estuvieron callados hasta llegar allí: Gus porque se sentía ridículo con el drama que había montado, y Mikel porque no sabía cómo consolarlo. Subieron al ascensor el silencio, Mikel llevando la maleta, y Gus con las manos en los bolsillos y los hombros caídos. Se fue hasta la esquina y se apoyó con el hombro en el espejo. Parecía muy abatido, desesperanzado.
—No puedo quedarme en tu casa, ni siquiera tengo un empleo y...
Mikel lo abrazó por sorpresa y Gus se aferró a él, arrugando la chaqueta al agarrarla compulsivamente con los puños.
—Escúchame bien. Te quedarás en mi casa todo el tiempo que haga falta, y quedarte no implica ningún tipo de obligación por tu parte. Te ayudaré a encontrar un buen trabajo, pero mientras eso ocurre, yo me ocuparé de ti, ¿entiendes?
—No quiero ser tu mantenido —murmuró, avergonzado.
Mikel lo obligó a mirarlo a la cara, levantándole con suavidad el rostro, que había enterrado en su pecho.
—No serás mi mantenido. Eres mi pareja, mi novio. Si fuera al revés, ¿tú me dejarías en la calle? —Gus negó con la cabeza, y Mikel sonrió, intentando quitarle drama a la situación—. Menos mal, por un momento pensé que ibas a decir que sí.
Gus le devolvió la sonrisa. Cuando llegaron al destino, estaba más calmado. Entraron en casa y Gus se dejó caer en el sofá, llevándose las manos a la cabeza y fijando la mirada en el techo. Mikel se sentó a su lado.
—Nunca hemos hablado de vivir juntos, así que no sé si quieres tu propia habitación o...
—¿Qué quieres tú?
—Que duermas conmigo.
Gus lo miró y asintió con la cabeza.
—Yo también.
—Estupendo. —Le cogió la mano y apretó un poco, dándole ánimos con ese gesto—. Después colocaremos tus cosas, tengo sitio de sobra en el armario. Pero ahora, cuéntame qué ha pasado.
Gus inspiró profundamente y tembló un poco. Mikel le pasó el brazo sobre los hombros y lo atrajo hacia sí.
—Tranquilo, cariño.
—Es... es bastante simple. Alguien le fue con el cuento a mi padre, me preguntó y no quise mentir más. Le dije que soy gay. Y me echó de casa. Eso sí, después de montar un espectáculo. —Se rio sin ganas—. Creo que sus gritos y sus insultos los oyeron hasta en Mallorca...
—Lo siento mucho.
—Lo sé. No te preocupes. Sabía que tarde o temprano esto tenía que ocurrir. Con la cerrazón mental que tiene mi padre era de prever.
—Quizá cambiará con el tiempo...
—No, no cambiará. Lo sé. Quién me preocupa más es mi madre. La pobre ahora estará... ni siquiera sabe dónde estoy.
—Llámala, y dile que puede venir siempre que quiera.
—¿De veras no te importaría?
—Gus, cariño, mi casa es también tu casa ahora.
Por primera vez en aquel día, Gus sonrió de verdad.
—Gracias. —Le dio un piquito muy rápido—. Te quiero.
Se levantó y cogió la maleta para ir al dormitorio y guardar sus cosas. Mikel se quedó clavado en el sofá, sorprendido por la naturalidad con la que Gus había dicho «te quiero», sin esperar respuesta por su parte.  «Yo también», quiso decirle, pero no le había dado tiempo.

***

Aquella noche hicieron el amor. Mikel había pensado que Gus no tendría ganas y se había hecho a la idea de simplemente dormir abrazados, pero Gus lo provocó, mostrando una parte de sí mismo que nunca había visto. La rabia y la frustración que se habían acumulado en él a lo largo del día, a consecuencia de todo lo que había pasado, emergieron con agresividad en la cama. Los besos fueron furiosos; las caricias, salvajes; los abrazos, de hierro; las palabras, soeces; se amaron como nunca habían hecho, poseyéndose el uno al otro, reclamando su posesión.
Mikel estuvo tentado de decirle «te quiero», pero no lo  hizo. Gus estaba demasiado enfadado con el mundo, y no sabía cómo reaccionaría ante su declaración, así que se guardó las ganas y se lo demostró con hechos en lugar de con palabras.

