Este relato forma parte de la antología solidaria Ailofiu, que la editorial Khabox publicó el 23 de abril del año pasado. Días atrás hablé con Fabián, su editor, y me dio permiso para publicarla aquí en el blog.
Si quieres saber más sobre esta, u otras antologías solidarias, puedes visitar la
web o la página de
facebook que tiene la editorial exclusivamente para estas antologías.
UN SANT JORDI CON AMOR
—¡¿Cómo
has podido?!
—¡Gus!
Te juro que no... ¡Maldita sea!
Gus
salió corriendo y Mikel fue detrás de su novio. Era Sant Jordi y las Ramblas
estaban a rebosar de gente. Siguió la estela de la chaqueta de cuero de Gus,
apartando a la gente a empellones, tropezando con algunos transeúntes, jurando
y maldiciendo porque con toda aquella multitud, acabaría perdiéndolo.
Gritó
su nombre, y algunas personas se giraron y se lo quedaron mirando. Un tío como
él, alto, fuerte, impecablemente vestido con un traje que a todas luces era
carísimo, corriendo y gritando con desesperación detrás de un muchacho de
veinticinco años, llamaba irremediablemente la atención.
¡Maldito
Tino! ¡Por qué tenía que volver! Precisamente ahora, que su vida se había equilibrado
de nuevo...
Y mientras
corría detrás del hombre de su vida, el recuerdo de las últimas semanas volvió
a su mente como en un sueño...
***
Mikel
entró arrastrando los pies en el vestuario del gimnasio y se dejó caer,
sentado, en el banco que había delante de su taquilla. Estaba muy cansado
después de dos horas de machacarse con las máquinas, eso después de un día de
perros en el trabajo. No es que fuera un maníaco del deporte, el problema que
tenía era que no quería volver a casa.
Desde
su ruptura con Tino la casa se le caía encima, como si las paredes se movieran
para hacer las habitaciones más pequeñas hasta aplastarlo, igual que en el
basurero en el que cae Han Solo cuando va a rescatar a la princesa Leia.
Habían
pasado ya dos años desde que el que había sido su novio se había largado,
dejándole por otro, y aunque había superado la ruptura sin ningún problema, la
soledad lo aturdía. No le gustaba llegar a casa y no tener a alguien
esperándolo, un compañero con el que poder hablar de cualquier cosa, y así
olvidar el estrés y las preocupaciones del trabajo. Tino había sido un muy buen
amigo durante el tiempo en que habían estado juntos, y era eso lo que echaba en
falta.
Estaba
ensimismado cuando Gus entró en el vestuario, lo miró con disimulo, musitó un
«hola», y se metió a toda prisa hacia la zona de duchas. Mikel sonrió, ladino.
Se
divertía mucho con Gus. Sabía que le gustaba; lo adivinaba por la manera que
tenía de mirarlo cuando creía que nadie se daba cuenta, y por el sonrojo que
cubría su rostro cuando se acercaba a él para saludarlo y le palmeaba en la
espalda; pero también era consciente que el chico era tan tímido que nunca se
atrevería a decirle nada al respecto. Habían hablado bastantes veces, y cuando
coincidieron en la sauna, consiguió sacarle un par de sonrisas que lo dejaron
atónito. Gus tenía la sonrisa más bonita que nunca había visto.
Mikel
se quitó la ropa sin prisas. Estaba sudoroso, cansado y sin ganas de volver a
casa. ¿Y si se decidía e invitaba a Gus a una copa? Estaban a viernes, la noche
era joven, y no quería volver a la soledad de su casa.
Se
puso una toalla rodeándole la cintura, cogió el neceser, y fue a las duchas,
tras la estela de Gus.
Era
un lugar aséptico y feo: tres paredes recubiertas de baldosas blancas de arriba
abajo, y un suelo gris cemento con varios desagües repartidos. Los
fluorescentes del techo iluminaban con su luz azulada, dando una atmósfera fría
al lugar. Mikel se apoyó en la pared sin llegar a entrar.
Gus
estaba bajo el agua que caía de uno de los grifos, con el rostro hacia abajo, y
Mikel se entretuvo observándolo con atención. Sus ojos se quedaron fijos
durante unos segundos en ese culo de nalgas prietas y respingón, hecho para el
pecado; después se deslizó hacia los muslos firmes y cubiertos de vello, tan
varoniles, como a él le gustaban. Subió deleitándose plácidamente en lo que
veía, la cintura estrecha de un deportista, y la espalda ancha, potente, que
parecía tensa por alguna circunstancia. Se fijó en el brazo derecho, que se
movía con lentitud arriba y abajo, como si...
Mikel
sonrió, travieso. Gus se estaba acariciando íntimamente.
—Puedo
ayudarte con eso, si quieres.
La
voz de Mikel sobresaltó a Gus, que levantó la cabeza de golpe, y se quedó
rígido y quieto, como si lo hubieran sorprendido haciendo algo vergonzoso. Mikel
entró en las duchas y se puso detrás de Gus, y cuando habló, su aliento le hizo
cosquillas en la nuca.
—No
te avergüences —susurró—. No estás haciendo algo malo.
Gus
tragó saliva y su nuez bailó arriba y abajo por su garganta. El agua caliente
seguía cayendo sobre él.
—No
sé a qué te refieres —contestó, balbuceante.
Parecía
tan inocente, que Mikel se preguntó si su apreciación estaba equivocada: le
echaba por lo menos veinticinco años, ¿podría ser que fuese más joven?
—Me
refiero a que tienes la espalda muy tensa —disimuló, hablando con normalidad.
Lo estaba avergonzando y no quería eso—. Tengo unas manos prodigiosas, y aceite
de masaje en el neceser. Si quieres...
—No,
gracias —contestó con brusquedad, saliendo de debajo del agua y caminando hasta
donde tenía su toalla. No le había mirado a los ojos en todo el rato. Se
enrolló la toalla alrededor de la cintura y se dispuso a salir de allí.
Mikel
maldijo por lo bajo. Había sido estúpido entrándole de aquella manera. Gus no
era la clase de tío que él estaba acostumbrado a tratar, seguro de sí mismo y
su sexualidad. Quizá era más joven de lo que parecía, quizá no tenía asumida
aún su condición. O quizá simplemente era demasiado tímido.
—Espera
—dijo saliendo detrás de él. La toalla se le había mojado y ahora chorreaba por
todo el vestidor—. No tenía intención de ofenderte. —Gus había llegado hasta su
taquilla y la había abierto, sacando su bolsa de deporte de dentro y la ropa de
calle—. Escucha, siento haberte hablado así, de veras. —Mikel se sentó en la
banqueta a su lado. Gus tenía en las manos sus pantalones, pero se había
quedado quieto, como si esperara algo—. Quizá he mal interpretado tus miradas.
Si es así, lo siento.
—¿Qué
miradas? —preguntó Gus en un susurro. Le temblaban las manos, y Mikel se dio cuenta
que hacía esfuerzos por controlarlas.
—Las
que me has estado echando desde el primer día —contestó Mikel encogiendo los
hombros—. Pensé que eras de mi gremio. ¿No lo eres?
—¿Tu
gremio? —Ahora Gus había girado la cabeza y lo estaba mirando fijamente con los
ojos entrecerrados.
—Soy
gay, ¿no lo sabías?
Ahora
fue Gus quien se encogió de hombros al contestar.
—Algo
he oído, sí.
Mikel
soltó una risita guasona, intentando quitar gravedad a la situación.
—Me
lo suponía. Este gimnasio está lleno de marujas de tres patas, ¿eh? A estos
tíos les encanta cuchichear. Para que después digan de las mujeres.
Gus
sonrió y asintió con la cabeza.
—La
verdad es que sí, son todos unos cotillas.
Se
quedaron en silencio durante unos segundos, observándose el uno al otro. Fue una
pausa cómoda, casi de camaradería, algo extraño teniendo en cuenta que solo
eran conocidos circunstanciales.
—Oye
—se decidió a hablar Mikel por fin—, lo cierto es que había pensado en ir a
tomar algo ahora, a la salida. ¿Te apuntas?