***

Los días pasaron. La madre de Gus fue a visitarles, y pasó una tarde allí con los dos. La pobre mujer estaba destrozada y tenía mucho miedo por su hijo, pero se fue más calmada después de conocer a Mikel, que fue absolutamente encantador con ella.
Gus empezó a trabajar en el bufete en el que estaba Mikel, en el departamento de informática, haciendo una sustitución durante tres meses. No era un trabajo fijo, pero aquello ayudó que su amor propio remontara después del batacazo que se había dado por culpa de su padre y sus horribles palabras. Aún no le había contado a Mikel qué le había dicho exactamente, y éste temía que nunca lo iba a hacer.
Así que poco a poco, la normalidad se instaló en su convivencia, y fueron amoldándose el uno al otro casi sin darse cuenta. Los pequeños defectos salieron a la luz, y eso llevó a algunas discusiones que se solucionaron como se arreglan estas cosas: hablando.
Y llegó Sant Jordi, el día en que, en Cataluña, los enamorados se regalan rosas y libros...

***
Mikel había tomado una decisión: aquel día le diría a Gus qué sentía por él. Lo había callado durante demasiado tiempo, esperando que se tranquilizara y habituara a la vida en pareja, pero no podía dejar pasar un día más.
Llegaron juntos a trabajar, como cada mañana, pero sobre las doce del mediodía, Mikel salió porque quería darle una sorpresa a su compañero. Había encargado un regalo muy especial, pero no quiso guardarlo en casa porque temía que Gus pudiese encontrarlo casualmente. Era una edición especial ilustrada del El Señor de los anillos, que contenía un montón de información extra, y que Gus había estado admirando el último día que pasaron por Gigamesh. Después, habían quedado en encontrarse en una de las terrazas de las Ramblas para comer, donde ya había hecho reserva.
Se sentó y se dispuso a esperar a que Gus llegara, mientras se tomaba una cerveza bien fría y picoteaba unos frutos secos.
Y entonces apareció la persona que esperaba no volver a ver nunca: Tino.
Llegó como siempre, impecablemente vestido, exudando seguridad y sensualidad por todos los poros de su piel. Tino era guapo, lo sabía, y sacaba de ello todo el provecho que quería. Sabía seducir con la mirada y su lenguaje corporal, con gestos que parecían casuales pero que eran cuidados y estudiados hasta el último milímetro. Se sentó en la silla vacía que había al lado de Mikel, le cogió la mano y, con una alegría exagerada, le dijo cuánto le había echado de menos.
Mikel intentó quitárselo de encima. Su abandono le había supuesto un duro golpe en su amor propio, y aunque ya no le guardaba ningún rencor, no le apetecía mucho que Gus se lo encontrara allí. Intentó deshacerse de él manteniendo una fría cordialidad, porque su madre lo había educado bien y le había inculcado que los modales nunca debían perderse, pero Tino no se dio por aludido.
Intentó seducirlo sacando a relucir momentos especiales que habían vivido juntos,  haciendo hincapié en los sentimientos, esperando que la melancolía por los tiempos pasados hicieran mella en él. Lo había visto sentado solo, y seguramente había imaginado equivocadamente que aún no se había recuperado de su separación.
Pero al ver que Mikel no respondía adecuadamente a los estímulos que le estaba enviando, decidió atacar de frente y, agarrándole el rostro, lo besó.
Y, en aquel mismo momento, llegó Gus.