Gus
titubeó, Mikel lo vio en sus ojos y en la sonrisa indecisa que curvó sus
labios.
—No
sé...
—Te
juro que no voy a violarte —bromeó, alzando las manos abiertas. Gus se rio.
—Me
lo imagino —contestó—. No pareces el tipo de hombre que obtiene lo que quiere a
la fuerza.
—La verdad
es que soy un corderito inofensivo.
Gus
soltó una carcajada algo tímida.
—Eso
sí que no me lo creo.
Ambos
rieron, ya relajados.
—Entonces,
¿qué? ¿Vienes?
Gus
asintió con la cabeza, decidido.
—Vale.
—Estupendo.
—La voz de Mikel no podía disimular su alegría. Le dio una palmada en la
espalda—. Lo del masaje sigue en pie, si quieres. Tienes la espalda demasiado
tensa.
—Otro
día, quizá.
—Como
quieras —aceptó levantándose—. Dame diez minutos para que me dé una ducha
rápida y me vista, y nos vamos de juerga.
***
Gus
no tenía coche, así que ambos fueron en el de Mikel. Por un momento este
lamentó conducir un Audi A5 Cabrio. Le encantaba aquel coche, pero decía cosas
de sí mismo que no eran ciertas: no era un ligón, ni alguien al que le gustara
pavonearse o exhibir su poder de adquisitivo. Era cierto que vestía muy bien,
con ropa siempre de marca y zapatos italianos, pero aquello no era más que el
disfraz que se obligaba a llevar para poder hacer bien su trabajo. Ser abogado
en un bufete importante tenía sus ventajas, entre ellas estaban el sueldo, pero
también había una serie de obligaciones que tenía que aceptar, y la de
aparentar era una de ellas.
Mikel
venía de una familia humilde con un padre obrero y una madre ama de casa, y se
había criado en un barrio que nada tenía que ver con Pedralbes, donde ahora se
podía permitir el lujo de vivir. No lo había tenido fácil en la vida; se había
visto obligado a trabajar para pagarse la carrera, pero todos los esfuerzos
habían valido la pena. Con treinta y dos años, tenía ante él un futuro
prometedor.
«¿A
qué se dedicará Gus?» se preguntó mirándolo de reojo mientras conducía. En sus
escasas conversaciones, nunca había hablado mucho de sí mismo, y para él era
todo un enigma. Quizá era eso lo que lo atraía de este muchacho de pelo corto y
rojizo.
—Primero
vamos a cenar —le dijo mientras esperaban que el semáforo se pusiera en verde—.
¿Tienes alguna preferencia?
Gus
se encogió de hombros.
—Para
mí, un MacDonalds está bien.
Mikel
soltó una pequeña carcajada.
—Ah,
no, ni pensarlo. No voy a tirar por la borda todo el esfuerzo del gimnasio para
comer eso. Va, ¿chino? ¿japonés? ¿tailandés? ¿mejicano? ¿italiano? ¿turco? O
quizás eres vegano, o prefieres la comida macrobiótica...
Ante
la interminable lista de tipos de comida, Gus soltó una risa reprimida.
—Lo
que tú elijas a mí me parecerá bien. Pero que no sea un restaurante caro, mi
economía no está para muchos trotes.
Mikel
estuvo a punto de decirle que no se preocupara, que invitaba él, pero detuvo su
impulso a tiempo. Aún no sabía de qué pie cojeaba su amigo, y no quería que se
sintiera ofendido, o peor aún, que pensara que quería comprarlo con una cena
cara. No parecía el tipo de hombre al que podías llevarte a la cama después de
deslumbrarlo con un buen restaurante, más bien al contrario.
—Conozco
un italiano que cumple las tres B: bueno, bonito y barato. Tienen menú, y por
12 euros podemos ponernos las botas. ¿Te parece bien?
—Me
parece estupendo.
***
El
restaurante era pequeño, coqueto y acogedor. Y estaba lleno. Tuvieron que
esperar media hora hasta que una mesa quedó libre, pero aprovecharon para
sentarse en la barra y charlar animadamente mientras bebían una copa de vino.
Mikel se enteró que Gus tenía veintiséis años, que acababa de terminar la carrera
de ingeniería informática en la especialidad de software, y estaba buscando
trabajo en su campo. Aún vivía con sus padres en el barrio de El Carmel, y se
sacaba unas perras ayudando en el bar que regentaba su tío.
—¿Y
eres bueno, en tu campo?
—¿Como
informático? Sí, bastante bueno. Pero la cosa está jodida en este país, y estoy
empezando a considerar seriamente irme a Alemania o Inglaterra.
—Bueno,
yo podría echarte una mano, si quieres. Tengo bastantes contactos en empresas,
y podría encontrarte algo aquí. —Gus lo miró. En su rostro se vio con claridad
qué estaba pensando al respecto: «¿A cambio de qué?»—. Te aseguro que no espero
que me lo pagues con nada, excepto tu amistad.
En
cuanto acabó de pronunciar esas palabras, Mikel se maldijo interiormente. No
había nada que pudiera ahuyentar más a alguien como Gus, que aquellas palabras.
El «no espero nada a cambio» parecía querer decir precisamente lo contrario,
pero no había nada que pudiera hacer para borrar lo dicho.
—No
es la primera vez que me dicen algo así —susurró con rostro sombrío—, y todo
acabó complicándose.
Se
quedaron callados durante unos segundos, Mikel con la mirada fija en su copa.
Se pasó la mano por el rostro y soltó un suspiro resignado.
—No
sé qué coño me pasa contigo, que no hago más que meter la pata —confesó
finalmente—. Mira, quizás esto ha sido un error. Vámonos, te llevaré a casa
y...
Mikel
se había levantado de la banqueta, dispuesto a ponerse el abrigo, pero la mano
de Gus se lo impidió.
—No,
Mikel. —Sonrió con timidez, y un leve rubor se apoderó de sus mejillas—. Me lo
estoy pasando bien contigo.
Mikel
le devolvió la sonrisa y volvió a sentarse. En aquel momento uno de los
camareros se acercó a ellos para indicarles que había quedado libre una mesa.
Lo siguieron, se sentaron y pusieron toda su atención en el camarero, que
recitaba de memoria los platos que incluían el menú. Ambos escogieron sin
pensárselo mucho y cuando volvieron a quedarse solos, un silencio incómodo se
instaló entre ellos.
—Estaba
convencido que eras un ligón —susurró Gus con una sonrisa soñadora prendida en
los labios.
—¿Por
qué?
—No
sé. —Se encogió de hombros y miró al camarero mientras este servía el vino.
Cuando se fue, siguió—: Siempre pareces seguro de ti mismo, bromeas con todo el
mundo, no te cortas con nada ni nadie. Y además, siempre vas muy bien vestido,
con ropa cara y eso.
—¿Esto?
—Mikel cogió la solapa de su chaqueta y tiró brevemente de ella—. Esto es por
trabajo. Si en lugar de venir aquí directamente del gimnasio, hubiéramos pasado
antes por mi casa, ahora mismo iría con tejanos y camiseta. Odio ir con traje —susurró
como si le hiciera una confidencia espantosa, y Gus se rio.
Trajeron
la cena, y siguieron conversando, comiendo y bebiendo. Hablaron de todo un
poco: cine, televisión, futbol, libros, música... Fueron conociéndose poco a
poco, sin prisas pero sin pausa. Mikel desplegó todo su encanto seductor, y Gus
fue dejando de lado su timidez innata, mostrando un hombre divertido,
inteligente y sagaz.
No
se dieron cuenta y dieron las once de la noche.
***
De
camino al coche, Mikel propuso varios locales a los que ir a tomar unas copas.
La noche era joven, y le apetecía mucho pasar un rato más con Gus.
—¿Y
si vamos mejor a tu casa?
La
propuesta de Gus lo pilló desprevenido, tanto que dejó de caminar y se quedó
quieto, mirándolo como si le hubieran salido dos cabezas. Gus se sintió
incómodo ante ese descarado escrutinio, y enrojeció hasta la raíz del pelo.
—Olvida
lo que he dicho —balbuceó, y siguió caminando.
—¡Espera!
—Mikel lo alcanzó con una corta carrera—. Me gusta tu idea —le confesó en
cuanto llegó a su altura. Gus caminaba con la cabeza gacha y las manos metidas
en los tejanos—, solo me ha sorprendido. Sueles ser tan tímido, que no creí
que...
—¿Que
fuera capaz de hacer una locura?
Gus
sonrió, ya olvidado el apuro, y Mikel se la devolvió ampliamente.
—Más
o menos, sí. Pero me encantaría que vinieras a mi casa. —Llegaron al coche y
Mikel abrió—. Allí podemos hacer lo que quieras. Tengo una buena colección de
pelis en blue ray, y las palomitas me salen de rechupete. —Entraron en el coche
mientras seguía hablando—, o si lo prefieres, podemos beber hasta caer redondos
en el sofá. —Entrecerró los ojos, como si estuviera haciendo un esfuerzo por
pensar—. Hace tanto tiempo que no me emborracho, que ya ni me acuerdo de cuándo
fue...
—Pues
a eso habría que ponerle remedio —replicó Gus con una sonrisa abierta—. Me
pregunto qué clase de borracho eres tú.
—El
gracioso, por supuesto. ¿Y tú?
—El
cariñoso.
—¿En
serio? —se sorprendió Mikel. No era capaz de imaginárselo repartiendo abrazos
de forma espontánea mientras repetía a todo el mundo cuánto los quería.
—En
serio. Soy una especie de míster Hyde amoroso.
—Pues
eso tengo que verlo.
***
A
Mikel le parecía que tenía una batucada en la cabeza, martilleándole el
cerebro. Se dio la vuelta en la cama y se dio cuenta que aún estaba vestido.
Parpadeó, confuso, pero la excesiva luz le quemaba las retinas. Gruñó, molesto
por todo. ¿Qué coño había pasado?
Recordó
haber llegado con Gus la noche anterior, sentarse a ver una peli, abrir la botella
de Jack Daniels y empezar a beber. Y, a partir de ahí, nada. Pero tenía todos
los síntomas de haberse pasado tres pueblos con don Jack.
Apartó
las sábanas con un movimiento brusco que le costó que la batucada se
recrudeciera en su cabeza. Gimió y se llevó las manos allí, apretando las
sienes con las palmas esperando que así se redujera el dolor. Se sentó e
inclinó el rostro mientras respiraba con agitación. ¡Cómo dolía! En ese momento
fue consciente de por qué había dejado de emborracharse: los años no perdonaban
y ya no tenía la misma resistencia que a los veinte.
Estaba
descalzo, y la chaqueta estaba tirada sobre una silla, pero tenía puestos los
pantalones y la camisa, que ahora estaban más arrugados que el culo de un mono.
Se
levantó y, tropezando, fue hasta el comedor. Tuvo que ir apoyándose en las
paredes del pasillo para no caer. No había nadie. Llamó a Gus, pensando que
quizá se había metido en alguna de las otras habitaciones a dormir. Era un piso
grande, de doscientos metros cuadrados, y Gus podía estar metido en cualquier
lado, pero no contestó.
Caminó
hasta el sofá que había delante de la televisión, donde la noche anterior se
había emborrachado, y se dejó caer en él. Tenía mal sabor de boca, y la saliva
espesa; apestaba a sudor y tenía la sensación de tener encima una crosta de
suciedad. Todo consecuencia de la maldita resaca. Tenía que darse una ducha, y
con urgencia, si quería volver a ser persona.
¿Dónde
se habría metido Gus?
Volvió
a su dormitorio y se metió en el baño. Abrió el grifo del agua fría de la ducha
y se metió debajo sin siquiera quitarse la ropa. Necesitaba despejarse a la de
ya. El contacto con el agua helada lo hizo gritar y reaccionar al mismo tiempo.
Cerró el grifo y se quitó la ropa. Ya había despejado algo su mente, ahora
tenía que lavarse.
¿Qué
había pasado la noche anterior? Esperaba no haber cometido alguna estupidez con
Gus porque temía que no era el tipo de hombre al que le gustaran las prisas. Le
gustaba demasiado para poder permitirse el lujo de tener más errores con él.
Pensar
en Gus hizo que su polla saltara, inquieta. No podía negar que lo deseaba de
una manera que no había deseado a alguien desde... Tino. Durante un segundo
pensó en masturbarse, pero acabó desechando la idea. No le apetecía nada algo
tan... vacío. Quería follar, pero con Gus, no con su mano.
Salió
de la ducha sintiéndose persona de nuevo. Caminó desnudo hasta su armario y
sacó un pantalón corto de sport y una camiseta vieja; en casa le gustaba ir
siempre bien cómodo.
Se
sentó en la cama para vestirse y entonces lo vio: encima de la mesita de noche
había una nota.
«Buenos
días, Mikel:
Me lo he pasado muy
bien esta noche. Te dejo mi número de teléfono.
Besos.
Gus».
Una
nota escueta pero que le daba esperanza. Si le dejaba su teléfono era porque
quería volver a verle, y si quería volver a verle era porque no había hecho
algo que lo asustara. Menos mal.
Pensó
en llamarle en aquel mismo momento, pero entonces su teléfono sonó.
—Hola,
mamá.
—Hola, hijo mío.
Estuvieron
hablando un rato, y contestó a todas las preguntas que su madre le lanzó.
Siempre eran las mismas, seguidas de una retahíla de recomendaciones. Come
bien, no trabajes demasiado, descansa lo suficiente... preocupaciones de madre.
Mikel
los echaba de menos. Hacía años que había abandonado la casa paterna para ir a
vivir a Barcelona, pero cada año seguía pasando las vacaciones con ellos,
incluso mientras estuvo viviendo con Tino. Este siempre le decía que por qué
tenían que gastarse el dinero pudiendo pasar todo un mes entero en una de las
poblaciones turísticas más bonitas de la costa catalana, y tenía toda la razón.
También viajaron, por supuesto, pero el resto del mes lo pasaban ahí,
disfrutando de la playa y los chiringuitos, y de las reuniones familiares.
—¿Te acuerdas que mañana tienes que venir a
comer? —le preguntó su madre antes de despedirse—. Que celebramos el cumpleaños de tu padre.
—Sí,
mamá, me acuerdo.
Se
acordaba, sí, pero aún no había tenido tiempo de ir a comprarle un regalo.
¡Maldita sea! Después de colgar el teléfono, miró la hora. La una y media, y
estaba muerto de hambre.
Fue
hasta la cocina, se tomó un par de aspirinas para el dolor de cabeza, y se
decidió a llamar a Gus.
—Hola.
—Hola.
—¿Llegaste
bien a tu casa?
—Sí, sin problemas.
—No
me enteré de nada, tío. Ni me acuerdo qué hice anoche.
Gus
soltó una risita.
—No te preocupes, ni hiciste nada raro,
excepto contar un montón de chistes.
—Oh,
no, joder. No me digas que...
—Te pasaste toda la noche imitando a Chiquito
de la Calzada, sí.
—Qué
vergüenza...
Se
rieron los dos, uno recordando y el otro imaginándose a sí mismo haciendo el
tonto.
—Por
lo menos te divertiste.
—Ya lo creo.
—Oye,
una cosa, estoy pensando... ¿te apetece que quedemos para comer? Y después
podrías acompañarme. Tengo que comprar un regalo para mi padre, que mañana
celebramos su cumpleaños, pero no tengo ni idea de qué.
Gus
se quedó callado durante un instante, pensando si aceptar o no.
—Vale —dijo al final—. ¿Dónde quedamos?
—Dame
tu dirección y te paso a buscar, si quieres.
***
Una
hora y media después, estaban sentados comiendo pizza en una terraza en las
Ramblas. Hacía un día espléndido, y les apetecía estar al sol. Charlaron un buen
rato, entre bocado y bocado. Se entendían bien y se divertían juntos. En un
momento dado, al intentar coger ambos una servilleta del dispensador, sus dedos
se tocaron. Gus lo miró, sonriendo avergonzado, y Mikel le devolvió la sonrisa
además de una ligera caricia que prolongó durante unos segundos al ver que su
amigo no retiraba la mano.