***

—¡¿Cómo has podido?! —le gritó con el rostro demudado, pálido como la muerte, al verlo besar a otro hombre.
—¡Gus! Te juro que no... —intentó justificarse, pero el muchacho no esperó—. ¡Maldita sea!
Cuando Gus salió corriendo, Mikel fue detrás. Era Sant Jordi y las Ramblas estaban a rebosar de gente. Siguió la estela de la chaqueta de cuero de Gus, apartando a la gente a empellones, tropezando con algunos transeúntes, jurando y maldiciendo porque con toda aquella multitud, acabaría perdiéndolo.
Mataría a Tino. Le golpearía esa bonita cara hasta hacerlo sangrar. Si perdía a Gus, si no era capaz de explicar lo que había visto, si no lo convencía, usaría su cabeza de puching ball hasta reventarla.
Pudo verlo desaparecer por un callejón y corrió tras él. Aceleró, utilizando la ventaja que le daba el ser más alto, y consiguió alcanzarlo. Lo agarró por el brazo y lo detuvo.
—¡Déjame! —le gritó, tirando de su brazo para liberarse.
—¡No pienso hacerlo hasta que me escuches!
—¿Y qué quieres decirme? ¿Eh? ¿Hay alguna justificación para lo que he visto?
—¡Sí, cojones! ¡Claro que la hay! Me sorprendió, ¿vale? No esperaba que Tino intentara besarme, no estaba pendiente de él, no me importaba nada de lo que estaba diciendo y no le prestaba atención.
Gus tenía los ojos enrojecidos y era evidente que estaba luchando por no echarse a llorar. Lo miró, enfurecido e inseguro, queriendo creerle pero al mismo tiempo, con la necesidad de dejar ir la rabia que tenía dentro.
—¿Y por qué no ibas a querer que te besara? —le espetó—. A todas luces es mucho más guapo que yo, y elegante, y... y...
—Y nada —susurró Mikel acercándose a él, cogiéndole el rostro con las manos y mirándolo a los ojos—. Y nada, Gus. Porque Tino no es nada para mí. Y tú lo eres todo.
—Eso no es cierto... —murmuró—. Te dije que te quiero, y ni siquiera contestaste. ¿Crees que lo he olvidado? Durante todas estas semanas he estado esperando que me dijeras los mismo, pero no lo has hecho.
Hablaba en susurros, con el dolor a flor de piel y la voz rota. El sufrimiento que sentía era tan evidente, que Mikel oyó a su propio corazón romperse. Posó su frente sobre la de Gus y cerró los ojos, lamentándose por las palabras no dichas.
—Te quiero. Sé que quizá no es el momento adecuado, pero nunca parece serlo, y por eso aún no te lo he dicho. Tu declaración me pilló tan desprevenido que me sorprendió. No supe reaccionar adecuadamente. Lo siento, mi amor. Te quiero.
—No te creo. —El siseo sonó cargado de desconfianza.
—Pero es la verdad. Hoy pensaba decírtelo. ¿Por qué crees que salí más temprano del despacho? Fui a buscar un regalo que había encargado para ti y... ¡oh, mierda!  Joder. Me lo he dejado sobre la mesa del bar.
Gus lo miró con una mezcla de desconfianza y esperanza.
—¿Es eso cierto?
—Sí. ¡Vamos! —Lo cogió de la mano y echó a correr, llevándolo de la mano, desandando el camino recorrido hasta allí—. ¡Quizá tengamos suerte!
La tuvieron. Tino aún estaba sentado allí, mirando con curiosidad el paquete que había sobre la mesa.
—Tino, yo... —Mikel intentó ser amable, pero Tino levantó una mano para detener sus palabras.
—Ya lo veo. Me has olvidado. —Suspiró un tanto dramáticamente—. Fui un estúpido al abandonarte, y eso es algo de lo que me arrepentiré toda la vida. —Parecía aceptar su derrota con deportividad.
—Gracias por quedarte a vigilar el regalo.
—De nada. —Se giró hacia Gus, que lo miraba con los ojos entrecerrados y parecía tener ganas de darle un puñetazo—. Tienes suerte, chico —le dijo con arrogancia, mirándolo de arriba abajo—. Más vale que cuides bien de él o...
—¿O qué? —le espetó—. ¿O vendrás a intentar besar a mi novio otra vez? Pues más vale que te mantengas alejado de él, o te partiré las piernas.
Mikel miró con asombro a Gus. El muchacho cohibido e inseguro había desaparecido para dar paso a un hombre capaz de defender lo que era suyo. Sonrió. Le gustaba.
—Hace un momento no parecías tan gallito.
—Hace un momento no sabía que él me quiere.
—Vaya...
Tino se encogió de hombros, se levantó de la silla y se fue, diciendo adiós con la mano mientras los miraba con una especie de diversión envidiosa.
—Es un imbécil. No sé cómo pudiste estar enamorado de él.
—Nunca lo estuve —afirmó, sorprendiéndose a sí mismo—. Solo estuve practicando para cuando tú llegaras.
—Eres un payaso —le contestó, riéndose.
—Sí. ¿Sabes por qué? Porque me gusta verte reír.
—¿De veras tenías planeado confesarme tus sentimientos?
—Toma, compruébalo.
Gus se sentó y abrió el paquete. El libro era maravilloso, con todos aquellos dibujos evocando la Tierra Media, pero de todo lo que había allí dentro, lo que más lo emocionó, fue la dedicatoria que Mikel había escrito en la primera página:
«Para el hombre de mi vida. El único que ha sido, y el único que será. Te quiero con todo mi corazón. Mikel».