—Gus,
aún no me has dicho si eres gay o no —dijo Mikel en un murmullo, mirándolo a
los ojos—, y necesito saberlo. No sé si puedo tener esperanzas contigo o no...
—Sí,
lo soy —contestó el muchacho enrojeciendo hasta la raíz del pelo—. Lo siento,
yo... aún no lo tengo muy asumido, ¿sabes?
—No
te preocupes. Dejaremos que las cosas pasen por sí mismas, sin forzar nada, ¿te
parece bien?
Gus
asintió con la cabeza. Mikel no comprendía cómo podía ser tan vergonzoso.
¿Cuestión de educación, quizá? O podía ser que el problema fuese que aún no se
sentía seguro con su sexualidad. Ir contra corriente nunca era fácil, ni
siquiera hoy en día, cuando se suponía que todo el mundo era más comprensivo y
tolerante. La verdad era que aún había muchos sectores en que el ser
abiertamente homosexual hacía que las puertas se cerraran, y la intolerancia
estaba a la orden del día. La ignorancia y la incultura hacía que muchas
personas aún vieran a los homosexuales como algo antinatural de lo que tenían
que protegerse. Quizá la reticencia de Gus a confesar abiertamente qué era, se
debía a su familia. ¿Cómo serían sus padres?
Mikel
recordaba con claridad meridiana los problemas que tuvo él mismo con su padre,
que al principio se echaba la culpa por tener un hijo gay, como si hubiese
podido hacer algo por evitarlo. Con el tiempo y mucha paciencia, pudo hacerle
comprender que no era algo de lo que nadie debiera sentirse culpable, porque no
era ni una enfermedad ni una tara, y a partir de ahí su relación volvió a ser
la de siempre.
Pero
quizá Gus no tenía esa suerte.
Sabía
muy bien en qué problemas se habían encontrado algunos de sus amigos,
rechazados por la familia, repudiados, simplemente por no ser heterosexuales.
Era muy duro cuando tenías que tomar la decisión de, o negar tu propia
sexualidad, o perder a la familia.
Por
eso decidió tener paciencia. Deseaba a Gus, y lo quería en su cama, pero podía
esperar. No buscaba un polvo de una noche, ni una relación pasajera; tenía la
esperanza que aquello que se arremolinaba en su estómago cada vez que estaban
cerca, fuese algo más que simple lujuria, e iba a apostar por ello.
Aquella
noche no cenaron juntos. Pasaron la tarde buscando un regalo para el padre de
Mikel, y al final se decidió por algo que podría disfrutar junto con su madre:
un viaje. Gus lo ayudó a escoger entre varias opciones, y al final apalabró un
crucero por el Mediterráneo que estaba convencido les iba a encantar.
***
El
día siguiente lo pasó en su casa, con sus padres, hermanos, tíos, primos y
demás familia, celebrando el sesenta cumpleaños de su padre. Fue un día feliz,
de risas, canciones, regalos y mucha emoción. Disfrutó de la compañía y durante
unas horas, se olvidó de la soledad que lo atenazaba. Pero llegó un momento en
que la algarabía fue demasiado y necesitó buscar algo de paz, por lo que
decidió refugiarse en la que había sido su habitación, y que aún estaba tal y
como él la había dejado cuando se marchó siete años antes. Se dejó caer sobre
la cama, y fijó la mirada en el techo.
—¿Qué
ocurre, cariño?
Su
madre lo había seguido, preocupada porque durante todo el día había visto en
los ojos de su hijo aquella sombra negra que parecía acompañarlo desde que
había terminado su relación con Tino.
—Nada,
mamá. Solo necesitaba algo de paz. Los críos parecen un batallón, por el ruido
que hacen.
—Nunca
te han molestado tus sobrinos y tus primos.
—Y
no me molestan, mamá. Solo es que... —Se incorporó y se sentó en la cama—. No
sé, tengo muchas cosas en la cabeza, eso es todo.
Su
madre se sentó a su lado, y le cogió la mano, reconfortándolo.
—¿Mucho
trabajo? ¿O es algo más... personal?
Mikel
apretó la mano de su madre con cariño y sonrió.
—Las
dos cosas. Más de la segunda que de la primera. Verás, es que he conocido a
alguien, pero no sé hasta dónde está dispuesto a llegar.
—¿Es
un buen muchacho?
—Creo
que sí, pero es bastante más joven que yo, le llevo siete años, y tengo la
impresión que aún no tiene claro qué quiere. Me refiero a que creo que aún no
ha hablado claramente con su familia sobre su homosexualidad y... no sé si me
estoy metiendo en problemas.
—Cariño,
—le pasó la mano por el pelo, alborotándoselo, como cuando era un crío—, siempre
te han gustado los problemas. —Ambos se rieron, porque era cierto—. Ahora,
cuéntame más cosas de él.
Cuando
aquella noche regresó a su casa, después de hablar largo y tendido con su madre
sobre Gus, Mikel se sintió más decidido que nunca a seguir adelante.
***
Durante
la semana siguiente solo pudieron verse en el gimnasio. A Mikel le habían
asignado un nuevo cliente, y estaba poniéndose al tanto a marchas forzadas
sobre su empresa pues tenía graves problemas con Hacienda, y no tuvo tiempo más
que para hacer algunas breves llamadas telefónicas, pero cuando llegó el sábado
decidió que, si no quería volverse loco, debía hacer caso a su madre, la mujer
más inteligente que conocía, y dejar de lado las obligaciones durante unas
horas para divertirse, así que quedó con Gus para cenar en su casa.
Nunca
había sido buen cocinero, por lo que encargó un menú romántico en un cáterin de
confianza, y preparó la mesa con velas, flores, mantelería, cristalería...
quería empezar a seducir a Gus, y nada mejor que una cena romántica a la luz de
las velas.
Estaba
nervioso como un chiquillo, como si volviera a ser adolescente, pero aquel
hombre se había metido muy adentro en su corazón en solo unos días, con sus
miradas tímidas, su sonrisa vacilante y el brillo en sus ojos cuando se
miraban. Se deseaban, y estaba decidido a dar un paso en aquella dirección.
Cuando
llamaron a la puerta, corrió hasta el recibidor; se miró en el espejo que allí
había, retocándose las cejas con los dedos, inspiró profundamente para
calmarse, y abrió.
Gus
estaba allí escondido detrás de un enorme ramo de flores.
—Vaya...
—solo atinó a decir Mikel, gratamente sorprendido—. Son preciosas. Gracias.
Al
principio se sintió un poco extraño. Era gay, pero su porte no era afeminado, y
nunca, nadie, había tenido el impulso de regalarle flores. Por eso aquel gesto
le llegó al corazón.
Gus
se limitó a sonreír con timidez, y a seguirlo hacia el interior de piso.
—Ponte
cómodo, como si estuvieras en tu casa.
Mikel
entró en la cocina y puso las flores en un jarrón con agua, para llevarlo
después hasta el comedor y ponerlo en la mesa de café.
Gus
se había sentado en el sofá. Lo vio tenso y nervioso, y Mikel se vio en la
obligación de decir algo que rompiera el ambiente.
—Espero
que no me grabaras la otra noche —dijo sentándose a su lado.
—Estuve
tentado —contestó Gus, riendo más relajado al recordar el espectáculo que dio
su amigo—, pero yo también estaba bastante borracho y no atiné con la tecla.
—Menudo
par de dos...
—Pero
tienes que enseñarme a hacer lo del saltito —bromeó, riéndose.
—Eso
está hecho. En cuanto terminemos de cenar, te doy una clase magistral.
—Eso
estaría bien.
Volvieron
a reír. Gus se había relajado del todo y se mostró bastante dicharachero
durante la cena, bromeando y riendo. El vino corrió, generoso, y ambos llegaron
a aquel puntito en que casi todo parece gracioso.
—Pues
a mí me gustan ambas series.
—¡Pero
cómo puedes comparar! —exclamó Mikel—. La de la BBC mantiene la naturaleza del
tándem Holmes Watson, además que en esencia, sus personajes son los mismos que
creó Conan Doyle. ¿Donde ves ese parecido con Elementary? Por favor... Miller
parece un histriónico y sobreactúa todo el rato, y Luci Liu se limita a correr
de un lado a otro como una gallina descabezada... En cambio, Cumberbatch está magnífico como Sherlock, y Freeman no se
queda atrás. ¿Y los momentos «puntazo»? No me digas que no es desternillante
ver a Sherlock y a Mycroft hablar de un probable atentado terrorista en Londres
mientras juegan al «Operación»...
—Vale,
vale —se rio con ganas por la pasión que ponía Mikel—, quizá deberíamos verla
juntos, y así la disfrutaré más, aunque solo sea por ti.
En
un momento determinado, con Scorpions sonando en el equipo, Mikel cogió la mano
de Gus mientras hablaba, y la dejó allí sin darse cuenta. Gus lo miró a los
ojos y ambos se quedaron en silencio, sus miradas prendidas en el otro,
mientras un dedo descuidado iba creando círculos en la palma de Gus.
Mikel
sonrió con ternura, y Gus tragó saliva, haciendo que su nuez bailara en el
cuello, pero no apartó la mano.
—Tengo
que decirte algo —susurró—. Tenías razón, soy gay.
Lo
dijo como si le costara el mundo pronunciar aquellas palabras, como si nunca antes
lo hubiera admitido; y quizá era así.
—Nadie
lo sabe, ¿verdad?
Gus
negó con la cabeza.
—Nunca
me he atrevido a admitirlo, hasta ahora.
Mikel
apretó su mano, reconfortándolo.
—No
te preocupes, a la mayoría nos ha pasado algo parecido.
—¿Cómo
fue en tu caso? Cuando se lo dijiste a tu familia...
—No
fue mal. Al principio mi padre no lo asimiló, pero tampoco hizo un drama de
ello. Y ahora todo está bien.
—Yo
no sé cómo reaccionarán, en caso que me decida y se lo diga.
—Tienes
que hacerlo, Gus. No ahora mismo, no si no te sientes preparado, pero no puedes
vivir toda tu vida ocultándoselo y ocultándote.
—Lo
sé, pero es que... mi padre sí que hará un drama. Tener un hijo maricón será
una vergüenza para él.
Mikel
suspiró. Entendía perfectamente la encrucijada ante la que estaba Gus: por un
lado sentía la necesidad de dejar de mentir, a sí mismo y a los demás; pero por
otro lado, temía el riesgo de, quizá, perder a su familia. En pleno siglo XXI parece que todo está ya
normalizado, que todo el mundo acepta libremente y sin problemas la sexualidad
de los demás sin juzgar ni discriminar, pero no siempre es así. Aún existe
mucha intolerancia, ignorancia y, por qué no admitirlo, desconfianza, como si
la homosexualidad fuese una enfermedad contagiosa y hubiera de mantener a los
homosexuales apartados.
—En
algún momento tendrás que arriesgarte a contarles la verdad. Es imposible vivir
toda la vida escondiéndote; no si quieres la oportunidad de ser feliz.
—Lo
sé. —Gus sonrió con tristeza—. Pero no quiero hablar más de este tema. ¿No
tenías una serie que ver?
Fueron
directamente a ver el episodio «Escándalo en Belgravia» para disfrutar con una
Irene Adler que hace perder los papeles a Sherlock más de una vez.
—Me
encantaría perturbar a Cumberbatch de la misma manera —bromeó Mikel.
—A
mí me gustaría hacértelo a ti —confesó Gus en un susurro sin atreverse a
mirarlo. Mikel giró el rostro y lo observó con una sonrisa.
—A
mí me lo haces constantemente, ¿aún no te has dado cuenta?
Gus
enrojeció y Mikel le cogió la barbilla con dos dedos, obligándolo a levantar el
rostro y mirarlo. Los ojos se les fueron a los labios, quedando fijos ahí,
deseando ambos el beso prendido en el aire pero aún no dado, pero no
atreviéndose a dar el paso.
—A
la mierda... —musitó Mikel, y asaltó los labios de Gus con su boca en un beso
largo, profundo, tierno y húmedo, todo la mismo tiempo, jugando al escondite
con las lenguas, explorándose mientras las manos empezaban a moverse por su
cuenta buscando el cuerpo del otro.
Gus
rodeó el cuello de Mikel con sus brazos, y este lo abrazó por la cintura,
atrayéndolo hacia sí, pegando sus cuerpos todo lo que el estar sentados en el
sofá les permitió. Mikel se dejó caer hacia atrás, arrastrando a Gus consigo,
dejando que lo aplastara con su peso, ofreciéndole así el control imaginario y
la seguridad que nada iría más allá de lo que él mismo permitiera. Y Gus se
dejó llevar, buscando desesperadamente con las manos los botones de la camisa,
desabrochándola sin separar sus labios de los de Mikel, perdiéndose en la suavidad
de aquel pecho salpicado levemente por un vello suave y ensortijado.
—Cuánto
te deseo... —le susurró Mikel al oído mientras jugaba con el lóbulo de la oreja
y Gus dejaba ir una risita por las cosquillas que le estaba haciendo con la
lengua.
—Y
yo a ti...
Se
abandonaron sin pudor a los besos y las caricias, explorando sus cuerpos con
las yemas de los dedos y la lengua, sintiendo como propios los estremecimientos
del otro, erizándose la piel con cada gemido, con cada suspiro.
—Podemos
ir a la cama —musitó Gus, seguro de que quería llegar hasta el final por
primera vez en su vida.
Mikel
asintió sin decir nada. Se levantaron y recorrieron el tramo de pasillo entre
besos, caricias, risas y juegos. Gus llevaba el pelo alborotado y la camisa
medio caída. Mikel ya no llevaba camisa, que yacía en el suelo ante el sofá, al
lado de sus zapatos. Volaron los pantalones y el resto de la ropa, y cayeron,
sofocados y jadeantes, sobre la cama.
De
lado, uno ante el otro, se miraron brevemente a los ojos, expectantes, buscando
algo en la mirada del otro que les dijera que aquello era real. Y lo era.
Se
abalanzaron de nuevo el uno sobre el otro, desesperados de contacto, de placer,
de amor, y rodaron, revolviendo sábanas y sentimientos.
—Tengo
que... —jadeó Mikel en un momento de lucidez—, tengo que prepararte... ¡joder!
La
lengua de Gus lamiendo su miembro le hizo lanzar una imprecación, y cuando lo
engulló hasta el fondo, tragándoselo entero, su misma alma tembló de
anticipación y placer. Jugó con su miembro con la lengua haciéndole sentir
espirales de placer que se arremolinaban y expandían por todas sus
terminaciones nerviosas.
—Gus,
yo... voy... voy a...
Intentó
avisarlo, por Dios que lo intentó, pero el orgasmo estalló antes que lo
consiguiera, eyaculando en la boca de Gus, llenándolo con su semen mientras
este tragaba con regocijo como si aquel fuera el manjar más exquisito de la
tierra. Nunca se había sentido tan completo, tan en su lugar, como si hubiera
estado esperando aquel momento durante toda su vida.
—Ahora
te toca a ti.
—No,
no es necesario, yo...
La
timidez de Gus estaba a punto de estropearle el momento, por lo que lo cogió
por las mejillas, lo atrajo hacia sí, y lo besó profundamente, empapándose de
su propio sabor que aún estaba en la boca de su compañero. Cuando rompió el
beso, le acarició la nariz con la suya y, con una sonrisa, dijo en un susurro:
—No
vas a escaquearte de eso, cariño. Te voy a enseñar.
Gus
tragó saliva mientras Mikel se apartaba de él y rebuscaba en la mesita de noche
hasta sacar un bote.
—Mira
—le dijo abriéndolo y cogiendo su mano para mancharle los dedos—, esto tienes
que extenderlo así.
Se
lo enseñó, guiando la mano de Gus mientras recorría su culo, buscando el ano, esparciendo
el lubricante, estremeciéndose con el contacto. Gus se dejó enseñar, incluso se
atrevió a hacer algo espontáneamente, y metió el dedo en el ano, haciendo que
Mikel gimiera y se aferrara a él con una mano.
—Ahora
tu...
—Lo
sé, Mikel.
Gus
esparció lubricante por su polla, que estaba gruesa y dura. Sus respiraciones
eran rugosas y desordenadas, y le temblaban las manos por la emoción. Apoyó la
frente en la nuca de Mikel, y susurró:
—Ni
en los exámenes finales estaba tan nervioso...
—Tranquilo
—lo alentó—. Todo irá bien.
—Es
que es mi primera vez y yo no sé si sabré...
—Ssssht.
Gus
respiró profundamente y empezó a penetrar a Mikel. Fue despacio, con miedo de
hacerle daño; nunca había hecho algo así, era su primera vez, y estaba aterrado
por si algo salía mal. Había oído tantas leyendas urbanas al respecto...
—Vas
muy bien —gimió Mikel.
Gus
empujó un poco más, y más. Despacio, por fin consiguió introducir su polla
entera. Y empezó a moverse, adentro y afuera, mientras rodeaba la cintura de
Mikel con un brazo, y no dejaba de besarle la nuca, la espalda, y gemía con
fuerza. Mikel le acompañaba en el movimiento, sintiendo cómo el placer volvía a
construirse en su interior, creciendo desesperado para alcanzar la liberación.
Llegó con un grito nacido desde lo más profundo de sus entrañas, acompañado por
los temblores incontrolados que producía el placer liberado.
Cayeron
sobre la cama, uno encima del otro, saciados, tranquilos, relajados.
Gus
se separó y Mikel se giró, buscándolo con los brazos para rodearlo con ellos y
sostenerlo sobre su pecho. Respiraban con agitación, y ninguno de los dos dijo
nada. El sueño los venció pronto, y así permanecieron durante toda la noche.
***
Su
relación derivó de extraña amistad a pareja de forma rápida. Empezó a ser
habitual ver a Gus pasar a buscarlo por el bufete a la hora de comer, o presentarse
allí con comida para llevar cuando el trabajo de Mikel lo absorbía tanto que se
olvidaba de hacerlo. Incluso, a veces, se daban el lujo de disfrutar de un
«postre» bien merecido. Mikel se sentía feliz, aunque había una extraña
espinita allí clavada, y es que Gus no había tomado ninguna decisión aún sobre
su familia. Por eso, tomó una decisión que creyó le iba a ayudar.
—Hola,
mamá.
—Mikel,
cariño, qué sorpresa que me llames tú.
Su
madre siempre tan puntillosa. Esa era su manera de quejarse por tener que ser
siempre ella la que llamaba.
—Es
que tengo algo importante que decirte. —Dejó un leve espacio en silencio para
crear expectación—. He conocido a alguien, y quiero que vosotros también lo
conozcáis.
—¡Ayyyy,
qué alegría, hijo mío! ¿Y vais en serio? Cuenta, cuenta, por favor, ¡no me
tengas en ascuas!
—Mamá
—se rio Mikel—, ¿cómo quieres que diga nada, si no me dejas?
Le
contó cómo se conocieron, y le habló de Gus, de cómo le hacía sentir y cómo era
de tierno y bueno.
—Pues
tienes que traerlo a casa, ¿por qué no venís este fin de semana? Ya es
primavera, y el pueblo se pone tan precioso y romántico en esta época...
—Me
parece perfecto, mamá. Lo hablaré con él y te digo, ¿de acuerdo? Tengo muchas
ganas que le conozcas.
***
Esperaba que convencer a Gus le iba a costar, pero fue mucho
más sencillo de lo que imaginó. Parecía que realmente el chico tenía tantas
ganas de conocer a su familia, a pesar de su timidez, como él tenía de que le
conocieran. Las cosas iban muy rápido, pero no le importaba ni lo asustaba.
Había sido un flechazo en toda regla, y las semanas que llevaban viéndose, solo
habían fortalecido su relación y lo habían convencido que eran el uno para el
otro. Con Gus encontraba a un compañero comprensivo, calmado, que le reportaba
paz y tranquilidad en una vida estresada por el trabajo; y a cambio, Gus
encontraba a un compañero que iba sacándolo del cascarón en que se había
escondido justificándolo con la timidez.
Pero no era solo eso, por supuesto, había mucho más. Habían
descubierto que compartían muchos gustos y aficiones, y que se compenetraban
perfectamente en todos los aspectos. Y en la cama, juntos eran magníficos.
Salieron el viernes a última hora de la tarde de Barcelona,
así podrían aprovechar completamente el fin de semana, y llegaron al pueblo
justo a la hora de cenar. Irene y Manuel, los padres de Mikel, los estaban
esperando, expectantes. Recibieron a Gus con los brazos abiertos, haciéndolo
sentir como en su casa, y no tuvo ningún problema en incorporarse a todas las
conversaciones que se iniciaron durante la cena. Estuvo risueño y comunicativo,
y Mikel fue feliz de verlo tan relajado, abierto y encantador.
Durmieron en la habitación de Mikel, donde solo había una
cama individual, pero habían preparado una de esas plegables y las habían
juntado. Hicieron el amor en silencio, presas de un extraño pudor por la
cercanía de los padres, que estaban durmiendo en la habitación de al lado.
Después permanecieron abrazados el resto de la noche, y Mikel sintió cómo la
felicidad iba inundando su vida, apoderándose de todo su ser.
La mañana del día siguiente, la aprovecharon para pasear por
la playa. Era primavera y ya se veían a algunos valientes tumbados en la arena,
tomando el sol. Mikel intentó cogerle la mano a Gus, pero este la apartó disimuladamente,
metiéndola en el bolsillo de su pantalón vaquero, mientras seguía hablando.
Sabía qué le pasaba, y era algo que le iba costar cambiar. Gus tenía miedo que
alguien que pudiera conocerle lo viera y le fuera con el cuento a su familia,
por eso, siempre que estaban en público, se negaba a aceptar ninguna muestra de
cariño por su parte, ni siquiera cuando estaban en los bares de ambiente, en
los que casi todos eran como ellos. Y aquello dolía, aunque no quería
reconocerlo.
—¿Cuándo te decidirás? —le preguntó, cortando la conversación
insustancial que estaban manteniendo.
—¿Cuándo me decidiré? ¿A qué? —Realmente parecía no saber de
qué hablaba.
—A, como dicen vulgarmente, salir del armario. —Gus abrió la
boca para replicar, pero Mikel lo detuvo, alzando una mano—. Sé qué vas a
decirme, y sé que he de tener paciencia, pero no puedo evitar sentirme dolido y
frustrado. Quiero poder pasear contigo cogido de la mano, o besarte en público.
No me permites ni un simple roce casual. Ni siquiera aquí, donde nadie te
conoce, eres capaz de comportarte conmigo con normalidad cuando estamos en
público.
Gus le miró, y sus ojos reflejaron el dolor que sentía por
las palabras que había escuchado.
—Lo sé, Mikel —dijo, dolido y preocupado por que su amigo se
sintiera así—, pero no puedo evitarlo. Durante toda mi vida me he estado
escondiendo, y este tipo de reacciones se han convertido en un acto reflejo.
Pero tienes razón, es hora que empiece a tomar decisiones, y a cambiar hábitos.
—Sacó la mano del bolsillo y se la ofreció con una sonrisa compungida.
Mikel le cogió la mano y le devolvió la sonrisa. Pasearon así
un buen rato, y Gus no se retiró ni siquiera cuando le plantó un beso en los
labios, provocándolo abiertamente para que lo aceptara.
Mikel se había quedado parado de pie en la arena, mientras el
murmullo del oleaje lo envolvía. Gus se paró también y se giró levemente para
ver qué le pasaba. Mikel sonrió y se acercó lentamente a él, con una mirada
risueña, retándole a apartarse. Gus permaneció firme y no se alejó, decidido a
aceptar aquel beso público, porque Mikel merecía que batallara contra sus
miedos, y él se merecía ser feliz a su lado.
Cuando más tarde se pararon en una terraza para hablar con
unos amigos de la infancia de Mikel y este lo presentó como su novio, Gus
sintió un cosquilleo de satisfacción que le recorrió todo el cuerpo, desde la
punta de los pies hasta la raíz del pelo. No era su «amigo», palabra que había
utilizado hasta aquel momento, sino su «novio». Y le gustó.
***
Una semana después de la visita a sus padres, Gus lo llamó al
despacho. No lo había hecho nunca porque decía que no quería molestarlo ni
distraerlo de su trabajo, y siempre había sido Mikel quién aprovechaba
cualquier leve descanso para llamar él. Por eso le extrañó cuando su secretaria
le anunció que tenía una llamada de él.
—¿Qué pasa, cariño? —Al
otro lado de la línea, solo se oía una respiración agitada, como si intentara
contener el llanto—. ¿Gus? ¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar, alarmado.
—Lo saben —gimió, y sorbió un par de veces antes de continuar—.
Lo saben, Mikel, mi padre... —La voz le temblaba por el esfuerzo de contener
las lágrimas—. Me ha echado de casa... dice que no va a mantener a un vago
maricón...
—Dios, cariño, lo siento mucho...
—¿Qué voy a hacer, Mikel? ¿A dónde voy a ir? —Sonaba tan
desesperado...
—A mi casa, por supuesto —contestó resuelto—. Te vienes a
vivir a mi casa. ¿Dónde estás? Dímelo y te paso a recoger en un santiamén.
—Pero estás en el trabajo y yo no...
—¡Por Dios! Primero eres tú, Gus, ¿no lo comprendes? Antes
que nada, estás tú.
Gus le dijo donde estaba, y Mikel voló con su coche hasta
allí. Lo encontró sentado en la terraza de un bar, aferrado a una CocaCola, con
la maleta al lado. Tenía los ojos enrojecidos, estaba muy pálido y temblaba.
Parecía realmente enfermo.
Mikel aparcó en doble fila, importándole una mierda el resto
del mundo, y caminó con decisión hasta él. Lo levantó y lo abrazó con fuerza, y
Gus se refugió en aquellos brazos mientras empezaba a sollozar.
—Sssssht, tranquilo —le susurró al oído—. Ya tendrás tiempo
de sobras para llorar cuando lleguemos a casa. Sube al coche.
Gus asintió y le hizo caso, mientras Mikel cogía la maleta y
la metía en el maletero. Cuando se sentó tras el volante, se entretuvo un
instante para abrazarlo y Gus estalló en llanto. Alguien pitó, y el ruido de
los claxon de varios coches que estaban esperando detrás, le hicieron eco.
Mikel soltó a Gus a regañadientes y se puso en marcha.
—Lo siento —musitó Gus, limpiándose las lagrimas con la manga
de la chaqueta que llevaba puesta.
—No tienes por qué —le contestó Mikel con ternura mientras
enfilaba camino hacia su casa.
Estuvieron callados hasta llegar allí: Gus porque se sentía
ridículo con el drama que había montado, y Mikel porque no sabía cómo
consolarlo. Subieron al ascensor el silencio, Mikel llevando la maleta, y Gus
con las manos en los bolsillos y los hombros caídos. Se fue hasta la esquina y
se apoyó con el hombro en el espejo. Parecía muy abatido, desesperanzado.
—No puedo quedarme en tu casa, ni siquiera tengo un empleo
y...
Mikel lo abrazó por sorpresa y Gus se aferró a él, arrugando
la chaqueta al agarrarla compulsivamente con los puños.
—Escúchame bien. Te quedarás en mi casa todo el tiempo que
haga falta, y quedarte no implica ningún tipo de obligación por tu parte. Te
ayudaré a encontrar un buen trabajo, pero mientras eso ocurre, yo me ocuparé de
ti, ¿entiendes?
—No quiero ser tu mantenido —murmuró, avergonzado.
Mikel lo obligó a mirarlo a la cara, levantándole con
suavidad el rostro, que había enterrado en su pecho.
—No serás mi mantenido. Eres mi pareja, mi novio. Si fuera al
revés, ¿tú me dejarías en la calle? —Gus negó con la cabeza, y Mikel sonrió,
intentando quitarle drama a la situación—. Menos mal, por un momento pensé que
ibas a decir que sí.
Gus le devolvió la sonrisa. Cuando llegaron al destino,
estaba más calmado. Entraron en casa y Gus se dejó caer en el sofá, llevándose
las manos a la cabeza y fijando la mirada en el techo. Mikel se sentó a su
lado.
—Nunca hemos hablado de vivir juntos, así que no sé si
quieres tu propia habitación o...
—¿Qué quieres tú?
—Que duermas conmigo.
Gus lo miró y asintió con la cabeza.
—Yo también.
—Estupendo. —Le cogió la mano y apretó un poco, dándole
ánimos con ese gesto—. Después colocaremos tus cosas, tengo sitio de sobra en
el armario. Pero ahora, cuéntame qué ha pasado.
Gus inspiró profundamente y tembló un poco. Mikel le pasó el
brazo sobre los hombros y lo atrajo hacia sí.
—Tranquilo, cariño.
—Es... es bastante simple. Alguien le fue con el cuento a mi
padre, me preguntó y no quise mentir más. Le dije que soy gay. Y me echó de
casa. Eso sí, después de montar un espectáculo. —Se rio sin ganas—. Creo que
sus gritos y sus insultos los oyeron hasta en Mallorca...
—Lo siento mucho.
—Lo sé. No te preocupes. Sabía que tarde o temprano esto
tenía que ocurrir. Con la cerrazón mental que tiene mi padre era de prever.
—Quizá cambiará con el tiempo...
—No, no cambiará. Lo sé. Quién me preocupa más es mi madre.
La pobre ahora estará... ni siquiera sabe dónde estoy.
—Llámala, y dile que puede venir siempre que quiera.
—¿De veras no te importaría?
—Gus, cariño, mi casa es también tu casa ahora.
Por primera vez en aquel día, Gus sonrió de verdad.
—Gracias. —Le dio un piquito muy rápido—. Te quiero.
Se levantó y cogió la maleta para ir al dormitorio y guardar
sus cosas. Mikel se quedó clavado en el sofá, sorprendido por la naturalidad
con la que Gus había dicho «te quiero», sin esperar respuesta por su parte. «Yo también», quiso decirle, pero no le había
dado tiempo.
***
Aquella noche hicieron el amor. Mikel había pensado que Gus
no tendría ganas y se había hecho a la idea de simplemente dormir abrazados,
pero Gus lo provocó, mostrando una parte de sí mismo que nunca había visto. La
rabia y la frustración que se habían acumulado en él a lo largo del día, a
consecuencia de todo lo que había pasado, emergieron con agresividad en la
cama. Los besos fueron furiosos; las caricias, salvajes; los abrazos, de
hierro; las palabras, soeces; se amaron como nunca habían hecho, poseyéndose el
uno al otro, reclamando su posesión.
Mikel estuvo tentado de decirle «te quiero», pero no lo hizo. Gus estaba demasiado enfadado con el
mundo, y no sabía cómo reaccionaría ante su declaración, así que se guardó las
ganas y se lo demostró con hechos en lugar de con palabras.
***
Los días pasaron. La madre de Gus fue a visitarles, y pasó
una tarde allí con los dos. La pobre mujer estaba destrozada y tenía mucho
miedo por su hijo, pero se fue más calmada después de conocer a Mikel, que fue
absolutamente encantador con ella.
Gus empezó a trabajar en el bufete en el que estaba Mikel, en
el departamento de informática, haciendo una sustitución durante tres meses. No
era un trabajo fijo, pero aquello ayudó que su amor propio remontara después
del batacazo que se había dado por culpa de su padre y sus horribles palabras.
Aún no le había contado a Mikel qué le había dicho exactamente, y éste temía
que nunca lo iba a hacer.
Así que poco a poco, la normalidad se instaló en su
convivencia, y fueron amoldándose el uno al otro casi sin darse cuenta. Los
pequeños defectos salieron a la luz, y eso llevó a algunas discusiones que se
solucionaron como se arreglan estas cosas: hablando.
Y llegó Sant Jordi, el día en que, en Cataluña, los
enamorados se regalan rosas y libros...
***
Mikel había tomado una decisión: aquel día le diría a Gus qué
sentía por él. Lo había callado durante demasiado tiempo, esperando que se
tranquilizara y habituara a la vida en pareja, pero no podía dejar pasar un día
más.
Llegaron juntos a trabajar, como cada mañana, pero sobre las
doce del mediodía, Mikel salió porque quería darle una sorpresa a su compañero.
Había encargado un regalo muy especial, pero no quiso guardarlo en casa porque
temía que Gus pudiese encontrarlo casualmente. Era una edición especial
ilustrada del El Señor de los anillos, que contenía un montón de información
extra, y que Gus había estado admirando el último día que pasaron por Gigamesh.
Después, habían quedado en encontrarse en una de las terrazas de las Ramblas
para comer, donde ya había hecho reserva.
Se sentó y se dispuso a esperar a que Gus llegara, mientras
se tomaba una cerveza bien fría y picoteaba unos frutos secos.
Y entonces apareció la persona que esperaba no volver a ver
nunca: Tino.
Llegó como siempre, impecablemente vestido, exudando
seguridad y sensualidad por todos los poros de su piel. Tino era guapo, lo
sabía, y sacaba de ello todo el provecho que quería. Sabía seducir con la
mirada y su lenguaje corporal, con gestos que parecían casuales pero que eran cuidados
y estudiados hasta el último milímetro. Se sentó en la silla vacía que había al
lado de Mikel, le cogió la mano y, con una alegría exagerada, le dijo cuánto le
había echado de menos.
Mikel intentó quitárselo de encima. Su abandono le había
supuesto un duro golpe en su amor propio, y aunque ya no le guardaba ningún
rencor, no le apetecía mucho que Gus se lo encontrara allí. Intentó deshacerse
de él manteniendo una fría cordialidad, porque su madre lo había educado bien y
le había inculcado que los modales nunca debían perderse, pero Tino no se dio
por aludido.
Intentó seducirlo sacando a relucir momentos especiales que
habían vivido juntos, haciendo hincapié
en los sentimientos, esperando que la melancolía por los tiempos pasados
hicieran mella en él. Lo había visto sentado solo, y seguramente había
imaginado equivocadamente que aún no se había recuperado de su separación.
Pero al ver que Mikel no respondía adecuadamente a los
estímulos que le estaba enviando, decidió atacar de frente y, agarrándole el
rostro, lo besó.
Y, en aquel mismo momento, llegó Gus.
***
—¡¿Cómo
has podido?! —le gritó con el rostro demudado, pálido como la muerte, al verlo
besar a otro hombre.
—¡Gus!
Te juro que no... —intentó justificarse, pero el muchacho no esperó—. ¡Maldita sea!
Cuando
Gus salió corriendo, Mikel fue detrás. Era Sant Jordi y las Ramblas estaban a
rebosar de gente. Siguió la estela de la chaqueta de cuero de Gus, apartando a
la gente a empellones, tropezando con algunos transeúntes, jurando y
maldiciendo porque con toda aquella multitud, acabaría perdiéndolo.
Mataría
a Tino. Le golpearía esa bonita cara hasta hacerlo sangrar. Si perdía a Gus, si
no era capaz de explicar lo que había visto, si no lo convencía, usaría su
cabeza de puching ball hasta reventarla.
Pudo
verlo desaparecer por un callejón y corrió tras él. Aceleró, utilizando la
ventaja que le daba el ser más alto, y consiguió alcanzarlo. Lo agarró por el
brazo y lo detuvo.
—¡Déjame!
—le gritó, tirando de su brazo para liberarse.
—¡No
pienso hacerlo hasta que me escuches!
—¿Y
qué quieres decirme? ¿Eh? ¿Hay alguna justificación para lo que he visto?
—¡Sí,
cojones! ¡Claro que la hay! Me sorprendió, ¿vale? No esperaba que Tino
intentara besarme, no estaba pendiente de él, no me importaba nada de lo que
estaba diciendo y no le prestaba atención.
Gus
tenía los ojos enrojecidos y era evidente que estaba luchando por no echarse a
llorar. Lo miró, enfurecido e inseguro, queriendo creerle pero al mismo tiempo,
con la necesidad de dejar ir la rabia que tenía dentro.
—¿Y
por qué no ibas a querer que te besara? —le espetó—. A todas luces es mucho más
guapo que yo, y elegante, y... y...
—Y
nada —susurró Mikel acercándose a él, cogiéndole el rostro con las manos y
mirándolo a los ojos—. Y nada, Gus. Porque Tino no es nada para mí. Y tú lo
eres todo.
—Eso
no es cierto... —murmuró—. Te dije que te quiero, y ni siquiera contestaste.
¿Crees que lo he olvidado? Durante todas estas semanas he estado esperando que
me dijeras los mismo, pero no lo has hecho.
Hablaba
en susurros, con el dolor a flor de piel y la voz rota. El sufrimiento que
sentía era tan evidente, que Mikel oyó a su propio corazón romperse. Posó su
frente sobre la de Gus y cerró los ojos, lamentándose por las palabras no
dichas.
—Te
quiero. Sé que quizá no es el momento adecuado, pero nunca parece serlo, y por
eso aún no te lo he dicho. Tu declaración me pilló tan desprevenido que me
sorprendió. No supe reaccionar adecuadamente. Lo siento, mi amor. Te quiero.
—No
te creo. —El siseo sonó cargado de desconfianza.
—Pero
es la verdad. Hoy pensaba decírtelo. ¿Por qué crees que salí más temprano del
despacho? Fui a buscar un regalo que había encargado para ti y... ¡oh, mierda! Joder. Me lo he dejado sobre la mesa del bar.
Gus
lo miró con una mezcla de desconfianza y esperanza.
—¿Es
eso cierto?
—Sí.
¡Vamos! —Lo cogió de la mano y echó a correr, llevándolo de la mano, desandando
el camino recorrido hasta allí—. ¡Quizá tengamos suerte!
La
tuvieron. Tino aún estaba sentado allí, mirando con curiosidad el paquete que
había sobre la mesa.
—Tino,
yo... —Mikel intentó ser amable, pero Tino levantó una mano para detener sus
palabras.
—Ya
lo veo. Me has olvidado. —Suspiró un tanto dramáticamente—. Fui un estúpido al
abandonarte, y eso es algo de lo que me arrepentiré toda la vida. —Parecía
aceptar su derrota con deportividad.
—Gracias
por quedarte a vigilar el regalo.
—De
nada. —Se giró hacia Gus, que lo miraba con los ojos entrecerrados y parecía
tener ganas de darle un puñetazo—. Tienes suerte, chico —le dijo con
arrogancia, mirándolo de arriba abajo—. Más vale que cuides bien de él o...
—¿O
qué? —le espetó—. ¿O vendrás a intentar besar a mi novio otra vez? Pues más
vale que te mantengas alejado de él, o te partiré las piernas.
Mikel
miró con asombro a Gus. El muchacho cohibido e inseguro había desaparecido para
dar paso a un hombre capaz de defender lo que era suyo. Sonrió. Le gustaba.
—Hace
un momento no parecías tan gallito.
—Hace
un momento no sabía que él me quiere.
—Vaya...
Tino
se encogió de hombros, se levantó de la silla y se fue, diciendo adiós con la
mano mientras los miraba con una especie de diversión envidiosa.
—Es
un imbécil. No sé cómo pudiste estar enamorado de él.
—Nunca
lo estuve —afirmó, sorprendiéndose a sí mismo—. Solo estuve practicando para
cuando tú llegaras.
—Eres
un payaso —le contestó, riéndose.
—Sí.
¿Sabes por qué? Porque me gusta verte reír.
—¿De
veras tenías planeado confesarme tus sentimientos?
—Toma,
compruébalo.
Gus
se sentó y abrió el paquete. El libro era maravilloso, con todos aquellos
dibujos evocando la Tierra Media, pero de todo lo que había allí dentro, lo que
más lo emocionó, fue la dedicatoria que Mikel había escrito en la primera
página:
«Para
el hombre de mi vida. El único que ha sido, y el único que será. Te quiero con
todo mi corazón. Mikel».